La tormenta - Parte II

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¡Lincoln! ¡Lincoln!

La voz de Lori se perdía entre las risas del resto de los niños y niñas que jugaban en la plaza. Ella caminaba entre columpios y sube y bajas, buscando con la mirada cualquier señal de cabello blanco.

Echó una mirada hacia atrás. Sus padres continuaban tratando de calmar a las gemelas, quienes lloraban en el carro de bebés doble que el abuelito Pop-Pop les había comprado. Lucy, de tan sólo tres años, estaba parada junto a ellos, tomando de la mano a su madre con un rostro imperturbable y una mirada perdida detrás de su cabello negro.

Sus padres estaban muy estresados, y si las gemelas no se calmaban, eran capaces de dar por finalizada la salida recreativa y regresar a casa. Lori no podía culparlos. Tener gemelas era toda una nueva experiencia para ellos. Por eso ella era la encargada de cuidar a los demás. Asegurarse de que Leni no se perdiera, que Luna no se alejara demasiado en sus caminatas, que Luan no contara chistes a extraños, que Lynn no se lastimara jugando, y sobre todo que no lastimara a su hermano.

Lincoln, sin embargo, no estaba jugando con Lynn, según la pequeña atleta le había dicho. Al parecer, por más ganas que tuviera de seguir a su hermana mayor, no estaba preparado para columpiarse hasta lo más alto y luego saltar sobre la arena. Se había ido, presuntamente, a jugar a los toboganes, pero Lori los había recorrido todos de arriba a abajo y no estaban por ningún lado.

Volvió a echar una rápida mirada a sus padres. No quería que supieran que no sabía dónde estaba su hermanito. Ella debía estar a cargo, era la hermana mayor. Incluso aunque no se lo pidieran, su responsabilidad era la de cuidar a todos, asegurarse de que todo estuviera en orden para que ellos pudieran descansar y relajarse al menos un poco. Con lo estresados que estaban, lo último que quería era que además tuvieran que salir a buscar a un niño.

¡Lincoln! —Volvió a llamar.

No estaba en la plaza de juegos, así que imaginó que quizás habría ido al baño. Lincoln siempre, SIEMPRE pedía que alguien lo acompañara porque le daba miedo cruzar al otro lado del parque solo. Mientras se acercaba al pequeño puente que cruzaba por encima del arroyo, se preguntó dónde debería buscar si es que no estaba allí. ¿Dónde podría estar? Estaban a muy pocos metros de la acera, podía ver la parada de autobús desde donde estaba. ¿Y si se había ido del parque? ¿Y si estaba persiguiendo un globo? ¿Y si vio un cachorrito que le recordó a Charles y había salido del parque para ir a buscarlo? No quería preocuparse, no quería hacerse ideas, pero era difícil estar tranquila sabiendo que, bajo su guardia, su hermanito de seis años no aparecía por ningún lado.

Puso un pie sobre el puente cuando un sonido llamó su atención. Creyó que podría haber sido el pequeño hilo de agua que golpeaba las rocas debajo del puente. Se quedó quieta unos instantes, y lo oyó de nuevo, esta vez absolutamente segura de que no era el agua en movimiento. Tenía muchos años de experiencia como hermana mayor, y podía reconocer un llanto en cualquier lugar.

Miró en todas direcciones, buscando a alguien llorando, pero no encontró a nadie. ¿Cómo podía escuchar un llanto si es que no había nadie cerca?

Agudizó el oído, y tras algunos segundos, miró hacia abajo. El puente sobre el que se encontraba era una pequeña estructura de madera que hacía una curva sobre la pendiente que llevaba al pequeño arroyo. Su padre lo había descrito en alguna oportunidad como un puente japonés, sea lo que fuese que eso significase. Lo único que sabía es que el piso era una serie de tablas de madera, y al mirar hacia ellos y concentrarse, creyó encontrar la fuente de sonido.

Volvió hacia atrás en sus pasos hasta el inicio del puente. Con cuidado, bajó por la inclinada pendiente de la ladera del arroyo. Volteó a su izquierda, y su instinto de hermana mayor se activó de inmediato.

Réquiem por un LoudDonde viven las historias. Descúbrelo ahora