La noticia de la muerte de Aguijón y sus cazadores cayó como un jarro de agua fría entre los gitunos, minando aún más su maltrecha moral. La mayoría de los guerreros en activo habían aprendido todo lo que sabían del viejo maestro de armas. Todos sabían de su habilidad como cazador y luchador. Que un solo hombre lobo hubiera acabado con la partida de caza era algo inaudito, una clara muestra de que se enfrentaban a un enemigo brutal y formidable. Un licántropo como no habían conocido en siglos.
El funeral del maestro de armas se celebraría al día siguiente con todos los honores, pero había asuntos que no podían esperar. Los gitunos iban a poblado gituno, un remanso de paz y armonía en las turbulentas aguas del destino. La luz se filtraba a través de las ramas de los árboles, creando una cortina de tonos ocres y dorados que les envolvía suavemente. Una alfombra mullida de hojas tapizaba el suelo y amortiguaba las pisadas de los dos gitunos. Era como caminar por el cielo hecho bosque.
Un sonido estridente rompió la magia del momento, como si cien cocineros locos estuvieran rascando el fondo de cien cacerolas con cien cuchillos. Niebla se tapó los oídos amortiguando en parte el concierto de chirridos infernales. El ruido provenía de un pequeño claro en la floresta. Niebla se acercó, seguido de Halcón, que mantenía una media sonrisa en su cara. El claro estaba vacío, pero no había duda, la tormenta de ruido procedía de allí.
—¿Qué demonios pasa?
Halcón se encogió de hombros sin dejar de sonreír. El gigante gituno se había puesto unos anteojos con los cristales azules pero no dijo nada. Allí había gato encerrado. Niebla avanzó hacia el centro del claro hasta que se dio de bruces contra un muro invisible.
—¡Ay!
Halcón rompió a reír, mientras Niebla se frotaba la nariz. El sonido estridente les envolvía como una tormenta de grillos en celo. Niebla palpó el aire delante de él, hasta que tocó una superficie dura e invisible.
—Ten, usa esto —dijo Halcón, tendiéndole los anteojos.
Al ponérselos, un edificio grande de madera apareció de pronto. Estaba oculto a la vista con un hechizo de invisibilidad otoñal, que le guardaba de miradas indiscretas. El sonido horrible provenía del interior del edificio. Era como si cientos de gaitas terriblemente desafinadas interpretaran una sinfonía esquizofrénica.
—¿Qué lugar es este?¿Y qué es ese sonido del infierno?
—Es un secreto que tu padre guarda con mucho celo. No puedo decirte nada hasta que él no lo haga.
Niebla no insistió más, aunque tenía mucha curiosidad por saber de qué se trataba. Los dos primos se alejaron del lugar y la horrible sonata se fue atenuando con la distancia hasta desaparecer. Niebla no acertaba a imaginar para qué necesitaba su padre un lugar así, ni qué uso le daba realmente.
Al salir del hayedo alcanzaron una pradera en la que se levantaba el poblado gituno, extensión de hierba salpicado de pintorescas viviendas y construcciones. Carromatos pintados con colores chillones, tiendas de campaña cónicas al estilo indio, cada una de forma y tamaño diferente, y otras construcciones más peculiares de madera y techado de paja, que parecían mantenerse en pie de pura casualidad. Había niños jugando descalzos entre los charcos, perros ladrando, burros pastando como si el mundo no fuera con ellos, ropa tendida en cuerdas que iban de una casa a otra, vecinas hablando a gritos, tenderos alabando sus increíbles y exóticos productos. Había de todo menos calles y orden. Era un caos controlado que a Niebla le recordó a su niñez, cuando se pasaba el día de travesuras con Sauce y Acero, sus compañeros inseparables. Todo había cambiado. Su hermana había muerto. Su hermano había jurado matarle.
Atravesaron el poblado bajo una lluvia de miradas, algunas curiosas y otras recriminatorias. Lo que más le impresionó a Niebla fue el miedo y la desconfianza que reflejaban los rostros de su gente. Eran tiempos duros, los más difíciles a los que se habían enfrentado desde la primera guerra mágica.
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Niebla y El Señor de los Cristales Rotos vol 2
FantasyParís, verano de 2014 -¡Para, te lo suplico! ¡Vas a matarme!e, hermanita. -Relájate, hermanita. Solo estoy apuntando las cosas mas importantes que han pasado en el libro -dijo Laura, mientras le arrancaba un lamento estridente a la pizarra con una...