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Estaba muy cansado.

Después de todo el final llegó de manera inevitable y resulta que la historia no era un romance, sino una tragedia.

Ya era de noche y yo estaba sentado en la parte de enfrente de la casa. Observaba la calle desde el destartalado techo que simulaba un corredor, suspirando a profundidad cada que podía. Todo estaba muy callado en el barrio, no había ni un alma afuera y yo pude hundirme aún más en mi miseria sin que nadie me interrumpiera.

Ofelia estaba durmiendo en la casa de enfrente, junto con los hermanos de Devon. Los padres del desgraciado aún se hacían cargo de mi hermana e incluso me trajeron comida esta noche, quedándose conmigo para hacerme compañía. No entendía cómo era que esas dos personas, que en apariencia eran tan maravillosas, habían tenido un niño cómo Devon.

¿Serían iguales a él? Tal vez tenían una cara oculta del mundo, quien sabe, yo no quería descubrirlo.

Las cosas eran más bonitas de este modo.

Mientras el aire se volvía más frío, mi corazón pareció calmarse. Aún me quedaban muchas noches de tristeza, pero en ese momento, por primera vez en un largo tiempo, sentí que no estaba parado al borde del mundo, luchando por no caerme al precipicio.

Ya estaba en él, no había nada que temer.

Traté de sonreír, a ver qué tal me iba, pero era demasiado pronto. Miré el cielo y me di cuenta que, a pesar de todo, aún había un par de estrellas que alcanzaban a verse.

Cerré los ojos y disfruté del silencio. 






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