catorce

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Asentí.
Tom plantó un casto beso en mis labios y se acercó al cajón de la mesita.

-No hace falta que usemos condón, tomo las pastillas. - me apresuré a decir.

Él se giró para mirarme un instante a la par que soltaba una carcajada.

Permanecí quieta y desconcertada en la cama viendo cómo había ignorado mis palabras y continuó rebuscando.

Hasta que lo entendí.

-Pensabas que iba a usar condón contigo? - dijo sosteniendo una mordaza en su mano.

Me sentí estúpida y avergonzada, cómo los papeles se habían tornado de esta manera? Antes yo mandaba, yo decidía, era yo quien lo tenía comiendo de la palma de mi mano.
Y ahora, mírame, agarrando mi pelo para permitirle atar la mordaza ya colocada en mi boca.

Tom se acercó a mi oído, no sin antes dejar un camino de besos por la zona de mi hombro y cuello.

-Es necesario pequeña. No querrás que los vecinos se alarmen, no? -

Un escalofrío recorrió mi cuerpo mientras pensaba en todo lo que me podría llegar a hacer.

Se separó y comenzó a quitarse toda la ropa. Verlo a él tan dispuesto y a mí tan expuesta me cubría las mejillas con un tenue rubor. Quería dejar a un lado todo este juego de preliminares y provocaciones, necesitaba su atención, su tacto, sus besos, su rudeza, lo necesitaba.
Pero más allá del impedimento físico que comenzaba a acalambrarme la boca, no lo haría. No estaba dispuesta a perder mi orgullo por un poco de sexo.

Tom ya estaba completamente desnudo cuando se acercó para cogerme sin cuidado ninguno por el brazo, colocándome encima.

-Ya sabes lo que tienes que hacer zorra. - soltó la última palabra con una voz más ronca.

Agarré su polla y la acerqué a mi entrada, intentando torpemente meterla.

-Oh cielo, no eres capaz? Acaso tu coño es demasiado pequeño para mí? -musitó con burla.

Sus palabras sólo conseguían aumentar mi nerviosismo, no podía creer la forma en la que me tenía a su merced.

-Joder, estás agotando mi paciencia. -

Y acto seguido, agarró mi pelo hasta que mi cara quedó escondida en su cuello, y una vez ahí, me penetró sin cuidado alguno.
Si no hubiese llevado la mordaza en la boca mi grito habría resonado por toda la manzana, porque dolía, joder si lo hacía.

Estaba estirándome de una forma casi macabra, sin piedad alguna, sólo porque sabía que haciendo esto me iba a tener.

Comenzó a tocar un punto que se hacía insoportable, anulando el control de mi cuerpo y mis fuerzas.
Mis piernas comenzaron a tambalearse, amenazando con no poder mantenerme en el sitio mucho tiempo.
Tom lo notó, y con una nalgada sentenció un sonoro "aguanta".

Mi voz empezó a hacer presión contra la pequeña bola introducida en mi boca mientras el fuego crecía dentro de mi.
El estímulo detonante llegó cuando Tom agarró mi cuello para impulsarse con más violencia.
Mi gemido inundó la habitación mientras mi cuerpo se sacudía.
Pensaba que iba a tener un poco de tregua, por lo menos hasta recuperar el aliento, pero sin una ínfima pausa, Tom continuó sus movimientos.

Agarré desesperadamente la mano que sujetaba mi cuello para sacarla, y me tomé un instante para contemplar la idílica imagen de un Tom con las pupilas completamente dilatadas, las venas del cuello marcadas y el pelo ligeramente despeinado.

Nada comparado al desastre que yo era. Con marcas por toda mi piel, lágrimas en los ojos y el pelo pegado a la cara debido a que la saliva comenzaba a gotear por fuera de la mordaza.

El millonario cesó sus movimientos para cambiar mi posición de una manera tan ágil que apenas duró cinco segundos, dejándome finalmente a cuatro.

Rozó su glande por mi entrada, como si de un tortuoso juego se tratase. Una y otra vez, arrebatando la poca paciencia que me quedaba.

