|1| La chica que quería volar con el viento

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Cuando Linda se elevaba en el aire, experimentaba la sensación de estar volando, aun cuando la gravedad volvía a empujarla hacia abajo de inmediato. Esos pocos segundos en los que sus pies despegaban de la tierra y solo era sostenida por el viento, podía saborear la libertad, la alegría... la serenidad que tanto le hacía falta.

Pero siempre tenía que regresar al suelo. Y, cuando lo hacía, la pena que asediaba su vida continuaba siendo exactamente la misma.

Linda D'amico había sido concebida 22 años atrás por un célebre jugador de fútbol y una modelo de exótica belleza. Ambos eran jóvenes cuando se vieron por primera vez en un evento de gala realizado en un prestigioso salón. Fabrizio D'amico era la nueva incorporación a un equipo de fútbol de primera liga y estaba haciendo alarde de su prometedor futuro con varios periodistas cuando sus ojos encontraron a la preciosa señorita de pie a pocos pasos de él.

Candy Paige era plenamente consciente de su arrebatadora hermosura. Allí, a donde fuera, la atención masculina estaba siempre sobre ella. Sin embargo, esa noche, cuando descubrió el rostro de Fabrizio entre la multitud, pensó que ningún otro hombre podría cautivarla tanto como él. Un flechazo de cupido atravesó sus corazones a primera vista. La pareja se casó a las pocas semanas de conocerse, convirtiéndose en la comidilla preferida de la prensa, en especial cuando, un breve tiempo después, nació su primogénita.

A pesar de los lujos que la rodearon desde que llegó al mundo, Linda se sentía vacía en su infancia. Los primeros años de su vida los pasó viajando de un lado a otro por todo el país, dependiendo de donde se jugara el partido del club de su padre o de donde se montara la pasarela en la que desfilaba su madre. No tenía amigos de su edad. En cambio, estaba siempre en compañía de adultos: Tenía un ejército de niñeras y tutores, visitaba a sus abuelos, frecuentaba a jugadores de fútbol, directores técnicos, diseñadores de moda, fotógrafos... Y no importaba quiénes eran o a qué ámbito pertenecieran, todos coincidían en una cosa: Linda era la niña más hermosa que habían visto en sus vidas.

Al contrario de lo que se hubiera esperado, Linda no era fanática de la atención que recibía. De hecho, la agobiaba tanto que, ya a sus seis años, padecía un grave estrés. Al descubrirlo, Fabrizio tomó la decisión de ralentizar el ritmo de sus vidas para poder darle a su hija la tranquilidad que necesitaba. No obstante, Candy estuvo en total desacuerdo con la idea. Estaba en el auge de su carrera como modelo y no podía darse el lujo de ponerle un freno: las oportunidades con los patrocinadores no se presentaban dos veces.

Aquella discrepancia entre la pareja sacó a relucir los mayores desperfectos de su matrimonio. El divorcio llegó tan rápido como, años atrás, había llegado su boda y, una vez más, la prensa se hizo un festín con ellos. La difusión de sus figuras en los medios de comunicación fue bien aprovechada por Candy para incrementar su fama, pero mal recibida por su, para entonces, ex marido. Atosigado por la situación, Fabrizio compró una pequeña casa en un modesto pueblo del norte y se mudó allí junto a Linda.

Al principio, fue bastante difícil acostumbrarse a la rutina. Ya no había horarios desordenados ni sirvientes. Se levantaban por la mañana y desayunaban juntos antes de empezar el día, él en su trabajo y ella en la escuela. Por supuesto, sus presencias habían causado una fuerte conmoción en la ciudad pero la atención que les dedicaron duró poco. El flamante jugador de fútbol continuó su carrera un tiempo más hasta que, harto de convertir su pasión en un negocio, decidió retirarse y volverse entrenador de los establecimientos locales. El hombre y su hija transcurrieron los años siguientes en ese oculto rincón del país, disfrutando la paz que éste les ofrecía. Finalmente, conocían lo que era una vida normal.

Candy visitaba a Linda cada fin de semana y la llevaba con ella a las grandes ciudades en las vacaciones. Las dos adoraban pasar tiempo juntas, pues se divertían mucho, en especial cuando asistían a los desfiles y la pequeña le permitía a su madre peinarla, maquillarla y probarle cientos de vestuarios diferentes. La mujer, como todas las demás personas, estaba encandilada con la belleza de la niña. Pero, por ello, Linda no podía percibir a Candy como una madre. En ocasiones, incluso, tenía la sensación de que Candy tampoco la trataba como una hija, sino como una muñeca, un pasatiempo...

Palabras CalladasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora