Adán y Caín: Capítulo nueve

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- ¿A qué te refieres? ¿Nos conocíamos?

-Claro que sí -asiento. -En el cielo.

-No recuerdo haber estado en el cielo, ni siquiera conocí a mi madre, ni a Adán.

-Eras muy pequeña, tenías sólo dos meses de nacida. Dios habló con tu madre -Naamah- ella debía servirle a Adán, pero se negó ya que estaba con Samael -demonio- Dios se enojó y de castigo la mandó a la tierra y tú caíste con ella.

Diana dirigió su mirada al gran ventanal de su cuarto. - ¿Cómo era padre?

-Era un buen hombre, sabio y bello. Hasta que llegó a los veinte, ahí fue cuando se convirtió en un mujeriego.

-Eso lo tengo claro -ríe. -Pero, me refiero físicamente ¿tenemos algún parecido?

-Por supuesto, tú y yo tenemos sus ojos y color de piel, lamento no haber heredado su sabiduría -río burlón.

-Diría que yo también -vuelve a reír y echa su cuerpo para atrás, apegando su espalda al respaldo de la recamara.

Me tiro a su lado y ambos observamos el techo de la habitación hasta que decido hablar. -Como te decía, Diana -suspiro. No te perderé de nuevo, y espero que sea de tu ayuda, descansa -me paro y voy hacia la puerta pero su voz me detiene aparte de que agarrara mi mano.

Nuestras miradas se encontraron, su cuerpo me llamaba pero sabía que haría mal en acercarme más de lo que estaba. Ella es hija de un demonio, y no se me está permitido cualquier acercamiento o atracción mutua.

Es bellísima, una chica muy guapa. Fácilmente podría estar con ella, pero somos casi hermanos y eso si que enfadaría a Dios.

-Debo irme -termino con aquella frase y dejo el cuarto.

Diana-Naamah

Sentí en Caín una fuerte conexión, algo bastante extraño ya que, no lo había sentido con ninguno de los chicos, incluso, ni siquiera con Evan. Algo de él me llamaba y me hacía pensar más allá, pero, no quisiera ser igual que mi madre. Apago las luces y nuevamente meto mi cuerpo bajo el cubrecama.

Miro debajo de la puerta, y hay una sombra que llama mi atención. Luego siento cuando la persona que está detrás la abre. ¿Qué mierda hace Evan aquí? Por más que le diga que se detenga, que me deje en paz, termina haciendo lo que se le da la gana, como siempre lo hace.

Éste se sienta en una orilla de la cama, pero muy cerca de mis piernas. Y antes de que comience a hablar, lo interrumpo.

-Acaso ¿no te quedó claro, Evan? ¡No quiero que vengas más a mi habitación! ¡No te quiero volver a ver! -grito de forma casi inaudible, para que el resto no escuche. No quiero que piensen que es otro escándalo, ya ha habido demasiados para otro más. Evan se queda en silencio, pero no tarda en responder con sarcasmos y esa risita estúpida.

-Por más que quieras, Diana, no me dejarás de ver, porque vivimos en la misma casa -sonríe acercándose más a mí. -Pero no vine a responder tus hazañas, solo quiero saber qué tanto hablabas con ese imbécil -ahora con un carácter agresivo.

- ¿Por qué debo contarte lo que hablo con los demás? No eres nada mío, y tengo todo el derecho de no decirte absolutamente nada.

-Si lo tienes. Tienes el derecho de contarme si ese cabrón te ha tocado, o te ha dicho algo malo. Te estoy cuidando joder, tu vida está por delante de la mía, en todo. Si debo morir para salvarte, lo haré. Para eso estoy aquí.

-Un día me tratas bien y al otro horrible, y más encima, te acuestas conmigo para remediar todo el dolor que sientes. Deberías pensar un momento en lo que realmente te hace mal y desquitarte no conmigo. Mi vida sí ha sido una mierda, y lo más tonto es haber pensado que una persona como tú la haría cambiar -giro mi cuerpo y cierro los ojos. Siento el cálido cuerpo de Evan a mi lado y sin más un escalofrío aparece y choca en cada punto nervioso.

•Diana | versión actualizada•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora