La puerta hacia el otro mundo

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Así que finalmente estábamos todos reunidos. Aún me era difícil aceptar que Céfiro me había ocultado que había encontrado a la reencarnación de Silene. Lo que es aún peor, estaba enamorado de ella y por tal motivo no había dudado en traicionar a su rey.

Sabía de los sentimientos de Dafne pero sus sentimientos más cálidos no podían ni siquiera ser levemente comparados con todas las expresiones que Silene podía mostrar. Furia, tristeza, alegría, eran solo algunas de las caras que podía hacer, mientras que los dioses simplemente permanecíamos así, estáticos. Y también teníamos hijos emocionalmente estáticos.

Había sido un niño callado y solitario. Crecí con un completo desinterés por todo, mi madre y mi padre ni siquiera estaban juntos. A duras penas se veían alguna vez cada cierta cantidad de años, y nunca para ser una familia, siempre eran asuntos militares o políticos. Porque los dioses podemos ser superiores a los humanos pero vivimos en un mundo lleno de guerras y traiciones, donde todos luchan por ser el más fuerte o, por lo menos, tener un heredero así.

Y ese heredero le tocó a mis padres. Nací con la marca del dragón, que antes de mí portó mi abuela. Debido a esto, en nuestro mundo nadie quería acercarse a mi. Todos me tenían miedo.

No deseaba hablar con nadie, simplemente pasaba los días allí, inmóvil, viendo el mundo pasar a través del agua. Tuve tutores y guardianes para todo y a muy corta edad comprendí que mis responsabilidades eran más un puñado de intereses de mis padres que el verdadero deber de un dios. Era el dios del agua pero no tenía permitido interferir en el mundo humano a través de ella, ni hacer llover, ni controlar las mareas, ni evitar desastres. Solo podía verlos a través de mi pequeño truco de magia que todos consideraban como un pasatiempo extraño, pero para mí era lo único que importaba, lo único que me hacía sentir un poco vivo.

Y entonces la vi. Pequeña y frágil, con los tobillos vendados y el cabello despeinado, saltaba piedras mientras cargaba con una bolsa llena de leña demasiado pesada para lo que ese cuerpo podía soportar, pero que aún así cargaba con todas sus fuerzas y una enorme sonrisa. ¿Cómo podía sonreír? No debería estar sonriendo. 

Seguí mirando a través del agua un poco más y la vi llegar a un pueblo cercano a la orilla del río. Solo había algunas cabañas mal construidas y un puñado de aldeanos, la mitad pescadores y la otra mitad prostitutas. Nada bueno podía salir de ese pueblo. Nada a excepción de ella.

Pero lo que continuó fue de lo más desagradable. La niña se acercó a una mujer vestida con unos harapos sucios, no debía tener más de treinta años pero su rostro parecía el de una anciana. Bajó la bolsa de leña de su espalda y entonces la mujer le dio una patada en las rodillas, dejándola en el suelo y luego continuando contra su estómago.

¿Por qué la golpeaba? Quería que se detuviera. Y no podía intervenir, no tenía la autoridad para meterme con los humanos. Presté un poco más de atención y logré escuchar lo que decían:

—Huérfana sucia, solo eres una pérdida de dinero. Mereces morir— podía oír también el sonido seco de su pie contra el estómago de la niña.

Sacó una navaja y, mientras seguía tirada en el suelo, le arrancó los ojos. ¡La dejó ciega, tirada como si fuera pescado podrido, desangrándose! Los otros humanos pasaban a su alrededor murmurando entre ellos, pero nadie se acercaba a ayudarla.

Pasó un grupo de niños, y en lugar de ponerla de pie entre todos la arrastraron hasta el bosque y le robaron su ropa y sandalias. Estaban sucias y rotas, no eran más que trapos viejos y un pedazo de madera con una cintura, y ciertamente no eran de utilidad para nadie, pero lo hicieron y la dejaron seguir muriendo allí. 

Creo que esa fue mi primera emoción. Odio hacia los humanos, un odio profundo y verdadero, unas incontrolables ganas de destruirlos a todos.

Algo en mi interior se rompió. No necesitaba pedirle permiso a nadie, no necesitaba nada. Yo era el rey de los dioses y nadie podía impedirme hacer lo que quisiera. Y lo que más quería era destruirlos a todos, ahogarlos bajo el río, destrozar sus inmundas chozas y salvarla. Y así lo hice.

Desde las profundidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora