Mirko

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Mi madre no me dejaba en paz. Quería que estuviera a su vera en todo momento, sin embargo, con mis hermanos era totalmente distinta. Les dejaba hacer lo que quisieran, irse al poblado más lejano de Migdagon o, incluso, aterrorizar a los otros animales del bosque. Sólo quería ser como ellos, hacer lo que ellos hacían, pero imposible.

Hubo un día en el que me pilló mi madre yéndome de madrugada solo. Saliendo de nuestra casa sin su permiso. Se enfadó muchísimo, me mandó otra vez a mi cuarto, mas no la hice caso. Ella insistía y yo permanecí frente a ella sin moverme.

- ¡Qué te largues! – Me gritó.

Frente a aquel chillido no pude hacer otra cosa que coger aire profundamente y aguantarme las ganas de llorar, aunque algo sí la dije:

- Ojalá estuviera aquí papá y no tú. – Solté todo el aire de golpe y me fui bastante enfadado pero triste a mi habitación.

Todos mis hermanos me miraban callados desde sus literas. Sabía que no había hecho bien en decirle eso a mi madre, no obstante, me sentó muy mal que me tratara en inferioridad al resto. Vale que yo era el pequeño, pero me han llegado a contar que a Niall cuando tenía mi edad le dejaban hacer lo que quisiera.

- ¿Por qué le has dicho eso? – Me miró Fergal.

- Ya sabes lo mucho que le afecta que nuestro padre no esté. – Continuó Nealie.

Me sentía mal por haberle dicho aquello a mi madre. No lo merecía, pero me salió del alma.

- Lo siento, ¿vale? – Dije metiéndome en la cama.

- No nos lo digas a nosotros. – Se asomó desde la cama que estaba encima de mí Gwendoline.

- Díselo a ella. Le gustará oírlo. – Concluyó Daly.

No éramos los más perfectos, pero juntos sí. Mis hermanos tenían razón, debía decirle a mi madre lo mucho que lo sentía. Y así fue. Fui hasta donde ella estaba una vez que todos estaban dormidos y me acerqué despacio, sin hacer ruido.

- Mamá, ¿estás despierta? – Susurré cerca de su oído.

Ella suspiró, pero no dio señal alguna de estar insomne, por lo que continué hablando para desahogarme.

- Lo siento, de verdad que lo siento. No quería decirte eso. A la Luna doy gracias de que estés tú y no aquel hombre que un día te abandonó dejándote a cargo de catorce cachorros. Lo siento muchísimo, mamá. Te quiero y prometo no volver a desobedecerte nunca más. Tú eres la loba más valiente y fuerte que conozco. Ni siquiera Kelly llega a ser como tú. – Se me escapó una lágrima. – Te quiero. – La di un beso en la cabeza y, cuando me di la vuelta para irme, me agarró del brazo.

- Tienes todo mi perdón y el de la Luna, Mirko. – Me abrazó. – Mi pequeño cachorro. – Susurró mientras me tenía entre sus brazos.

A la mañana siguiente, Sedrik ya estaba pegando chillidos como si eso fuese un cuartel militar. Nos metía prisa para vestirnos, hacer las camas, desayunar... todos estábamos hasta las narices de que mandara siempre sobre nosotros. Ni siquiera era el hermano mayor. Era el séptimo.

Se acercó a mí Alanis para preguntarme dónde había estado por la noche. La contesté que con nuestra madre, disculpándome por lo que la dije y por haberla desobedecido. Alanis me abrazó y me dijo que había hecho bien.

- ¿A qué te sientes mejor? – Sonrió Malvina. Yo asentí.

- Oye, ¿y Elvia? – Preguntó Quillan buscando por todas partes.

Cearbhall comenzó a dar vueltas por todo el salón nervioso y enfurecido mientras el resto comentábamos que siempre se iba por la mañana y no volvía hasta el anochecer, mas ninguno sabíamos dónde se hallaba durante tanto tiempo, así que decidí ser voluntario para ir a buscarla.

