Praga de Dentro, verano de 1939
—¡Lo sabía! ¡Sabía que me engañabas! —Gritó el duque— ¡Y encima con un plebeyo muerto de hambre! ¡Comunista!
—¡Coooooño! —Chilló Katto, con los ojos fuera de las órbitas. Los calzones se le cayeron del susto.
—Cuchi cuchi, esto no es lo que parece —gimoteó la duquesa.
El duque ignoró a su mujer y dirigió toda su ira hacia Katto.
—¡Te voy a aplastar! ¡Pedazo de escoria! ¡Bolchevique! ¡Meapilas! —Rugió el duque, lanzándose al galope sobre su cabra con la espada en alto.
Katto se subió los calzones y cogió el arma con las manos temblorosas. El duque tenía fama de ser un consumado espadachín, de los mejores del reino. Se decía que tenía una habilidad única para desarmar a sus rivales y nunca había perdido un duelo, mientras que Katto... su fuerte no eran las armas de filo, ni las de ninguna otra clase.
La cabra embistió con fuerza. El duque soltó un tajo con su espada plateada contra el pescuezo de Katto, quien se agachó justo a tiempo y lo evitó por milímetros.
—Mi... mi noble señor, seguro que podemos arreglarlo de una forma civilizada —dijo Katto, esquivando otro golpe.
—Ni lo sueñes, mequetrefe. Seguro que estás afiliado al partido comunista ¡Perroflauta! ¡Por mi vida que te despellejo!
Estaba claro que no iba a poder razonar con el duque. Katto logró parar el siguiente tajo, pero su pequeña satisfacción se convirtió en espanto al ver que la hoja de su espada se convertía en un salchichón blando y gomoso, inservible para una pelea seria.
Ahora entendía porque el duque no había perdido ni un solo duelo, pese a su vejez extrema. Su arma estaba encantada con un hechizo fiambrero de nivel doce, uno de los más potentes que existían. Cualquier cosa que tocase su filo se convertiría en algún tipo de embutido: chorizo, jamón, salami, morcilla o panceta de burgos.
—¡Para, cuchi cuchi, para! —Suplicó la duquesa—. Piensa en tu pobre corazón, no te fatigues, cuchi cuchi.
—No me llames así, mala pécora ¡Mira que traicionarme con este bellaco de baja alcurnia! ¡Roba peras! ¡Podemita!
—Si me dedicases más tiempo a mí que a tu cabra esto no habría pasado —se defendió la duquesa.
El duque lanzó otro tajo. Katto se zambulló en la cama de tamaño gigante y se escondió entre el mar de sábanas y cojines. La duquesa de Falsworth gritó. La cabra saltó sobre el colchón y comenzó una lucha épica a cuatro bandas. El duque intentaba rebanarle el pescuezo a Katto, quien se revolvía entre las sábanas y utilizaba los almohadones franceses a modo de escudo, desatando una tormenta de plumas de ganso, rajas de chorizo picante y torreznos. La cabra mordisqueaba la ropa interior de la condesa, quien pataleaba y gemía, mientras golpeaba a la montura caprina con su sujetador reforzado.
Uno de esos sujetadorazos golpeó a la cabra en sus partes nobles. El animal comenzó a dar coces y se encabritó, haciendo que el duque de Falsworth cruzase volando la habitación. Eso le dio a Katto el tiempo justo para escapar de la cama y dirigirse a la ventana, pero resbaló con una de las muchas moñigas de cabra que cubrían el suelo como un manto de bolitas marrones. Se rehízo como pudo, abrió la ventana y se encaramó a la repisa.
Katto miró hacia abajo y tragó saliva. Había unos cincuenta metros de caída libre y lo peor era que el suelo estaba cubierto de afiladas púas de metal. Para ser un gato, Katto era bastante atípico. Padecía de vértigo. Le daban un miedo terrible las alturas, por lo que descartó dar un salto y caer como se suponía que hacían los gatos, siempre de pie. El siempre caía de culo.
Al mirar hacia un lado descubrió su posible salvación. Una tubería destartalada bajaba hacia el suelo, serpenteando como una oruga gigante. Pero se encontraba a unos tres metros de la repisa. Katto tragó saliva. Si aquella era su mejor opción estaba realmente jodido.
El duque había logrado recuperarse y avanzaba hacia él con el rostro desencajado, gritando como un loco.
—Si salgo de esta me meto en un monasterio de clausura —susurró Katto.
Le rezó una breve oración a Bastes, dios de los gatos y de los ladronzuelos, y saltó en el mismo instante en el que el duque lanzaba un terrible tajo contra su culo. Katto se arqueó para evitar el filo de la espada mágica y sintió el roce del aire en su trasero. El golpe había fallado por milímetros.
El caballero Von Kitten estiró los brazos al máximo y logró agarrarse a la tubería de milagro. Estaba herrumbrosa y chirriaba cada vez que Katto se movía, pero parecía que aguantaría su peso. Aunque le picaba mucho la cola, Katto suspiró aliviado. Acababa de salvarse de una buena. El duque apareció en la ventana, con la cara roja como un tomate por el esfuerzo y la indignación.
—¡Bellaco¡ ¡Felón! ¡Gañán! ¡Sindicalista! —Rugió el duque, con la boca cubierta de espuma.
Katto le hizo una reverencia con el sombrero, bien amarrado a la tubería con la otra mano.
—¡Ah! Mi querido duque —dijo Katto—, parece que de tanto andar con cabras os han salido dos grandes cuernos. No pongáis mala cara, os favorecen mucho ¡Adiós vejestorio!
Katto descendió por la tubería con mucho cuidado. No quería que su buena fortuna se fuese a torcer en aquel instante... sólo me queda una vida, pensó. El duque de Falsworth alzó su brazo, apuntó y lanzó la espada mágica. El gato se agachó y evitó el filo, que se perdió en la noche.
—¡Mala puntería, viejo bujarrón! —Gritó, sonriente.
Se escuchó un crujido por encima de su cabeza y la sonrisa se le heló de golpe. La espada fiambrera había golpeado la tubería medio metro por encima de su posición, convirtiendo una sección de metal en un chorizo a la sidra. ¡Crack! ¡crack! ¡craaaaaaaaaaaaaaaak! Gimió la tubería
—¡No! ¡No! ¡Nooooooooooooooo! —Gimió Katto.
—¡Sí! ¡Sí! ¡Siiiiiiiiiiiiiiiiii! —Gimió el duque.
El chorizo a la sidra cayó, haciendo que toda la tubería cediera y se desplomase como un castillo de naipes barrido por el viento. Katto cayó a toda velocidad, pataleando y bufando en el aire. Un montón de pinchos bien afilados le esperaban para darle un recibimiento bien punzante y mortal. Iba a ser ensartado, convertido en un pincho gatuno.
"Sólo me queda una vida, joder ¡Mierda, mierda, mierda!"
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Niebla y El Señor de los Cristales Rotos vol 2
FantasíaParís, verano de 2014 -¡Para, te lo suplico! ¡Vas a matarme!e, hermanita. -Relájate, hermanita. Solo estoy apuntando las cosas mas importantes que han pasado en el libro -dijo Laura, mientras le arrancaba un lamento estridente a la pizarra con una...