Cap 2

327 11 2
                                    

"¡Mierda, mierda, mierda! Sólo me queda una vida, joder. Sólo una" pensó Katto mientras fumaba un puro tamaño XXL sumergido en un mar de sábanas de seda. 

"¿Por qué los gatos mágicos no habremos nacido con ciento siete vidas, o mejor, con doscientas catorce? ¡Más mierda! ¡Mierda para todos! ¡Barra libre de mierda!" 

No podía quitarse esa idea de la cabeza. Nadie sabía que estaba viviendo su última vida. Siempre decía que le quedaban dos para sentirse menos vulnerable y más confiado, pero la verdad es que estaba aterrado. Las cosas se estaban poniendo muy feas en el reino de los cristales rotos y perder una vida era algo que podía suceder fácilmente en tiempos de crisis. Él no podía permitirse ese lujo, amaba demasiado su pellejo y tenía muchas faenas gloriosas por rematar, como la que acababa de completar con la duquesa. 

Katto tenía ciento noventa y nueve años, y dentro de pocos días cumpliría doscientos, lo que le hacía mucha ilusión. Aunque los gatos contaban con diecisiete vidas, no solían vivir tantos años. Normalmente desperdiciaban sus primeras vidas de forma idiota, convencidos de que eran casi inmortales. Pero según se acercaban al final se volvían mucho más cuidadosos, según algunos, o mucho más miedosos, según otros. 

—¡Groooaaaoor! Has estado mejor que nunca, fiera —dijo la duquesa gata Falsworth a su lado, con una sonrisa de satisfacción en su hermoso rostro felino—. ¿Cómo dices que se llaman esas pastillas azules que has tomado? 

—Visagra... o algo parecido —contestó el caballero Katto Von Kitten, extenuado, mientras se ajustaba los calzones de seda negra. 

—¡Funcionan de maravilla! —Se relamió la duquesa. 

—Son un gran invento del futuro, una prueba de que la humanidad se dirige hacia un destino brillante, ilustrado y fraternal en el que el amor todo lo puede —dijo Katto, masajeándose los doloridos riñones— ¡Panda de degenerados! 

—¿Qué tengo que hacer para conseguir unas cuantas de esas pastillas? —Ronroneó la gata. 

—Lo siento pero eso es imposible, Milady. Janus I me dio muy pocas pastillas de visagra. El viejo verde del Agujero las guarda con celo para sus correrías nocturnas. Aunque en realidad no sé para qué las quiere. Con quinientos años que tiene, dudo mucho que aunque se tome tres botes de pastillas le vaya a funcionar el... Un ruido fuerte sonó en la distancia y cortó su discurso. 

—¿Qué ha sido eso? —Preguntó Katto, con el vello erizado. 

—Solo es el portón del palacio. Mis criados han regresado con la compra semanal en el bazoco de las sombras fugadas —contestó la duquesa—. Pero no te desvíes del tema. Apiádate de mí y consígueme esas pastillas mágicas. Mi marido el duque de Falsworth es muy mayor y ha perdido su energía, aunque solo para lo que quiere. Ahora mismo está al frente de la Guardia cabrona haciendo sus estúpidas prácticas para el desfile militar ¡Menuda pérdida de tiempo! 

—No digáis eso, Milady. La Guardia Cabrona es toda una institución en el reino de los cristales rotos. Un orgullo para la familia de los gatos y un hermoso espectáculo: cien gatos en uniforme de gala montados haciendo el pino sobre cien cabras con enormes cuernos ¡La rehostia! 

Katto le tenía simpatía al duque de Falsworth. Era un viejo cascarrabias pero los tenía bien puestos. 

—¡Una solemne estupidez! —Se quejó la duquesa. 

—Pues miradlo desde este punto de vista, mientras vuestro marido ensaya con la Guardia Cabrona, hemos podido avanzar en nuestras clases de... idiomas, Milady. 

—Eso no lo niego, mon amour.

—Por cierto, tengo algo para vos —. El caballero Katto movió su uña en el aire y cortó la capa de realidad, abriendo una puerta a su despensa mágica. Tanteó en su interior y extrajo un collar inmenso de oro engastado con piedras preciosas—. Un presente a juego con vuestra gloriosa belleza ¡Estás muy buenorra! 

—¡Ohhhhhh! ¡Es increíble! Pero... Un momento... Se parece mucho a una de las joyas de la dama Irene, la cantante. 

—Su collar es una vulgar copia de este, Milady. Esta joya es auténtica y se lo gané en simpar duelo a dos magos del décimo círculo, Karl y Harl. Me suplicaron por su vida y accedí a perdonarles a cambio de esta maravillosa obra de arte que, por cierto, hace juego con vuestros ojos —dijo Katto, pasando por alto que el collar era dorado mientras que los ojos de la gata eran de un tono marrón vómito. 

La historia del maldito collar tenía su miga. Después de robarle la joya a la dama Irene, la famosa cantante, Katto había acudido a la casa de empeño del viejo Peniques. Pensaba sacar unos cuantos entierros y un montón de lagrimones por la venta del collar, pero se llevó una gran desilusión. Se trataba de bisutería de hojalata modificada con un simple hechizo de belleza fútil. En menos de cuarenta y ocho horas el espléndido collar se convertiría en un trozo de cordel con cuatro cuentas de vidrio y dos macarrones. La duquesa de Falsworth se llevaría una sorpresita poco agradable, pero le importaba poco. Tenía intención de no volver a ver a la noble gata en muchísimo tiempo, no quería seguir tentando a la suerte. La posibilidad de que el duque de Falsworth les pillase le tenía acongojado. 

"Sólo me queda una triste y miserable vida. No puedo meterme en líos y menos de faldas". 

Además, Katto tenía una deudilla pendiente nada menos que con Zarpo Garra Sucia. Le debía la insignificante suma de cien entierros, seis berrinches y cuarenta y cinco lagrimones. Garra sucia no solo era el líder de los gatos, sino que también era el mayor prestamista del reino, y tenía fama de cobrar siempre sus deudas. Así que, hablando en plata, el caballero Von Kitten estaba de hasta el cuello de mierda, y no quería que le llegase hasta los bigotes. 

Por eso tenía pensado abandonar por un tiempo el reino de los cristales rotos. Se iba a mudar una temporada Fuera, a la ciudad de Salzburgo y lo haría esa misma noche. Tenía unos primos que vivían en una granja apartada en la que pasaría inadvertido, se relajaría y disfrutaría de la buena comida y la cerveza austriaca. Celebraría allí su cumpleaños número doscientos, para lo que había encargado una tarta espléndida al maestro tartero Cogglioni, con un puro de chocolate por cada año. Sí, viviría sus últimos días rodeado de rollizas y fogosas gatitas tirolesas. Había sido previsor y le había sustraído a Janus I un cargamento entero de pastillitas azules del futuro, visagras o como se llamasen, lo que agradecerían sobremanera las doncellas gatunas.

—¿Entonces, no te veré en un tiempo? —Se quejó la duquesa. 

—¡Ay! Es una lástima mi bella dama, pero el líder de los gatos me reclama para una tarea de gran importancia —mintió Katto. 

—Puedo hablar con Zarpo Garra Sucia y pedirle que le mande esa tarea a algún otro valiente. A ti te quiero en mi primera línea de fuego —ronroneó la duquesa. 

—¡No, no! Milady. Es una misión de altísimo secreto. Ya sabéis como es Garra Sucia, si se entera de que lo sabéis, tendría que mataros. En fin mi bella dama, es hora de despedirnos. Conoceros ha sido un auténtico placer. Si caigo en el campo de batalla no derraméis ni una lágrima por mí, morí defendiendo nuestra amada patria. 

—Es una lástima que no podamos celebrar tu cumpleaños como es debido. 

—Es un sacrificio que hago encantado ¡Todo por el reino de los cristales rotos! 

La puerta de la habitación se abrió con tanta fuerza que estuvo a punto de saltar de sus goznes. Un gato de pelo cano, vestido con uniforme de combate y montado sobre una cabra negra de cuernos enormes, entró como un vendaval. Tenía la cara roja de furia y esgrimía una espada plateada de aspecto formidable. Era el duque de Falsworth. 

—¡Engañándome con un gigoló seboso y feo! —Gritó el noble—. ¡Te voy a arrancar la piel a tiras, gato traidor! ¡Y después las pelotas!

Niebla y El Señor de los Cristales Rotos vol 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora