|5| Tristes vestigios de amarguras pasadas

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Era tal la cantidad de veces que Linda y Logan habían terminado su relación (solo para volverla a empezar días después) que la chica no podía recordar exactamente cuántas, ni los motivos que los habían guiado a ellas. Sin embargo, una ocasión había quedado grabada en su mente, tanto que era fácil para su memoria evocarla...

La primera de sus rupturas sucedió tan solo cinco meses después de iniciar su vínculo. Habían estado saliendo a diferentes lugares. Generalmente, durante el almuerzo, escapaban del instituto y comían en algún local del centro (eso si Logan se presentaba a clases, lo que ocurría con muy poca frecuencia, entonces, la esperaba en las puertas del edificio para irse juntos). También se habían visto fuera del horario escolar, por las noches, acudían esencialmente a espacios al aire libre.

Al principio, Linda se sentía extraña pasando tiempo con él. Jamás había imaginado siquiera que estaría confraternizando con Logan Roy (ni entendía por qué diablos había cedido a hacerlo). Era sumamente cautelosa en sus primeras interacciones y notaba que el chico también levantaba una sólida barrera entre ellos. Fueron evaluándose uno al otro durante un tiempo, tanteando el territorio, tratando de discernir sus mutuas personalidades e intenciones. Lentamente, la confianza fue llegando a ellos, y, cuando menos lo esperaba, Linda encontró que se sentía a gusto en su compañía.

Logan no era tan malo como pensaba. Una vez que él bajó la guardia frente a ella y distendió su carácter de naturaleza apática, ambos fueron capaces de compartir conversaciones extensas y bromas tontas como cualquier otro par de jóvenes. Ciertamente, el chico no era normal, siempre lo moldeaba un borde de aspereza y su autonomía era algo exacerbada, rozando el libertinaje, pero tenía una preciosa sonrisa que Linda se esforzaba en provocar. Cuando ésta era sincera, lograba que su rostro se suavizara y luciera mucho más afable, como si no cargara ningún tipo de peso sobre sus hombros...

Y vaya si lo cargaba.

—Maldito hijo de puta... —masculló Logan, dejándose caer en el césped junto a Linda.

Una hora atrás, ella estaba en clase cuando le llegó un mensaje de su, para entonces, pareja, pidiéndole encontrarse en el patio de la escuela. Percibió enseguida que algo andaba mal y sus sospechas se vieron confirmadas al vislumbrar el enfado en la postura del chico.

—¿Qué sucede? —inquirió, preocupada.

—Mi padre gastó cada maldito centavo en cerveza este fin de semana —comentó, sacando un cigarrillo del paquete que sostenía y llevándolo a su boca.

Logan vivía con su padre en una pequeña casa deteriorada de un barrio humilde. No tenía madre, ni hermanos, solo una multitud de tíos que no eran mejores que su propio progenitor.

—Puedo prestarte algo para... —empezó a ofrecer Linda.

Se interrumpió a sí misma bajo la fría mirada que su novio le dedicó en cuanto enunció esas palabras. Ya habían hablado del tema y él detestaba que ella le ofreciera dinero. Mas la chica no podía evitarlo. Sabía que sus recursos eran escasos... Y sabía a lo que recurría cuando se quedaba sin ellos.

—Haré una entrega esta noche —anunció él, exhalando el humo que previamente había aspirado.

—¡Prometiste que ibas a dejar de hacer eso! —recriminó ella.

—Ahora no puedo, ¿bien? —repuso él con enojo, elevando el volumen de su voz— No tengo alternativa.

—¡Sí la tienes! Yo estoy ofreciéndote mi ayuda.

—¡No quiero tu puto dinero, Linda!

Luego de su exabrupto, Logan suspiró, intentando calmarse. Giró su cuerpo de modo que pudo enfrentar el rostro de su novia. Acarició la mejilla de ésta con suavidad mientras volvía a hablar, esa vez, empleando un tono bajo y suave:

Palabras CalladasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora