El hijo de las corrientes flotaba en el aire como un globo de helio, a unos cinco metros del suelo. Niebla le observaba desde abajo, mientras el escultor tallaba la gigantesca piedra negra. El artesano escribía en la roca un nuevo nombre, el del hijo pequeño de Tuercas y Pradera. Nubarrón, un chaval desgarbado que jugaba en el césped, indiferente a la importancia de la ceremonia que se celebraba; el grabado en la roca de los mil nombres.
No se trataba de una vulgar piedra, sino de una columna circular de veinte metros de altura y cuatro de diámetro. La roca de los mil nombres se erguía orgullosa en una isla envuelta en brumas, en mitad del río Moldava. La columna contenía los nombres de todos los gitunos que habían vivido en el reino desde que lo fundara El Señor de los Cristales Rotos. Aún quedaba mucho espacio libre en la piedra negra, a la espera de ser ocupado con los nombres de los gitunos venideros.
Niebla aguardó hasta que concluyó la ceremonia, oculto tras unos árboles. Era consciente de que su presencia no era bien vista entre muchos de los suyos. Cuando Nubarrón y sus padres abandonaron el lugar, Niebla se acercó a la columna. Sus ojos se posaron en un hueco entre dos nombres, Brisa y Soplillos. En algún momento ese espacio estuvo ocupado por un desafortunado que había cometido un grave error: había incumplido un juramento de sangre. Ese era el único delito del código gituno castigado con el olvido. Si un nombre era borrado de la roca, el recuerdo de esa persona desaparecería para siempre. Nadie se acordaría de ella nunca más, ni siquiera sus seres queridos.
Sonrió con tristeza. Él mismo había hecho un juramento de sangre; mataría a Lord Black, el ser más poderoso de Dentro. Probablemente el destino de Niebla era el olvido, desaparecer para siempre de la memoria de su pueblo.
El joven gituno dio la vuelta a la columna y buscó un lugar concreto en la roca, a un metro y medio del suelo. Al susurrar el nombre se le puso la piel de gallina. Sauce, hija de Montepardo y Menta. Niebla tocó el nombre de Sauce y la piedra tallada se iluminó suavemente. A los pocos segundos, una figura comenzó a formarse en la bruma hasta hacerse reconocible.
Era Sauce, su hermana pequeña. La joven se agachó, cogió algo inexistente del suelo y se lo lanzó a Niebla.
—¡Cállate! No me gustan las manzanas —dijo Sauce, entre risas.
La voz era idéntica a como la recordaba. Niebla tragó saliva. Se acordaba perfectamente de aquel día. Habían ido a echarle una mano con el huerto a su tía Acelga y al final acabaron en una guerra de fruta pasada.
La figura de Sauce se deformó y desapareció en el aire. Niebla aguardó unos segundos antes de rozar de nuevo la roca. La bruma recuperó la forma de Sauce, esta vez con unos siete años. La niña estudiaba algo con admiración, lo alzaba, cerraba un ojo y lo volvía a abrir.
—¿Es para mí? —Dijo Sauce.
—Tu regalo de cumpleaños, pequeña. Tu primer arco —susurró Niebla, rememorando una escena sucedida hacía mucho tiempo.
Así funcionaba la roca de los mil nombres. Al tocar un nombre inscrito en ella, se recuperaba un recuerdo al azar, apenas unos segundos del pasado. La memoria de los seres perdidos permanecía, pese al paso del tiempo. Los gitunos acudían allí a recordar a sus seres queridos, a sentir que volvían a estar junto a ellos. Pero con Sauce pasaba una cosa curiosa. El brillo que iluminaba los nombres al tocarlos era azulado, mientras que el de Sauce tenía un color verde esmeralda. Los maestros artesanos decían que se debía a que Sauce había muerto a manos de un arma de fuego Dentro, algo nunca visto en toda la historia del reino.
Se contaba que, hacía muchos años, una mujer llamada Lágrima perdió a su amado hijo, Potro. La madre vivió el resto de su vida junto a la roca, rozando el nombre de su pequeño una y otra vez y recuperando sus recuerdos. El mundo real se convirtió en una sombra para ella y nada ni nadie pudieron alejarla de la roca. Un día, cuando se cumplían diez años del nacimiento de Potro, encontraron muerta a Lágrima. Se había olvidado de comer.
ESTÁS LEYENDO
Niebla y El Señor de los Cristales Rotos vol 2
FantasyParís, verano de 2014 -¡Para, te lo suplico! ¡Vas a matarme!e, hermanita. -Relájate, hermanita. Solo estoy apuntando las cosas mas importantes que han pasado en el libro -dijo Laura, mientras le arrancaba un lamento estridente a la pizarra con una...