Sentí por fin la exquisita sensación de su polla llenándome poco a poco, y cuando pensaba que iba a obtener lo que más quería, sonó el teléfono.

-Joder. -gruñó Tom estirando su brazo para alcanzarlo. -Anda corazón. -soltó de forma irónica mientras me mostraba la pantalla. -Si es tu papi. -

Por un momento el pánico inundó mi cuerpo ante la idea de que fuese capaz de cogerlo, pero él no haría eso, tiene dos dedos de frente.

-Hola Edward, qué tal? -

Me desperté un poco aturdida debido a una punzada leve en mi clavícula.
No me di cuenta de la situación hasta que recordé que estaba en casa ajena.
Una sonrisa estúpida se formó en mi cara, para luego convertirse en una mueca de desagrado.
Cada mínimo movimiento que intentaba hacer resultaba ser doloroso.
Creo que la noche de ayer tomé más de lo que podía llegar a recibir.

Tom no estaba conmigo en la cama ni en ninguna parte de su enorme habitación, así que, envuelta en la sábana, decidí bajar las escaleras.

Estaba medio perdida en la estancia y no sabía por dónde empezar a buscar, hasta que a lo lejos escuché murmullos con su voz.
Me acerqué sin hacer ruido a la habitación, que tenía la puerta arrimada.

Tom estaba mirando por la ventana de lo que parecía ser un despacho, completamente de espaldas a la puerta y hablando de forma acalorada por teléfono.

Irme y no fisgonear parecía buena idea, pero sin meterme en asuntos ajenos no sería yo.

-Sabes? Ya no es mi problema, estoy harto. -

Tenía el mismo tono autoritario que usaba conmigo en la cama, pero con un toque más de enfado.

-Tú no puedes reprochar absolutamente nada relacionado con las mentiras Rachel. -

Al escuchar el nombre de su supuesta exmujer algo se removió dentro de mí.

-Me da igual. Mira, esto se ha terminado, quiero el jodido divorcio. Tendrás noticias de mi abogado. -

Una sensación de furia y tristeza inundó mis entrañas, me había mentido. Habían pasado casi dos meses desde que me confesara que estaban divorciados, y la realidad es que le había pedido el divorcio ahora, cuando ya sabía que me tenía para él. No se quiso arriesgar a perdernos a las dos.

Tom colgó el teléfono, eso me bastó para reaccionar e irme de allí haciendo el mínimo ruido posible.

Me sentía completamente utilizada, como un trozo de carne, una simple cara bonita con un cuerpo de escándalo que se podía follar cuando se le antojase.

Pues la realidad no podía ser más distinta, aquí mando yo, y él va a ser el trozo de carne.

Subí corriendo a la habitación para vestirme y recoger mis cosas, y una vez acabado, me fui.

Miré la hora cuando me encontré cerca de la casa de Aria, 11:37, con un poco de suerte aún no se habrá levantado.

Subí por donde la noche anterior me había escapado, para encontrarme a una Aria profundamente dormida rodeada entre las mantas de su cama de matrimonio.

Dejé mis cosas en el suelo y me acerqué a ella para tocar su hombro levemente.

-Willow, que te jodan. -

Solté una carcajada.

-Buenos días a ti también Aria.

Se frotó los ojos y poco a poco se fue incorporando.

-Qué tal la noche con el viejo? -

-Sólo tiene 36 años. -

Frunció la ceja y respondió.

-El viejo. -

Tras contarle todo lo que había pasado, Aria entró en ese modo de amiga protectora que la mayoría tienen, ese en el que dices "te ha hecho daño, le voy a partir las piernas", pero, cielo, realmente de qué servía hacerle daño? Ya no soy suya, y ese es el peor castigo.

-Willow, debes despejar la cabeza, esta noche hay una fiesta en el Nikki Beach, tenemos que ir. -

Pensabais que ahora venía el momento de ella rogándome para que fuese?
No hacen falta tales súplicas para que lo haga.

Million Dollar Man [Tom Hiddleston] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora