Loud y House

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Los vecinos, por lo general, miraban con desprecio la casa del 1216 de la Franklin Avenue, la casa de los Loud. No había hora del día en la que no se escuchara el alboroto que se gestaba en esa casa de locos. Las inmobiliarias ya habían recibido algunas demandas por no haber avisado a sus clientes que su propiedad se encontraba a metros de una casa donde vivían diez niños hiperactivos, ruidosos y con poco respeto por la privacidad ajena. Sin otras opciones, los vecinos simplemente habían aprendido a convivir con el ruido. Era como salir a caminar bajo la lluvia, sin paraguas. Al principio es bastante molesto, pero llega un momento en el que tu cerebro decide que no vale la pena continuar gastando energía en reconocer el impacto de cada gota sobre tu cuerpo, y pasa a un modo en el que sabes que está lloviendo —y quizás alguna gota en tus ojos te lo recuerde—, pero en general ya no te importa. Así de acostumbrados a los Loud estaban los vecinos.

Fue por ello que, aquella noche de domingo, fueron capaces de notar que la tormenta torrencial de todas las noches ahora era tan sólo una simple llovizna. Alguien que viviera en otro barrio se habría sorprendido del sonido de guitarras eléctricas, televisión, y lo que parecían ser autos de karting. Pero los vecinos de toda la vida se percataron de sutiles diferencias. Obviamente, nadie decidió darle demasiada importancia hacia el asunto. En primer lugar, porque no era asunto suyo. En segundo lugar, porque un poco menos de ruido siempre sería bienvenido. Y finalmente, porque en verdad no estaban muy seguros de que su impresión fuera correcta. Después de todo, ciertamente aún se oía una conmoción. Quizás su intuición se equivocaba.

Lo cierto es que su intuición no podía estar más acertada. La clave estaba en los detalles.

Por ejemplo, Luan veía, como todas las noches, su programa favorito de comedia, Fail Armada. La televisión estaba a todo volumen, como siempre era necesario para poder oír algo por encima del resto de la casa, pero esta noche faltaban sus carcajadas cada vez que alguien se caía o hacía algo tonto. Los vecinos tampoco oían un balón de fútbol americano rebotar por todas las paredes de la casa, derribando muebles a diestra y siniestra. Solo se escuchaba un golpeteo contra el dintel de la puerta producido por la pelota de béisbol que Lynn lanzaba, mientras esperaba sentada en la escalera. El show de luces y explosiones de la habitación de Lisa también brillaba por su ausencia; no hacía falta tantos aparatos para leer sus libros de medicina. Lola y Lana, a primera vista, parecían estar haciendo lo mismo de siempre, manejando el karting por la casa y jugando con sapos e iguanas. Sin embargo, las dos trataban de estar lo más cerca posible de la puerta de entrada, esperando que se abriera en cualquier momento. Luna también parecía cumplir con su rutina, tocando su guitarra con los amplificadores al máximo. Pero no estaba tocando nada de Smooch, Wink-182, Bomb Yovi, Aero is Myth, o Rhymes 'n' Proses como solía hacer para descargar su energía acumulada. Estaba tocando una canción de We Totally Have a Name, la banda que toda la familia Loud sabía que Luna sólo escuchaba o tocaba cuando se sentía particularmente vulnerable. Los vecinos no encontrarían mucha diferencia, pues oirían los enérgicos riffs de guitarra y creerían que era una simple canción de punk rock, como siempre. Por supuesto, no tenían forma de medir el sentimiento y la preocupación que la chica le daba a los versos de 'Dumb Reminders'.

Honestly, I'd give anything, to be with you, right now...

Lucy era la única que parecía continuar con sus actividades normalmente. Nadie la había visto desde que habían llegado a la casa, así que suponían que estaba escondida en los ductos de ventilación, escribiendo algún poema.

Mientras tanto, Lori y Leni estaban en su habitación cuidando a Lily. Leni estaba acostada en su cama, levantando en el aire a su hermana bebé, que disfrutaba enormemente separarse del suelo, estallando en risas y moviendo sus pequeños brazos con emoción. Lori trataba de sonreír ante aquella vista. En verdad quería hacerlo, sonreír, divertirse y distraerse. Pero lo único que hacía era ver la pantalla de su teléfono. Le había enviado cuatro mensajes a sus padres, preguntándoles dónde estaban, cómo estaba Lincoln y si llegarían a la hora de la cena. Los cuatro mensajes habían sido enviados, recibidos y leídos, pero ella no había recibido ninguna respuesta.

Réquiem por un LoudDonde viven las historias. Descúbrelo ahora