Tenía mucho miedo. Era el ser más poderoso de Dentro pero había fuerzas con las que ni siquiera él se atrevía a enfrentarse. No podía demorarlo más, tenía que ir a ver a su señor, y la sola idea le ponía el vello de punta.
Lord Black pasaba revista a la unidad de élite que había creado. Los mejores cien capas negras provistos de armaduras y cascos de telio, reforzados y encantados con tekchicería, la nueva ciencia que aunaba tecnología y hechicería. Blandían lanzas de sangre y portaban cuernos absorbe-nergya, aparatos diseñados también con tekchicería. Los cien eran prácticamente indestructibles. La unidad de élite era espléndida y estaba orgulloso de ella, pero ni siquiera contemplarles en toda su grandeza lograba tranquilizarle.
Lord Black abandonó el patio de armas y subió hasta sus aposentos, en la torre más alta del castillo negro. Despidió con un movimiento de mano a sus criados y se quitó el casco que le cubría la cabeza. Detestaba llevar aquella máscara negra tanto como odiaba el rumbo que estaban tomando los acontecimientos. Pero el destino era inexorable, y él era poco más que una mota de polvo en el viento de la historia.
Lord Black se quitó las ropas de capa negra, se dio una ducha y se vistió con su otro uniforme. Llevaba meses sin usarlo y aunque era mucho más ligero y cómodo que la vestimenta de capa negra, no se sentía confortable en él. Pero no tenía más remedio. Debía visitar a su señor FlodaH y debía hacerlo con el uniforme de gala. Era probable que no sobreviviese a esa entrevista, así que tenía algo muy importante que hacer antes de partir.
Lord Black abrió un cajón secreto situado entre unos tomos de su biblioteca y extrajo un manojo de llaves doradas. El capitán de los capas negras recordó el ajusticiamiento que se había producido hacía tres días, en la plaza del castillo negro. Un capa negra había sido sorprendido en posesión de una carta que le había enviado un familiar, su madre.
El soldado tenía diecinueve años, apenas un hombre, pero el código dictado por su señor FlodaH era claro. Cualquier infracción de la ley de aislamiento se castigaba con la muerte. El joven capa negra lo pagó con su vida.
Lord Black comprobó que las puertas estuvieran cerradas y se acercó a su escritorio. Presionó durante cinco segundos un pequeño saliente apenas perceptible en la mesa y esperó. Al poco, una losa se desplazó en el suelo, dejando el hueco justo para unas escaleras que descendían a las entrañas del castillo negro.
Bajó en completa oscuridad, lo que no le suponía un problema. Desde que la bruja Asa le había otorgado el don del cambio, Lord Black veía en la noche más negra como si fuera pleno día. Descendió contando cada escalón y al llegar al número doscientos veintidós se paró y esperó unos segundos. Una luz comenzó a brillar a su derecha. Lord Black dirigió su mano hacia allí y activó otro minúsculo resorte, camuflado en la pared. El muro a su izquierda desapareció, mostrando un corto pasillo que acababa en una sala circular totalmente vacía, a excepción de un cubo de metal que reposaba en el centro. Se trataba de una caja fuerte de la altura de un hombre tremendamente sofisticada, otro de sus ingenios de tekchicería.
Lord Black se había iniciado en la ciencia que aunaba hechicería y tecnología cuando llegó al reino de los cristales rotos. Había aprendido sus secretos de los mejores tekchiceros de los capas negras y había acabado por superarles. Lord Black era meticuloso y muy trabajador, características fundamentales de los tecnólogos, pero también tenía una gran imaginación, lo que unido a la fuente de nergya casi ilimitada que poseía, le había dado grandes frutos en el campo de la tekchicería.
Lord Black se acercó al cuadrado y estudió las caras que lo formaban. Cada una tenía tres agujeros que se movían aleatoriamente por la superficie metálica. Sacó el juego de llaves y estudió atentamente el movimiento de los orificios. Cuando estuvo seguro de la secuencia fue metiendo las llaves en cada agujero y girando cada una en una dirección. Un solo fallo y acabaría convertido en polvo y cenizas.
Cuando acabó con las cuatro caras laterales, se encaramó de un salto al cubo y hundió el brazo en una abertura circular. Sintió unos tentáculos escurrirse entre la camisa, palpando su piel, dando pequeños tirones y succionando. Cuando el guardián le reconoció, se escuchó un click y el cubo se abrió hacia los lados, dejando ver sus entrañas.
En el interior de una caja de cristal había un libro y un sobre cerrado. El libro era un tratado de tekchicería de un autor desconocido, el grimorio negro. Pero no era eso lo que había venido a buscar Lord Black, sino el sencillo sobre que había a su lado. Si su señor FlodaH, líder supremo de los capas negras, averiguaba lo que ocultaba aquel trozo de papel, sería su perdición. No tendría piedad con él, igual que no la tenía con nadie que incumpliera la ley de aislamiento.
Lord Black sacó el sobre de la caja y lo abrió con mucho cuidado. Contenía la imagen de una niña morena de ojos tristes. La pequeña tenía siete años, dos meses y doce días. Un regusto amargo le subió a la garganta. Si hubiera tenido que hablar en ese momento, no le habría salido la voz. Se había quedado tan mudo como los capas negras que le servían. Lord Black miró la imagen de la niña hasta que le dolieron los ojos.
Tenía que aprovechar el momento, era muy probable que no volviera a verla nunca más. Su vida corría serio peligro. Las cosas no estaban saliendo según lo previsto y su señor FlodaH no perdonaba los errores. Él no era el primer Lord Black que pisaba Dentro. El anterior había sido ejecutado por no lograr las metas marcadas al año de invadir el Reino.
Y su gran objetivo, terminar el túnel a tiempo, se había retrasado y cada vez era más difícil avanzar. Sólo tenía tres meses para acabarlo, y lo que al principio pareció una tarea factible se había convertido en un muro infranqueable.
Su aliada, la bruja Asa, hablaba de una solución alternativa al túnel. La clave o el destructor, un artefacto mítico, casi una leyenda. Según la bruja, sus mejores opciones pasaban por hacerse con la maldita Clave. Pero no podían cogerla así como así. El objeto de poder estaba oculto en el centro del laberinto, y la única persona capaz de hacerse con la clave, era un triste de Fuera.
Menuda locura. Su vida valía menos que nada. Lord Black suspiró. Debía acudir a informar a su señor FlodaH, pero antes tenía una última misión que cumplir. Algo que le repugnaba tanto como le atraía.
Lord Black tomó la imagen de la niña morena de ojos azules y se la acercó a los labios. Besó el pelo de la pequeña, que se removió como si tuviera vida propia.
—No debía haber sucedido así —dijo Lord Black, mientras derramaba una lágrima—. Te quiero, Vera.
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Niebla y El Señor de los Cristales Rotos vol 2
FantasiParís, verano de 2014 -¡Para, te lo suplico! ¡Vas a matarme!e, hermanita. -Relájate, hermanita. Solo estoy apuntando las cosas mas importantes que han pasado en el libro -dijo Laura, mientras le arrancaba un lamento estridente a la pizarra con una...