uno

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Volví a rechistar una vez más con la esperanza de que esta vez sirviese de algo.

-No veo necesario que tenga que acompañaros. - dije con tono de fastidio.

-Es necesario, y deja de protestar Willow. - ordenó mientras se aplicaba máscara de pestañas en frente del espejo.

-Nunca hago nada en esas cenas, solo me quedo callada observando como unos estúpidos ancianos hablan de cosas que no me interesan. -

Mi madre se giró arqueado una ceja. - Nos estás llamando ancianos? -

-Digamos que ya no estáis en la flor de la vida. - aclaré.

-Terminemos esta conversación antes de que se vuelva peor. - sentenció marchándose de allí.

Genial, otra noche de mis dieciséis años de vida desperdiciada cenando con los socios de mi padre.
No me molestan sus socios, ni que tengan cenas, ni su trabajo, eso es lo que nos permite esta calidad de vida después de todo, lo que me molesta es que yo tenga que estar en medio de todo ello.

Pero que se le iba a hacer.

Terminé de arreglar mi liso y negro pelo corto para luego observarme una vez más en el espejo.
Me gustaba de veras el vestido que había elegido hoy, era rosa pálido ciertamente brillante, por la altura de mis muslos, y se ajustaba perfectamente a mis curvas, por no hablar de los zapatos, esos tacones plateados podrían hacer a la gente besar el suelo por el que piso.

"Por lo menos tengo un motivo para ponerme estos vestidos" me dije a mi misma para intentar convencerme de que esto no era tan malo.

La voz de mi madre me llamó desde la planta baja de nuestra casa, y yo inmediatamente cogí mis cosas para marcharme.

-Oh cariño, te ves espectacular. - dijo mi padre en cuanto me vio bajar por las escaleras. - Veo que has elegido la gargantilla de diamantes que le regalé el mes pasado, te queda fantástica. -

Amaba eso de mi padre, yo siempre he sido, soy y seré la niña de sus ojos, y nada puede hacerlo cambiar de opinión.

-Gracias papi. - agradecí dándole un abrazo, pudiendo notar que llevaba el perfume de Chanel que tanto me gustaba.

-Debemos irnos o llegaremos tarde. - mi madre esperaba impaciente al lado de la puerta, con las llaves del coche preparadas para ser entregadas a su marido.

-Ya vamos cielo. - añadió para después coger las llaves.

Uno de mis momentos favoritos del día era cuando escuchaba música en el coche, la evasión era un sentimiento de lo más reconfortante para mí, pero eso es algo que mis padres no parecen comprender, ya que siempre lo interrumpen con alguna pregunta estúpida.

Qué lujoso sitio nos ampararía hoy? Ya hemos visitado casi todos los restaurantes más caros de toda la ciudad, y pocas cosas podían sorprenderme.

Tardaría poco en descubrirlo, ya que mi padre apagó el coche ya aparcado.

El local estaba a apenas unos metros de donde estábamos, y podía apreciarse la calidad de lejos.

Un gran edificio, con buena iluminación, impecables cristaleras, un portero en la entrada, lo común en esta clase de lugares.

-Venimos a la cena de empresa de Myers Enterprise. - la voz de mi padre sonó seria mientras se acomodada la chaqueta del esmoquin.

-Por supuesto. - y dicho esto abrió la puerta haciéndose a un lado para permitirnos pasar.

El ruido de la suave música y la gente charlando inundó por completo mis oídos, esta noche iba a ser larga.

Mis padres fueron a saludar a sus amigos mientras yo cogía una copa de champán en la bandeja de un camarero.

Me suele gustar mirar a los invitados y prestar atención a su manera de comportarse, se puede llegar a saber mucho de una persona solo con mirarla. Por ejemplo, dos parejas se encontraban hablando a cierta distancia de mí, como si fuesen amigos, pero las caras de una de las parejas demostraba que fingir el aborrecimiento era lo más duro que había hecho, por no hablar de su lenguaje corporal.

-Duh, odio la hipocresía. - hablé en un tono inaudible.

Seguí observando a las personas del lugar, no parecía haber nadie interesante, y mucho menos alguien de mi edad. Fantástico.

Me senté en la barra con la copa aun en la mano y me dediqué a esperar que nos llamasen para sentarnos. Una persona que acababa de entrar llamó mi atención sin razón alguna, y mi cabeza se giró para mirarla, o más bien mirarlo.

Era un hombre de unos treinta años, pelo castaño y un tanto ondulado, un impecable traje color vino y que tenía los ojos azules más astríferos que había visto en mi vida, incluso más que los míos, que mientras él avanzaba por la sala se encontraban ardiendo mientras lo observaban, pero eso nunca lo reconocería ante nadie.

Al parecer el notó mi presencia, ya que aquellos dos trozos de cielo se toparon con los míos durante varios segundos, antes de que yo girase la cabeza antes de morir allí mismo.

Necesitaba saber quién era él.

Million Dollar Man [Tom Hiddleston] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora