La noticia sacudió a Niebla, más que si Acero le hubiera asestado una puñalada en el corazón. No podía creer que El Señor de los Cristales Rotos hubiera caído en manos de los capas negras.
—No es posible —dijo Niebla—. El señor de los Cristales rotos se marchó al laberinto a buscar el único arma capaz de derrotar a los capas negras: el destructor. Me lo contó el propio Tarnis.
—Conozco la leyenda del destructor. El Señor de los Cristales Rotos iba tras el objeto arcano, el viejo druida no mentía —dijo Montepardo—. Los capas negras debieron capturarle a la entrada del laberinto.
—¿A la entrada?
—Desde que te fuiste hemos averiguado muchas cosas, hijo. Los de negro son habitantes de una zona exterior del laberinto, un lugar muy alejado del centro. Son moradores del inframundo y por eso la magia no les afecta.
A Niebla no le extrañó. El gran druida Tarnis le había contado algo parecido. Según el anciano, El Señor de los Cristales Rotos había cometido un gran error. Había dejado una puerta abierta en el laberinto y los capas negras la habían aprovechado para colarse en el reino de los cristales rotos. Lo cierto es que había algo diabólico en los de negro; en su silencio, en su crueldad, en su forma de no inmutarse al matar. Eran seres infernales.
—Cuando El Señor de los Cristales Rotos se internó en el laberinto los capas negras le capturaron —siguió Montepardo—. Le llevaron en secreto al pozo negro y le encerraron en la celda más profunda del ataúd. Poco más se sabe. Los guardias se refieren a él como el preso Cero y le custodian como a un tesoro de valor incalculable.
Aquella revelación trastocaba totalmente los planes de Niebla. Su intención había sido ir al laberinto en busca de El Señor de los Cristales Rotos y ayudarle en su empresa, pero éste ni siquiera se encontraba allí.
—¡Tenemos que liberarle! —Dijo Niebla.
—Es imposible —repuso Halcón—. Se encuentra fuertemente custodiado en una celda excavada a cientos de metros bajo tierra. Si no encontramos la forma de anular la inmunidad a la magia de los capas negras, no tenemos ninguna posibilidad de rescatarle.
—Por ahora debemos olvidarnos de eso —dijo Montepardo—. Tenemos un problema más grave e inmediato al que enfrentarnos. El túnel.
Niebla le miró sin comprender. ¿Hombres lobo? ¿Un extraño ritual con los presos? ¿El túnel? ¿Qué era toda aquella locura? Sentía como si en vez de haber estado tres años fuera de casa, hubiesen pasado tres siglos. Todo era distinto, los rostros de los suyos eran más serios. Parecía que un peso invisible los obligara a caminar encorvados. Y él se sentía fuera de lugar entre los que una vez habían sido sus amigos, su familia, su gente.
Al ver su cara de desconcierto Montepardo amplió su explicación.
—Los capas negras están excavando un túnel gigante bajo el reino de los cristales rotos. Tiene tres metros de altura y es tan ancho que caben diez hombres a la vez. Al principio creíamos que buscaban telio, un mineral que abunda en nuestro suelo, para construir mejor armamento y armaduras. Pero nos equivocamos. Nuestros espías descubrieron que el túnel se hunde bajo las raíces del laberinto kilómetros y kilómetros, muy lejos de las vetas de telio.
—¿Bajo el laberinto? ¿Qué pueden buscar allí? —Se extrañó Niebla.
—Al principio no lo sospeché, pero cuando descubrimos que habían capturado al señor de los cristales rotos, todo se hizo claro de repente. Supe lo que estaban buscando.
Los ojos de Niebla se iluminaron de pronto.
—¡Van en busca del destructor! —dijo.
—Así es. Los capas negras han torturado al señor de los cristales rotos y han averiguado sus intenciones. La esperanza de El Señor de los Cristales Rotos, hacerse con el arma más poderosa del reino, se ha convertido en nuestra condena. Estoy seguro de que ese túnel conduce al centro del laberinto, el lugar en el que reposa el destructor. Si los capas negras se hacen con el arma acabarán con nosotros, aunque todas las familias se unan en la lucha.
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Niebla y El Señor de los Cristales Rotos vol 2
FantasíaParís, verano de 2014 -¡Para, te lo suplico! ¡Vas a matarme!e, hermanita. -Relájate, hermanita. Solo estoy apuntando las cosas mas importantes que han pasado en el libro -dijo Laura, mientras le arrancaba un lamento estridente a la pizarra con una...