El umbral

35 10 3
                                    

Allí estaba entonces, en mi habitación, medio dormida, un poco ebria, pero muy segura de que antes de cerrar mis ojos no había ningún chico a mi alrededor.

—Debe ser un sueño— dije para mi misma cerrando los ojos mientras me levantaba y me dirigía a mi cama para seguir durmiendo—. Solo estábamos la salamandra y yo, se habrá caído la pecera y la pobre habrá huido. Mañana la buscaré con la luz del sol.

Intenté ignorar la extraña situación la mayor cantidad de tiempo que pude pero cada segundo que pasaba con aquellos ojos clavados en mi nuca me hacía estremecer. ¿Acaso estaba sintiendo miedo? ¿Por qué de repente había comenzado a hacer frío? Me levanté nuevamente y cerré la ventana.

El muchacho seguía tirado en el suelo, aún mojado, con la mirada fija en mi y sin emitir ningún sonido. Vaya cosa, esas bebidas sí que habían estado fuertes.

—Solo eres un producto de mi imaginación— le dije—. En realidad no estás allí.

—Sí que estoy aquí— me respondió para mi sorpresa. Su voz sonaba seria y pausada, aunque sus ojos seguían clavados en mí—. ¿No me recuerdas?

De pronto mis rodillas se debilitaron y caí al suelo. No podía creerlo, ¡de verdad estaba en mi habitación! ¿Qué pensaría mi mamá si lo viera? ¿Quién era? ¿Qué quería?

—No grites— dijo como si leyera mi mente. Sin embargo yo ya estaba abriendo la boca para lanzar un grito. 

Todo sucedió en un segundo: el chico se levantó con una velocidad anormal, propia de algún tipo de animal salvaje, se acercó hacia donde yo estaba parada, me tomó entre los brazos y me tiró al suelo tapándome la boca. Sus ojos seguían clavados en mí y, lo más aterrador de todo, es que a pesar de la situación extraña que estaba viviendo no sentía miedo.

—Te dije que no gritaras— repitió, y yo asentí con la cabeza lentamente—. ¿En verdad no me recuerdas?

«Nunca hubiera olvidado ese rostro» pensé para mis adentros. Y es que era verdad: viéndolo tan de cerca podía notar el color de sus ojos, de un azul profundo como el océano. Sus pestañas largas y delicadas, aquel cabello negro que era tan largo que se había enredado entre mis dedos, la única parte del cuerpo que podía mover ya que él mantenía el resto inmóvil debajo de su peso.  

—Nunca te había visto en mi vida— le respondí en cuanto quitó su mano de mi boca, aunque algo en mi interior se sentía incómodo al decirlo. ¿Acaso lo había visto alguna vez? Podría jurar que no.

Sus ojos de pronto se apagaron y su mirada se desvió de la mía. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Si recordarlo significara hacer brillar sus ojos como hace unos instantes realmente me hubiera gustado hacerlo. 

—Hicimos una promesa en el lago. Juraste que no me olvidarías y esperé por ti, esperé muchos años— liberó mi cuerpo mientras decía estas palabras y tomó mi mano izquierda entre las suyas. Entonces pude ver lo que tenía en su mano también izquierda: en el dedo anular brillaba un anillo igual al que yo tenía colgado.

No sabía qué responder. De la furia pasó a una tristeza profunda y no estaba segura de qué decir. ¿Y si se había escapado de un hospital psiquiátrico? ¿Y si estaba loco? Pero, ¿qué había pasado con la salamandra? 

—La salamandra— dije.

—Nunca hubo una salamandra— respondió esquivando mi mirada—. Era yo.

No podía ser cierto, ¿cómo un chico iba a transformarse en una salamandra? Vaya, quizás las bebidas de Mecha tenían más que alcohol. 

—Eso no es cierto— comencé a reírme tontamente—. Los humanos no pueden transformarse en animales.

—Nunca dije que fuera un humano.

La situación se estaba volviendo cada vez más extraña. Yo realmente estaba viendo un humano allí, y aquellas circunstancias ya eran lo suficientemente extrañas como para que cualquiera saltara gritando por la ventana. Pero, además, ¿decía que no era humano?

—Soy un d...— de pronto se oyeron golpes en la puerta de mi habitación. Le hice señas para que se callara.

—¿Sí, mamá?— murmuré.

—¿Acaso estás loca?— contestó— ¿Con quién hablas a estas horas? Los vecinos comenzarán a quejarse.

—Lo siento, mamá, es Mecha que quiere saber cómo llegamos a casa y contarme lo que ocurrió con su automóvil, en cinco minutos le corto y me voy a dormir— respondí rápidamente.

Mi madre se quedó tranquila con aquello y se fue. Volví entonces la mirada hacia mi invitado y le hice señas como para que bajara más la voz.

—A mí nadie me baja la voz— dijo seriamente.

—Lo siento, pero si estás en mi casa y sobre todo de esta forma tan extraña, deberás hacer lo que te pido o irte, señor salamandra— una sonrisa escapó de mis labios.

—Entonces vayámonos a un lugar donde podamos hablar más tranquilos— ninguna sonrisa se formó en sus labios, por el contrario, lo dijo todavía más serio de lo que estaba antes. Y, sin ningún aviso, me levantó y se tiró por la ventana cargando conmigo en sus brazos.

No podría explicar con palabras la sensación de que alguien se arroje por la ventana contigo en sus brazos, sin embargo sí puedo decir que lo que sucedió fue de lo más extraño. En lugar de caer rápido y estrepitosamente, lo hicimos lentamente, como si estuviéramos sumergiéndonos en una piscina. No podía ver con claridad ya que era de noche y estaba oscuro, pero estaba segura de que aunque me tuviera sujeta en sus brazos había algo más a nuestro alrededor protegiéndonos.

Cerré mis ojos y me dejé caer junto a él, no sé si fueron segundos demasiado largos o minutos muy cortos, pero cuando los abrí mis ojos no daban crédito de lo que estaban viendo. ¿Era un túnel? Creería que sí, pero parecía formado por... agua. Y había cientos de pequeños peces de todos los colores, pulpos y otros animales marinos nadando fuera. Como si fuera un acuario, pero sin vidrio.

—¡Ay, por Dios! ¿Dónde estamos?—grité sin siquiera pensarlo.

—¿Por Dios?— respondió arqueando una ceja. Su cabello seguía mojado y un largo mechón de pelo caía sobre sus anchos hombros— Yo soy un dios. El dios del agua.

¿Estaba siendo realmente serio? «Cálmate, Runa» me dije a mí misma «No hay forma de que sea un dios».  Sin embargo, ¿qué otra cosa podría explicar lo que estaba ocurriendo? ¿Cómo de una salamandra rescatada pasé a tener a este chico en mi habitación? ¿Y qué otra cosa explicaría el hecho de que se tiró de un primer piso conmigo en sus brazos y en lugar de estamparnos contra el suelo acabamos en este lugar que, si bien impresiona, no podría ser otra cosa más que mágico?

—Por supuesto que soy un dios— contestó como si hubiera podido leer mi mente—. Y tu eres mi prometida. Lo prometiste y no estás cumpliendo con tu palabra, mentirosa.

—Juro que no recuerdo haberte visto antes— le respondí mientras inconscientemente mis dedos tocaban el anillo que siempre llevaba colgado del cuello—. Aunque no puedo dejar de pensar que esta situación es... tan extraña. ¿Por qué en lugar de sentir miedo de todo esto, quiero saber más?

Nos quedamos parados uno frente al otro por un momento. A nuestro alrededor el agua se arremolinaba y los peces nadaban sin alterar su rutina aunque estábamos allí. Sus ojos seguían oscuros y opacos, no azules y brillantes como la primera vez que los vi. Una gran melancolía se apoderó de mi pecho y presioné fuertemente el anillo en mi mano. 

—Sí— volvió a responder sin que preguntara—. Este es tu anillo de compromiso, el mismo que hace juego con el que llevo en mi dedo anular. Y este fue el lugar donde hicimos la promesa, el umbral de la puerta que conecta tu mundo con el mio. El lugar donde nos conocimos y también donde juraste que me amarías eternamente.

Y sin saber porqué, las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas.

Desde las profundidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora