El olor a jengibre llegaba hasta mi nariz que debido al invierno se había tornado de un color rojizo despampanante, por lo que yo me diferenciaba de los demás a mi alrededor.
Tenía que descubrir de donde provenía ese aroma que me fascinaba y había percibido desde varios días atrás pero que hasta ahora no había tenido las fuerzas y el coraje para emprender camino. El frío cada vez era más insoportable y helaba mis huesos hasta el punto de no tener movilidad en ninguna parte de mi cuerpo.
Mis ojos se cerraban lentamente... Y el único recuerdo que rondaba mi cabeza era cuando hace varios años en el pasado me botaron por la peculiaridad de mi nariz al intenso clima del lugar. Pronto perdí la conciencia y la oscuridad se apodero de todo.
...
Me sentía cálido y protegido, de alguna forma logré abrir mis ojos y solo pude mirar una espalda humana de color rojo y blanco. Espera... ¿rojo? Esa persona había tomado mis pezuñas y las había colocado a los costados de sus hombros.
Al llegar al destino previsto me di cuenta de que era de donde provenía el aroma a jengibre, el hombre llevo su mano a mi cabeza; acariciándola suavemente en un gesto de confort.
Se me había otorgado un hogar donde aquella peculiaridad por la que fui abandonado ahora era apreciada y vista como la imagen de todos los renos de Santa. Llego la tan esperada "navidad" la primera para mí, y quizá también para otros, el ver como al despertar los niños tenían una sonrisa casi instantánea en sus rostros aliviaba el cansancio por el largo recorrido y al llegar a casa descansábamos al lado de una chimenea y alimento. Nunca me había sentido tan pleno estando acompañado de un ser humano, y ahí fue cuando me di cuenta que este hombre no sólo repartía felicidad a los niños, sino a todos con quien se encontraba.