- ¿Cómo va a ir el enano este? – Me señaló Cearbhall.

- Pues como cualquiera de nosotros, Cearbhall. – Salió en mi defensa Niall, el mayor de todos.

- Ayer ya la lió con mamá, como para que ahora se pierda y nos la carguemos nosotros. – Se cruzó de brazos bastante enfadado Cearbahll.

- Pues le buscamos, que para eso es de la familia. – Pasó un brazo por encima de mi hombre Shayla. – Anda, ve y tráela, que tenemos cosas que hacer juntos. – Me miró sonriente.

- Ten cuidado, por favor, Mirko. – Entró en el salón nuestra madre.

Asentí y prometí que volvería pronto y con Elvia.

Llevaba una hora buscándola por los sitios más céntricos, pero no hubo suerte. Decidí parar para almorzar algo. Un buen hombre me sirvió un plato enorme de carne bastante jugosa. Me preguntó si me gustaba y asentí rebañando hasta el último hueso. Cuando terminé le pregunté por Elvia. Se la describí como una chica de una altura media, con los ojos verdes y el pelo color ceniza. Me dijo que no, que no había visto a nadie con esos rasgos. Le dije también que tenía una pequeña mancha como la mía, pero en la nariz y más pequeñita, disimulada. Pero siguió negando el haberla avistado. Le di las gracias, tanto por la comida como por haber ayudado, aunque no lo hizo del todo, con la búsqueda de mi hermana.

Pasé cerca de una pared rocosa con una cueva bastante profunda, pero no me paré a mirar dentro, ya que vi a lo lejos a alguien que no se parecía en nada a Elvia, continué buscando a mi hermana hasta por debajo de las piedras, pero no hallaba nada. Ni rastro de ella.

Empezaba a caer la noche y cada vez estaba más desesperado por encontrarla. Oí a lo lejos lobos aullar y supe que eran mis hermanos, que me estaban llamando. Grité sus nombres lo más alto que pude mientras me guiaba por su aullido. Quería volver con ellos, no quería dormir a la intemperie. Volví a escuchar unos pasos y me giré rápidamente temiendo que fue un come-alma.

- Tranquilo, Mirko. No ha sido nada. Sólo un animal. – Me intentaba tranquilizar a mí mismo.

Respiré hondo y continué mi camino hasta que se puso a diluviar. Necesitaba refugiarme de la lluvia, pues la odiaba con todas mis fuerzas. Corrí y corrí y corrí hasta que me topé de nuevo con aquella pared rocosa y la cueva. Fui directo a meterme dentro, sin temor.

Mientras veía la lluvia caer en el suelo desde dentro de la gruta, pensaba en mi familia, en lo mal que lo estarían pasando sin mí. No dejaba de imaginarlos buscándome sin cesar. Echaba mucha falta a mi madre y dormir acurrucado a su lado.

Me despertó la claridad del día. Antes de salir al exterior, me estiré bien porque, dormir entre rocas, no se lo recomiendo a nadie. Noté cómo me rugían las tripas. Tenía un hambre de mil demonios, así que salí en busca de algo de fruta.

Pude encontrar algún plátano y algún que otro fruto rojo caído de los árboles. Un dulce conejo me miraba fijamente. Me relamí al pensar lo rico que estaría, pero pronto me vino a la mente la famosa frase de mi madre: ''La fruta es mejor que la carne para desayunar, Mirko. Suelta a la oveja del Señor Perkins''.

Alguien no dejaba de hacer ruidos. Como si estuviera en apuros. Seguí los leves chillidos, los cuales me condujeron a una pequeña cueva donde vi a una chica rubia, de orejas puntiagudas y encogida. Debería de estar soñando algo horrible, porque menudos gritos pegaba. Me senté frente a ella hasta que despertara. 

OlyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora