Ginny Potter estaba más preocupada de la cuenta. Harry llevaba exactamente dos semanas sin ir al trabajo. Había solicitado que un médico amigo le extendiera una licencia con la cual justificaría sus días de ausencia ante el ministerio, pero ella sabía que no estaba enfermo y que algo estaba planeando, porque dormía poco, se encerraba con un par de hechizos en la biblioteca de la casa y ya casi ni compartía con sus hijos y estos lo estaban extrañando.
A veces no cenaba o pedía que alguna empleada de la casa le llevara algo de comer en horarios no acostumbrados.
En más de una oportunidad Ginny lo escuchó levantarse en la noche y asomarse a la ventana. Suspiraba y le veía los ojos vidriosos. Esa actitud desesperante y deprimente la había comenzado a gestar desde el día en que Hermione regresó. Sin embargo, en las últimas dos semanas, mismas que Hermione llevaba de casada con Draco Malfoy, las acciones erráticas y poco comunes de su esposo iban en ostensible aumento, incluso llegó a creer que su esposo se estaba desquiciando, pues ya no tenía otra explicación para lo que le estaba ocurriendo.
Aquel día del matrimonio, ella quiso abordar el tema de por qué se había retirado de esa forma de la ceremonia, pero al llegar a casa, una vez que compartió de los festejos y de la alegría de su amiga, quiso hablar con Harry, pero este había salido, llegando muy tarde a eso de las dos de la madrugada. Ya el sueño la había vencido y se dijo que al otro día tomaría ese pendiente con él. Pero al otro día comenzó la escalada de acciones fuera de lo común de su esposo: inventando una enfermedad que no existía, encerrándose en la biblioteca, siendo irascible, iracundo, totalmente retraído y osco, acciones que estaban por sobre lo común de su habitual personalidad, poniendo incluso en tela de juicio su cordura.
Antes de hacer partícipe de sus sospechas a otras personas, a su hermano, por ejemplo, ella debía conversarlo con Harry. Debía estar clara en lo que realmente le estaba ocurriendo.
Usó su varita para ingresar a la biblioteca, pero el hechizo de Harry era tan fuerte que no se desvanecía un simple «Finite», no obstante, cuando quiso realizar otro, la puerta se abrió y salió Harry, sus ojos estaban rojos...¿es que había llorado?
Ginny lo tomó de los brazos y al hacerlo, Harry se quitó las gafas para limpiar sus lágrimas.
—Amor, ¿qué te ocurre? ¿Por qué lloras? —Harry en ese momento se tocó algo que tenía en el bolsillo, y Ginny reparó en ese detalle—. ¿Qué estabas haciendo? ¡Harry, dime!
—Está muerta...
—¿Quién?
—Ella... ella está muerta... y...
—¿De quién hablas? Harry me asustas, ¿hablas de tu madre? —Harry la miró a los ojos y la abrazó. Ella respondió el abrazo pegando su rostro al pecho de su esposo.
—¡Ginny! No te merezco. Soy un monstruo.
—Harry, no eres ningún monstruo eres un hombre como todos, con altos y bajos. Pero ahora me dirás qué ocurre.
—No puedo. Debo solucionar esto yo solo —soltó a Ginny dispuesto a ingresar nuevamente a la biblioteca, pero su esposa lo detuvo.
—No vas a ninguna parte, sin antes decirme qué está pasando.
—No Ginny, ya te dije. No es nada que a ti te interese. Y perdona si me viste así... es solo la carga laboral.
—No es la carga laboral, es otra cosa. ¿Tiene que ver con Hermione? —Harry bajó la cabeza y se quedó callado—. Dime, ¿estás enamorado de Hermione?
Harry sintió que el frío polar inundaba su cuerpo. No esperó jamás que Ginny le hiciera esa pregunta.
—Harry, ven. Siéntate aquí. Creo que debemos hablar, aprovechar que los niños están arriba jugando.
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Y todo por una noche
RastgeleUna noche de pasión significó un cambio radical en la vida de la afamada diseñadora de alta costura, Herms Grennett... para sus amigos, Hermione Granger... quien, alejada de la magia, había labrado su destino como una distinguida y aclamada diseña...