Reglas cardinales

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Draco acababa de subir al portaequipajes de su carro el único bolso que llevaba Hermione. Según le había dicho, el resto de sus cosas se las haría llegar Giovanni, durante horas de la tarde.

Estaba nervioso, pues sabía a lo que se enfrentaba. Si bien por un lado, su corazón saltaba de alegría al saber que a la obstinada Herms Grennett, podría llegar a dominar de alguna forma; por otro, sabía que esos ojos color miel en cualquier momento lo harían decaer. Sentía que aquella pasión adolescente aún estaba viva, que no en vano la admiró por tantos años en Hogwarts y que no era un detalle el haberla martirizado por tanto tiempo solo por el hecho de querer ser mejor que ella.

Jamás, en ninguno de sus mejores sueños —o incluso pesadillas— pudo imaginar que cargaría un bolso dentro de un vehículo muggle, conduciendo a la futura señora Malfoy (embarazada) hasta su nuevo hogar. Jamás creyó que esa «señora Malfoy» fuera Hermione Granger. Ya estaba hecho a la idea de cerrar el ciclo de vida al lado de Astoria Greengrass, su aristócrata novia de años que, por más que intentó llegar a amar, jamás pudo

¿Amar? Mejor lo pensaba bien. Es cierto, jamás lo pretendió. Porque si lo hubiese hecho, Astoria nunca habría sufrido el dolor de saber de sus infidelidades, pero ella era una mujer inteligente por tanto no se explicaba por qué lo soportó por tanto tiempo o por qué, a sabiendas de que Lucius ansiaba un nieto, ella no se lo dio... tuvo la oportunidad... miles de oportunidades, y no lo hizo. ¿Tendría algún problema biológico de infertilidad? Imposible. Astoria no era de esas que se escondía los temas médicos. Aunque si lo pensaba bien, no era asidua a hablar de hijos, ¿sería entonces que no quería tener uno con él? Bueno, no era necesario ser adivino. Él, sin tapujo alguno, gritaba a los cuatro vientos su negación absoluta a la paternidad. Tal vez por eso Astoria posiblemente se hubiese cerrado a la idea de ser madre, todo para no ir contra de su voluntad y por mantenerse junto a él, guardando las apariencias.

Eran tantas interrogantes que tenía en la cabeza, que casi como autómata ayudó a Hermione a subirse al auto. Incluso debió mover el asiento del copiloto hacia atrás para darle mayor espacio a ella para que se pudiera sentar cómodamente.

Hermione se sentía una como una «inmensa vaca» (así se había imaginado) ya que jamás le habían tenido dar espacio para que cupiera, siempre había sido delgada y ahora sentía que su cuerpo ocupaba todo el lugar y aun así... le seguía faltando... además veía que la panza estaba creciendo con «alevosía y mala intención», por lo que no descartaba encerrarse para que nadie la viera. Mientras sus ojos estaban pegados en el paisaje circundante (un montón de autos estacionados) y su rostro reflejaba un total descontento, advirtió que Draco le colocaba el cinturón de seguridad dando el máximo a la cinta para poder cruzarla por su cuerpo.

—Deja, yo puedo hacer eso —dijo en un intento vano por realizarlo ella, pues Draco no la tomó en cuenta. Sinceramente no era porque él trabajara o hiciera algún esfuerzo demás. Era porque el aroma de él... ese aroma tan especial a sándalo y ámbar, con un toque de tabaco... hacían que sus sentidos se activaran exponencialmente y que su pulso se acelerara.

—Tranquila Granger, sé que tienes las hormonas revolucionadas, pero no te haré el amor aquí en el carro. Además, no sabría por dónde empezar —dijo realizando un movimiento de cejas, a lo cual ella respondió con su típica cara de pocos amigos. Ya sabía que estaba gorda, no necesitaba que Draco se lo restregara de frentón.

—Sé que estoy... «grande»... —reconoció con un hilo de voz, casi triste tratando de no darle importancia a lo dicho por él.

—Pero es poco... —agregó tratando de suavizar lo dicho anteriormente, lo único que no quería era que ella se llegara a sentir mal por su físico. Terminó de unir las cintas, tratando de no mirarla. Sabía que las mujeres embarazadas eran por demás sensibles, eso sumado al carácter de Hermione, era como tener una olla a presión repleta de chiles picantes a punto de explotar... Por otra parte, sabía que ella se había sentido mal por haberle insinuado que por su estado no podría hacerle el amor. Si supiera que con o sin panza la encontraba extremadamente femenina, sensual y bella, que estaba seguro que en la cama buscaría la posición exacta y la haría sentir plena y deseada, tanto o más como aquella vez en Australia—. ¿No te aprieta? —preguntó una vez que terminó de asegurarla.

Y todo por una nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora