Capítulo #10; Foto chantajista.

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Capítulo #10;Foto chantajista.

–La hipotenusa –La profesora hizo una pausa–, es el lado más largo de un triángulo–. Hizo un dibujo de triangulo en el pizarrón–. El cateto adyacente, es el que, con la hipotenusa, forman un ángulo agudo–. Escribió unas cosas y volvió a hablar–: Y el cateto opuesto, es el que esta opuesto al ángulo.

Todos en el aula, escribíamos las palabras que salían de la maestra de matemáticas y después hacíamos una pequeña replica de su dibujo en la parte de abajo.

Era una buena maestra, no mayor de treinta años y explicaba muy bien. Pero eso no significaba que yo entendía en todo. Para eso estaba Megan, para explicarme.

–Bien, les pondré unos cuantos ejercicios y quiero que los resuelvan en parejas, pueden ponerse con quien quieran, pero si en cinco minutos no están todos acomodados, las parejas las haré yo. Las parejas que vayan terminando, podrán ir saliendo.

Algunas personas miraron a sus amigos con una sonrisa como la del gato en Alicia en el país de las maravillas y estos les respondían igual.

Megan, que estaba a unas mesas a mi derecha, simplemente me hizo una seña con la mano y yo me senté en el lugar vacío que quedó a su lado, cuando un chico se fue con no sé quién.

–Hola.

–Hola –saludó–. Hay que terminar rápido, hoy no desayuné y muero de hambre –comentó. Yo reí.

–Yo también tengo hambre–. Me acerqué a su oído–. Pero de ti.

Soltó una risita y negó con la cabeza divertida.

Miré el pizarrón y solo habían seis problemas por resolver. Bien, no era difícil y lo había entendido. Los apunté todos en mi cuaderno y miré a Megan.

Ella ya los había apuntado todos y estaba por terminar de resolver el segundo. Abrí los ojos. Siempre era muy rápida para terminar los trabajos en todas las materias.

–¿No se supone que lo haríamos en equipo? –pregunté. Megan volteó y me miró.

–Oh Dios –Deja en paz a Dios Megan–, lo siento. Es que estoy tan acostumbrada a trabajar sola, que ya ni espero.

–No importa–. Encogí los hombros. De cualquier forma, las matemáticas no eran algo que me llamara mucho la atención.

–Bien, has la cuatro, cinco y seis, y yo termino la tercera y estaremos justos.

–Bien –acepté.

Megan terminó de hacer la que faltaba en dos minutos y yo tarde otros siete en terminar las mías. Escribimos las respuestas del otro y revisamos. La profesora nos dejó salir y eso mismo hicimos.

Miré la hora en mi teléfono y me impresioné, aun teníamos como cuarenta minutos de sobra.

–Vamos a la cafetería, tengo hambre.

Revisé el pasillo y no había nadie, aunque era obvio, se supone que todos estaban en clase.

Tomé a Megan por la cintura y entré a un salón solo que era utilizado para guardar mesas o sillas que no servían.

–¡Nate! ¡Tengo hambre, quiero comer! –chilló.

–No grites. Y ya te dije que yo también tengo hambre, pero de ti.

Iba a contestar algo, quizá un insulto o blasfemia, pero la bese antes de eso. Al principio se resistió y puso sus manos en mi pecho para alejarme. Pero, vamos, ¿Quién podría resistirse a mí?

Fácil.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora