Cuando te fuiste dejaste fantasmas en cada esquina de mi casa.
Detrás de cada cortina y al frente de cada espejo.
Cada uno de ellos con una característica que los hacia únicos.
Al principio debo admitir que los odiaba, teníamos la peor relación del mundo.
Aún puedo escuchar cada diálogo de como harían para acabar con mi vida mientras yo dormía.
O cuando estaba frente al espejo y se acercaban todos a decirme que yo no valía la pena y que ella era más linda.
De cómo me convencieron de que jamás nadie podría ver lo bueno en mi.
Y que yo estaba llena de cosas malas dentro de mi.
O de cuando el silencio se apoderaba de mi habitación y podía escuchar sus risas sobre cómo me dejaste llorando aquel día.
Me señalaban y arrojaban sobre mi cada mala palabra que alguna vez escuché.
De vez en cuando aún me hablan de cómo debería lastimarme para la liberación o de cómo mi peso jamás será el deseado y qué realice ciertos eventos que no son agradables de tocar.
Son tres fantasmas.
Creí que jamás podía hacerlos desaparecer.
Hice de todo.
Salía para distraerme, aprendí a tocar un instrumento y todas esas actividades que había dejado el tiempo en que nos conocimos con mis fantasmas.
Pero no, cada vez que tenía un segundo de tranquilidad ellos venían a atormentarme.
Luego una bruja con lentes y cabello rizado me explicó que jamás podían desaparecer, ellos se habían convertido en parte de mi, una parte desagradable pero mía a final de cuentas.
Como sea, tenía que aprender a convivir con ellos de alguna forma o todo terminaría de la peor manera.
Así que un día nos sentamos los cuatro a dialogar y logramos llegar a un acuerdo.
No puedo negar que de vez en cuando uno de ellos rompe nuestro contrato y es horrible.
Así es cómo puedo tener días o muy buenos o muy malos y aún no sé cómo eso es posible.
Pero supongo que tú nunca sabrás de ellos.
Dicen que te odian y que eres el peor ser humano que haya pisado la tierra.
Sus palabras, no las mías.
