La espada de diamantes y rubíes: Capítulo trece (antepenúltimo)

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24 horas después.

Evan-Samael

Estuve exactamente todo un día intentando recordar la dirección de nuestra primera casa y sentado en una vereda se me presentó un milagro. De chico solía leer siempre los carteles pegados en la calles, un día paseaba en bicicleta y caí justamente en la esquina de la casa -que tenía un cierto parecido con la esquina en la que estaba- por lo que giré mi cuerpo -suponiendo que fuese ésta- y ahí estaba, hace veinte minutos detrás de mí.

Recojo mi mochila y me levanto para caminar a ella, pero antes apago el quinto cigarro que me he fumado en tan solo estas horas. Todo seguía igual por fuera, la manilla estaba tapada en polvo, al igual que las pequeñas ventanas a su lado. Ésta casa fue famosísima, hasta el día de hoy creo que lo es, ya que, es una de las más antiguas que continúan en pie en el estado de Nueva York.

Pero para mi mala suerte, no queda muy lejos de la otra, por lo que seguramente supondrán que estoy aquí. Acomodé la mochila en mi hombro y busqué alguna forma de cómo entrar, en un movimiento sentí algo que estaba bajo mi pie, lo corrí pero no había nada, luego me percaté de que estaba bajo la alfombra.

-Muy astuto, Benyamin -ironicé en voz alta. Benyamin solía venir de vez en cuanto a rencontrarse con los demás ángeles, mucho tiempo después que nos fuéramos de aquí. Dónde conversaban sobre sus nuevos proyectos y buscaban la forma de obtener la paz mundial.

Una característica que aún no cambiaba era el ambiente. Siempre bastante medieval y contemporáneo. El espacio con bajas temperaturas y decorado con cuadros de la independencia de los Estados Unidos en 1776 y del primer presidente de respectivo país, George Washington. Subiendo las escaleras de madera vieja, siendo viejas no chillaban, pero casi llegando arriba descubrí una que sí, que parecía no tener mucho espacio. Comencé a investigar aquel escalón, y al parecer se podía abrir, pero necesitaba algo filoso.

Miré a mi lado dónde había un cuadro con una gran espada de caballería, intenté sacarla sin arruinarla y ésta salió sin problema. Empecé con la espada a correr la parte de arriba, pero terminé rompiendo toda la madera.

Claramente no había espacio adentro, pero sí había algo, una caja larga de madera con un sello del gobierno, pero el problema era que estaba cerrada con candado.

-La llave debe estar por alguna parte -exclamé en voz alta mientras llegaba a la segunda planta. Abro la puerta de la primera habitación y la más grande -que solía ser de Benyamin- y busco en todos los cajones la llave pero no está, finalmente encuentro un palillo chino de metal con diamantes que me podría servir. Tal vez por qué estaba ese palillo chino ahí, debió haber sido de alguna mujer que solo vino por la noche a acostarse con él.

Bajé nuevamente con el palillo chino en mi mano para abrir la caja. La abrí y realmente quedé plasmado. Adentro había una espada que no se parecía a ninguna de las que hay en toda ésta casa. La espada poseía un brillo esplendoroso, parecía casi como si la hubieran comprado ayer. Ésta era de oro y hierro, adornada con diamantes y rubíes.

La saqué de la caja para sostenerla en mis manos. - ¿Qué carajo? -dije en cuanto noté una pequeña nota que se había quedado en la caja.

Para mi primo, Adán

- ¿Adán? -fruncí el ceño. - ¿Qué mierda tiene qué ver él en todo esto? -dejé la espada a un lado, abrí la carta y comencé a leerla.

13 de Diciembre del 1799
Virginia, Estados Unidos

Por vuestro valor y sabiduría, os concedo la primera espada utilizada en los Estados Unidos, luego de adquirir la independencia.

Un gesto de agradecimiento por vuestra ayuda y valentía, os la guardaréis para combatir contra el poderoso, el príncipe de los ángeles caídos, Samael ¡Oh, el glorioso, Samael, de la antigua Grecia!

•Diana | versión actualizada•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora