Capítulo 4.

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Springfield, Massachusetts, 1:30 am.

Tate se sentó sobre la cama tratando de calmarse, entrar en pánico era lo peor que podía hacer en un momento como ese

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Tate se sentó sobre la cama tratando de calmarse, entrar en pánico era lo peor que podía hacer en un momento como ese.

Quitó las sábanas de su cuerpo para dejarlas a un lado y estiró su brazo para encender su lámpara que se encontraba sobre su mesita de noche.

Miró su despertador que con números rojos y luminosos le mostraban lo tarde que era.

Inhaló una gran bocanada de aire para después expulsarlo con suavidad, hizo aquello durante un par de minutos hasta que un fuerte dolor en la parte baja de su cuerpo la hizo soltar un quejido.

Las contracciones habían comenzando y estaba apunto de experimentar uno de los dolores más insoportables del mundo.

—¡Meredith!—gritó lo suficientemente alto cuando volvió a sentir una contracción más fuerte que la anterior.—¡Meredith!

Sus llamados fueron inútiles durante un período relativamente corto de tiempo. Habían pasado solo un par de minutos pero para ella, habían sido los minutos más largos de su vida.

El tiempo seguía corriendo y los dolores seguían aumentando considerablemente.

Veinte minutos intentando llamar a su amiga, que dormía en su respectiva habitación a pocos metros de distancia.

—¡Meredith!—gruñó cuando una fina capa de sudor comenzaba a aparecer sobre su frente.

Vió como la luz del pasillo entró debajo de su puerta, y aquello la tranquilizó. Meredith abrió la puerta dejando ver su cabello como nido de pájaros y su bata de abuelita color café.

—¿Qué pasa? ¿por qué tantos gritos? ¿ya viste la hora que es?—cuestionó dejando salir un bostezó mientras apoyaba su rostro soñoliento contra el marco de la puerta.

—¡Rompí la fuente! ¡La-la la fuerte, se me rompió la fuente!—dijo atravesando por otro dolor en la parte baja de su vientre.

—Nosotras no tenemos fuente. ¿de qué fuente hablas?—musitó con los ojos cerrados y la voz soñolienta.

—¡No, no, no! ¡Los mellizos ya vienen!—chilló respirando agitadamente.

Mágicamente lo último funcionó como un balde de agua de la Antártida para la chica. Entonces despertó bruscamente de su estado.

Mierda, mierda, mierda.—masculló acercándose donde su amiga que se retorcía del dolor.

—Tengo que ir al hospital, necesito estar en uno justo ahora. No puedo dar a luz aquí, por favor llévame.—pidió en tono de súplica sin parar su respiración acelerada.

Los imprevistos del amor® | Cancelada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora