|23| Sus alas partidas por el propio peso a cuestas

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Linda se envolvió a sí misma con la frazada, buscando el calor que le proporcionaba y se levantó de la cama. Caminó con lentitud hacia la ventana para, una vez frente a ésta, observar el panorama a través de los cristales. El día estaba opaco debido a las nubes negras que adornaban el cielo e impedían que los rayos de sol iluminaran la tierra. Una fuerte ventisca hacía que las copas de los árboles se movieran con brío y las hojas en el suelo volaran junto a vehementes remolinos. Aquella imagen gris que sus ojos percibían la resultaba algo triste.

Inhaló profundamente y, luego, exhaló el aire de a poco. Era lo que su psicóloga le había dicho que hiciera cuando se sintiera inquieta. Las técnicas de respiración eran uno de los mejores mecanismos para evitar las crisis de ansiedad. La ayudaban a conectarse con su propio cuerpo, con el aquí y ahora, con el presente material del cual su angustia quería alejarla para tirarla en un mar de sentimientos abrumadores.

Cerró los párpados y apoyó la frente contra el marco de la ventana. Llevaba dos semanas encerrada en su antigua habitación en la casa de su padre. Por supuesto, no estaba encerrada en el sentido exacto de la palabra: había salido a la cocina para comer, o a la sala para ver partidos de fútbol. Además, también había salido de la vivienda, aunque solo lo hacía tres días a la semana para ir a terapia. Sin embargo, no importaban esos desplazamientos que llevaba a cabo, la sensación de encierro seguía aprisionándola en su interior donde quiera que fuera.

Había hablado sobre ello con su psicóloga. En realidad, habían hablado ya sobre muchas cosas. Al principio, luego de que sufriera aquel desmoronamiento emocional en la Universidad, no estaba cómoda con la terapeuta a la que había acudido. Luego, se dio cuenta de que jamás estaría cómoda con ninguna, porque era ella misma la que tenía miedo a abrirse, no importara a quién tuviera en frente.

—Linda, ¿sabes qué sucede cuando te tragas aquello que deberías decir? —interrogó la mujer en su primera sesión, una vez que pasaron diez minutos sentadas sin hablar, sumidas en el más ruidoso silencio— Aquello que callamos, lo retenemos dentro, se convierte en nuestra carga. No podemos soportar tanto peso...

La joven sabía que la psicóloga había tenido una entrevista con su padre antes de verla a ella. Seguramente, Fabrizio ya le había proporcionado suficientes datos de sus vidas, en especial los que eran pertinentes. No sabía qué más podía aportar.

—No... No sé qué decir —murmuró, mirando fijamente una pila de hojas dispuesta sobre el escritorio que se interponía entre ellas.

—No tienes que pensarlo mucho. Solo dime lo primero que venga a tu mente.

Linda estaba lista para que la palabra "Logan" se deslizara por sus labios. O, en todo caso, que fuera Justin el tópico que trajera a colación para explicar el ataque de estrés que había padecido... Pero no. La primera palabra que salió de su boca sin siquiera meditarlo fue:

—Pasarelas.

—Así que, ¿alguna vez has estado en una pasarela? —indagó su psicóloga.

—Muchas veces. Incluso antes de aprender a caminar, ya andaba gateando por todas las pasarelas más importantes... Mi madre es modelo y siempre me llevaba a los desfiles con ella.

—¿Te gustaba?

—Me gustaba cuando éramos solo ella y yo en los vestuarios, entre bastidores. Era divertido dejar que me pusiera vestidos, me peinara y me maquillara... Pero dejaba de serlo cuando salíamos a la pasarela.

Palabras CalladasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora