|8| Sanar es posible aunque sea escabroso

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Una vez más, Justin se sentía impresionado. Era miércoles por la tarde y se encontraba en la Universidad de Gold North, sentado en las gradas del campo de deportes. Éstas estaban vacías a excepción de unos pocos estudiantes esparcidos por los asientos. Él, particularmente, había escogido un lugar en las primeras filas, cerca del punto donde el grupo de porristas ensayaba.

Enfrascada en su tarea, Linda no había notado su presencia aún. Él esperaba que no lo hiciera hasta el final de la práctica. Había aparecido allí sin avisarle antes y no quería que su acto pareciera invasivo, pero esperaba poder disculparse con ella por lo sucedido la noche anterior.

El joven la había llamado por teléfono antes de dormir, como hacía cada vez que la oscuridad reemplazaba al día y se encerraba en su dormitorio-trastero. Era un hábito que había adoptado hacía tres meses, desde que la había conocido.

—¡Estuve leyendo hasta recién! No hay manera que mi cerebro pueda memorizar otra teoría —le comentó la chica.

—Te irá bien en ese examen, Lin —auguró él— Te fue bien en los primeros.

—Eso espero —suspiró ella— Oye, por cierto, olvidaste tu buzo en mi auto ayer.

Justin había empezado a ver a Linda algunos días de semana, cuando ésta concluía su práctica con las animadoras y él salía del trabajo. A veces, pasaban tiempo todos juntos, incluyendo a los amigos de la joven, pero otras procuraban ser solo ellos dos. Precisamente, el día anterior habían ido solos al cine.

La amistad entre ambos había crecido mucho con el paso del tiempo, y el muchacho no podía creer lo diferente que percibía la vida al tener alguien con quien compartir buenos momentos. De repente, las situaciones que antes lo amedrentaban al punto de causarle una insondable pena, le resultaban mucho más tolerables, pues estaba formando recuerdos bellos a los que aferrarse, al tiempo que generaba expectativas más alegres con respecto a su rutina.

—Puedes dármelo el sábado —dijo.

Linda empezó a replicar, pero un ruido en el pasillo alertó a Justin e hizo que desviara su atención. Alcanzó a colgar la llamada y esconder su teléfono debajo de la almohada antes de que la puerta de la habitación fuera abierta. Reconoció el rostro de su madre en cuanto ésta asomó la cabeza en el trastero. La mujer encendió la luz y clavó sus ojos en él.

—¿Con quién hablabas? —demandó saber, hostil.

—No estaba hablando —Se apresuró a responder.

—Te escuché, estúpido —farfulló ella, destilando irritación— ¿Con quién diablos hablabas?

El chico tragó saliva al tiempo que su mente procesaba alguna excusa.

—Estaba cantando —aseguró.

—¿Otra vez con esa tontería de la música? —se mofó su madre— ¿Por qué mejor no haces algo útil y te levantas a limpiar?

Las cejas de Justin se elevaron al tiempo que consultaba la hora en el móvil que, anteriormente, había escondido.

—Son las once de la noche.

—Estás despierto de todos modos, pequeño gusano. Tuve una cena con algunas amigas así que hay platos que lavar y cosas que ordenar en la cocina. Levántate y limpia.

—Pero...

—¡Que lo hagas! —explotó ella.

Él se puso de pie enseguida, calzándose sus pantuflas y dirigiéndose a la cocina. Agachó la cabeza cuando pasó junto a su progenitora y ésta aprovechó para golpear su nuca con tal fuerza que los músculos de su cuello dolieron.

Palabras CalladasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora