Bajo la campana de Leene

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Fue una sorpresa ver aún oscuro parte del cielo, apenas faltaban unos minutos para el amanecer y las campanas de la plaza continuaban sonando. Se preguntó si a los vecinos no les molestaría levantarse tan temprano a causa del ruido, pronto recordó que la mayoría de ellos no eran campesinos como él, sino comerciantes que irían a la plaza para levantar sus puestos y vender sus mercancías, mismas en gran parte venidas de las cosechas de su madre y él, cultivadas a cambio de un pago muy bajo. Suspiró pensando en la dudosa ventaja de los suyos.

El desierto de Fiona no era muy extenso, en cuatro o cinco horas podría cruzarlo a pie tomando un atajo para llegar a Porre; podría hacer poco menos de una hora en el Ferry, pero no tomaría el barco por el costo del pasaje, aunque si usaba las monedas que le dio su madre... ¡No! Se hizo en ese momento el compromiso de no gastarse ese dinero, por el contrario, se lo regresaría en cuanto volviera a casa. Se consideraba un chico muy activo, así que no le pesaría caminar, aunque era muy temprano aún. Tal vez se dejara caer en Plaza Leene para echar una ojeada. ¿Por qué no? No demoraría. Sentía curiosidad por ver la plaza desierta para compararla después por la tarde, estando ya abarrotada de gente y puestos.

Media hora después, llegaba al cerro donde la plaza había sido construida hacía ya casi trescientos años, a un lado de un cañón en una zona montañosa. Tal y como imaginaba el sitio estaba casi desierto, salvo por un hombre y una chica a los que nunca había visto en el pueblo.

La chica tendría quizá unos veinte años, probablemente la nieta del hombre más viejo. El anciano, quizá un mercader noble, era rechoncho, tenía un inmenso bigote canoso y vestía extravagante: un traje azul con todo y chaleco, también usaba unos anteojos de bordes azules y un inmenso gorro en dos puntas separadas a los lados de color a juego con su ropa; desenvolvía con cuidado unos paquetes alargados, mientras la chica montaba el puesto.

Curioso por el contenido de los extraños paquetes, Crono se aproximó con disimulo. Una empuñadura se asomó de uno seguido de una gran, imponente y brillante hoja. Maravillado por la espada, sin recato llamó la atención del viejo.

—¡Buena mañana! Disculpe señor.

—¡Oh, el primer cliente! —exclamó la muchachilla al verle—. Se lo dije señor Melchor, en las cercanías de Truce se consiguen clientes muy rápido.

Pero el hombre gruñó sin darle importancia a las palabras de su ayudante, continuando su tarea desenvolviendo el resto de las espadas. La chica arrastró a Crono al puesto a medio construir mostrándole algunas de las armas ya colocadas en exhibición.

—¡Mira esta maravilla, muchacho! Es una espada de latón muy resistente, ideal para la defensa contra monstruos. Tienes que llevártela, tan solo cuesta doce piezas de plata.

Eso era justo lo que su madre le había dado, pero seguía obstinado a no gastarse ese dinero, además ya tenía contemplado comprarse una espada de hierro en Porre, y el alcalde le había prometido treinta piezas de plata y dos de oro; aunque la de latón no lucía tan mal, la de la hoja brillante le llamaba la atención.

—Disculpa, ¿cuánto cuesta esa?

—Cincuenta piezas de oro —contestó el anciano sin despegar su vista de los paquetes restantes.

El precio dejó helado al muchacho. Esa cantidad no la había visto nunca junta, le parecía imposible pagar eso. Imaginó que quizá Sir Dianos sería el único capaz de comprarla, pero él no. La vendedora notó el asombro en su posible cliente, por lo que reanudó su explicación de nuevo.

—Como te decía, la de latón es muy útil para la defensa personal. Si sabes algo de esgrima te podría ser...

—Ah... no, disculpe. Creo que me daré una vuelta después. Gracias.

Chrono Trigger - La NovelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora