Período azul - Parte II: Monumentos

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Lincoln no tenía el conocimiento científico de su hermana Lisa. No conocía las leyes de la termodinámica, ni las leyes de Newton. Pero él era un entusiasta de los cómics, y más de una vez había leído acerca de una Ley muy particular: la Ley de Murphy. Esta Ley planteaba que todo lo que podría salir mal, saldría mal. Él nunca había terminado de entenderla, pero cuando Cristina apareció en el centro comercial, finalmente comprendió la belleza del universo conspirando contra uno.

Para empezar, el momento de la interrupción no podía haber sido menos oportuno. Él había planeado su "cita" con Ronnie Anne para prepararla para la noticia. La había llevado a comer al centro comercial, donde nadie podría molestarlos. Estaban comiendo sus hamburguesas y papas fritas, disfrutando del suave ruido de la fuente de agua detrás de ellos. Hablaban y reían como siempre hacían cuando se reunían. Se notaba a leguas que ambos disfrutaban de la compañía del otro. Lincoln era realmente feliz con ella, pues Ronnie Anne despertaba sensaciones nuevas en su interior. Por eso la había besado. Viéndola a los ojos, no pudo resistirse, tuvo que hacerlo. Y luego todo se fue al demonio. Finalmente se había decidido a darle la noticia, sintiendo que ya no podía seguir ocultándole la verdad. Necesitaba decirle. Pero justo cuando estaba por revelar su fatídico diagnóstico médico, ella lo había interrumpido.

Segundo punto del cual el Universo se había valido para aplicar la Ley de Murphy: el malentendido. Ronnie Anne creía que estaba por pedirle que fuera su novia. La idea no se le había cruzado nunca por la cabeza. Sí, la quería mucho... Probablemente incluso ya la amara. Pero era un niño de once años, no se sentía listo para tener una relación formal, para tener una novia. Y quizás allí él había tenido parte de la culpa, pues su reacción inicial fue muy desacertada. ¿En qué estaba pensando cuando le dijo que no quería ser su novio? Le hubiera encantado, pero no se sentía listo. Vio en el rostro de Ronnie Anne la decepción y la tristeza, y trató de explicarse. Pero estaba nervioso, y no lo había hecho a tiempo.

Toda esa sucesión de pequeños desastres parecía haber cumplido un único propósito: preparar el terreno para que la súbita aparición de Cristina desencadenara el desastre. Porque seguramente habría múltiples explicaciones acerca del por qué la chica, otrora amor platónico de Lincoln, había gritado su nombre y se había acercado a toda velocidad hacia él. Pero Ley de Murphy mediante, la mente de Ronnie Anne, claramente influenciada por el momento y el malentendido previo, decidió elegir la peor explicación.

— ¿Cristina? —Dijeron Ronnie Anne y Lincoln, al ver a la chica de pie frente a ellos.

Cristina se veía bastante mal. No en un sentido estético; era realmente una hermosa niña. Pero se veía muy triste, con sus brillantes ojos a punto de derramar lágrimas. Su miraba danzaba entre Lincoln y Ronnie Anne. Era obvio que había visto a Lincoln desde la distancia, pero no parecía haberse percatado de Ronnie Anne.

— ¿Ronnie Anne? —Preguntó finalmente, con la voz quebrada— ¿Qué haces aquí?

Lincoln giró la cabeza a su izquierda para ver a Ronnie Anne.

Ella miraba a Cristina, claramente tan confundida como él. Lentamente, volteó a ver a Lincoln. Él vio cómo los ojos de su amiga se dirigían directamente a sus pantalones elegantes, a sus zapatos marrones, a su camisa y a su peinado brillante. Ella luego volvió a mirar a Cristina, y una vez más a Lincoln. Casi podía oír los engranajes de la mente de Ronnie Anne trabajando. Y finalmente, vio cómo la confusión en su mirada se transformaba. Era una mirada que Lincoln sólo había visto una vez, cuando él la había insultado frente a sus amigos en el restaurante Jean Juan. Una mirada de decepción y tristeza, pero ante todo de ira.

—Ahora entiendo —dijo Ronnie Anne, poniéndose de pie—. ¿Es eso? ¿Por eso no puedes estar conmigo?

— ¿De qué hablas?

Réquiem por un LoudDonde viven las historias. Descúbrelo ahora