lágrimas del mounstro

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"El mundo no sabía que al despertarse, alguien ya no existiría…"

Ellos estaban demasiado solos, los dos. Se levantaban cada día para volver a hacer las mismas cosas que el día anterior, constantemente sin siquiera un nuevo e inesperado rayo del sol en sus ventanas. Era de esperarse que aquella rutina al final terminaría destrozándolos, lentamente pero seguro.

Los dos estaban enfermos. Pasó una mañana cualquiera, aquella vez se despertaron igual que siempre pero algo andaba mal. No era el sol en la ventana ni el aire estancado del cuarto, no era una lista de trabajo interminable y ni siquiera era ese malestar en la garganta por un resfriado. Era algo diferente, algo que hace mucho dormía dentro y por fin comenzó a dar algunos indicios de vida. Ese algo de a poco, comenzaba a hacerlos diferentes. Con cada día que pasaba, el monstruo crecía y devoraba todo lo que alguna vez les importó. Sus sueños, esperanzas, preocupaciones… todo fue devorado por aquella terrible criatura dejando un lugar vacío de por medio.

Se encontraron en un café. Ella leía una revista que poco tenia de interesante, tan solo quería pasar el rato mientras esperaba su taza de café. Él, buscó con la mirada un lugar vacío pero el único estaba al lado de ella. Se sentó y sus miradas se cruzaron. Fue tan solo un medio segundo pero les bastó para conocerse. En sus ojos se reflejaba el mismo monstruo, los dos lo notaron. En los siguientes minutos, tomaban en silencio sus tazas de café. Cuando terminaron, pagaron sus cuentas y salieron juntos. El cielo azul anunciaba un hermoso día, ellos eran los únicos quienes no lo notaron. El monstruo era tan grande que se asomaba por sus ojos y les tapaba la vista. Solo podrían ver las calles grises y siluetas de la gente apurada que iba a paso rápido hacia algún lugar del mundo. 

Cruzaron la calle en silencio, no se miraban pero se mantenían cerca con un leve temor de perder el uno al otro. Caminaban despacio, aquel día por fin era diferente, por fin pudieron caminar despacio. Cada uno pensaba en su monstruo, en como quitarlo y si realmente era necesario hacerlo. ¿Para que quitar algo que les regaló un día diferente? Si, les hacia daño pero la rutina también los dañaba. El mundo los dañaba.

Sus manos se tocaron y los dos pensaron lo mismo: “ahora no estamos solos” pero lo seguían estando.

Pasaban horas y ellos seguían caminando sin decir una sola palabra, ya era suficiente con tener que sentir al monstruo del otro. El sol recorría el cielo, la gente seguía apurada. Ellos querían hablar, gritar, aferrarse al único ser familiar en todo un mundo de desconocidos. Querían decir: “Soy como tú” pero eso ya era tan obvio como respirar. Tan solo siguieron yendo hasta que el camino se acabó, el día se acabó, el sol se acabó…

— ¿Te volveré a ver? — Preguntó él.

Y Ella asintió con la cabeza.

— Mañana, a la misma hora, en el café.  — Dijo.

Él le sonrió, era la primera sonrisa suya en mucho tiempo. Era la primera vez en mucho tiempo que ella recibió una sonrisa. El monstruo también sonrió pero ellos solo sintieron un agudo dolor en el pecho.

Sin despedirse, cada uno se fue a su casa donde nadie los esperaba. La noche transcurría lenta, como cualquier otra noche en la vida de ellos pero el monstruo, aquel monstruo no quería dormir. Todo el tiempo raspando con sus uñas lo que quedaba de sus mentes. Ellos sabían que el próximo día sería el último, antes de que el monstruo no deje un rastro de ellos.  Cada uno pensaba en lo mismo, cada un decidió lo mismo. Los dos sabían lo que harían, la noche sabía. El mundo no lo sabía, al mundo no le importaba. Habían más monstruos y más gente que no se encontraba. Ellos lo hicieron, no necesitaban nada mas.

El día lucio toda su tristeza despertándolos con una fría lluvia. Ella se levantó por primera vez con mas ganas de lo que siempre se levantaba, vistió su mejor ropa, se arregló el cabello aun sin pensar que la lluvia lo arruinaría. Hizo callar por un rato a su monstruo con un trago de algo fuerte y amargo como la existencia misma. Cuando llegó al café, él ya estaba allí, sentado en el mismo lugar de ayer, custodiando uno para ella. Se saludaron y pidieron lo mismo de ayer. Ella dejó escapar una sonrisa nerviosa y un poco triste, el monstruo en su interior hoy estaba mas grande que nunca y él lo notó, también le sonrió dejando que ella vea al suyo. Eran idénticos, hasta se podría decir que eran el mismo monstruo dividido. El café estaba caliente, les quemaba las gargantas pero ellos no esperaron a que se enfrié, hoy no esperarían nada mas aunque eso implique quemarse la garganta.

— ¿Como lo pasaremos? — Pregunto él.

Ella entendió todo, entendió que a los dos les quedaba un solo día. No dejarán vivir a sus monstruos.

— Ya no tiene importancia. — Respondió — Solo tal vez… quiero amar una vez mas.

— Yo también quiero amar una vez mas…

Salieron del café sostenidos de la mano. Sus manos estaban frías. Sus miradas estaban frías. La lluvia estaba fría. Caminaron igual que ayer, en silencio.

— ¿Quien despertó a tu monstruo? — Pregunto ella de repente.

— Una mujer, un amor del pasado. — Respondió él. — ¿Y al tuyo?

— La soledad… supongo. — Respondió ella.

Los dos querían una sola cosa, amar pero no siempre sale amar a quien realmente lo merece, no se puede enamorarse de repente y de quien elijas. Las cosas no funcionan así, ellos lo sabían pero por un día, por este día ellos querían que las cosas así, funcionen.

Un beso, es lo que se necesita a veces para olvidarse de quienes somos y a quienes besamos o a quienes realmente quisiéramos besar. El beso de ellos fue largo y sutil, frio por la lluvia, caliente por las lenguas quemadas en el café y salado por las lágrimas. Lagrimas del monstruo.

Oscurecía, en el cielo aparecieron las primeras estrellas. La ciudad se tranquilizaba, el mundo se calmaba, tan solo el monstruo seguía acechando entre la oscuridad del vacío en el interior de dos seres perdidos. Ella miró como de a poco los faroles comenzaban a iluminar la calle. Luces naranjas, tristes y distantes como en un sueño, iluminaban las siluetas de dos personas, mostraban las sombras de dos monstruos que se unían en una eterna hambre. Él miraba al cielo, sus pasos estaban lentos, su respiración tranquila. La lluvia paró hace rato y solo los charcos con la humedad recordaban la frescura de las gotas que alguna vez cayeron de aquel cielo ya despejado.

El día llegó a su fin.

En un ridículo intento de detener el tiempo, detener al mundo, él la abrazó. Ella sintió la calidez de un cuerpo vivo, uno que estaba tan cerca. Por un momento los dos se sintieron bien, hasta el monstruo dejó de arañar y se quedó inmóvil, enterrado bajo varias capas de la piel, recuerdos, perfumes, sentimientos. Aquel momento solo duró unos segundos, demasiado pocos para desterrar a un monstruo pero suficientes para calentar dos almas. Ya se hacía tarde…

— Adiós — Dijo él, terminando el abrazo.

— Adiós — Susurro ella, apartándose.

— Hasta nunca — Cantó el monstruo pero nadie lo oyó.

***

Los primeros rayos del sol, iluminaron dos ventanas abiertas. El viento bailó por los cuartos vacíos. Él y ella ya no estaban, tan solo dejaron unas manchas oscuras en el suelo. El monstruo también desapareció, saltó por la ventana durante la noche y voló hacia las estrellas…

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