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La sombra pegó un grito y le gruñó:

—¿Preparada para morir?

Su voz era horrible y raspaba en sus oídos como una lija. Por primera vez podía escuchar voces, aunque odió que fuera esa voz la que escuchara.

La chica no respondió. Se quedó pegada a la puerta, alzando el cuchillo, con expresión de total pánico y terror. Amy no vio nada de su anatomía, pero pudo saber que aquella persona estaba sonriendo. Sonriendo de una manera maléfica. Saber aquello sin ni si quiera verle hizo que un escalofrío le recorriera su columna vertebral de una manera efectiva y rápida.

En un simple descuido momentáneo, la sombra se posicionó frente ella.

La chica contuvo la respiración.

No por qué aquello oliera mal —que también lo hacía—. Aguantaba la respiración por el horror que le embargaba.

Era un hombre de una edad que no pudo descifrar. Su cara tenía agujeros. En las mejillas tenía uno, y podía ver las pocas piezas dentales que le quedaban. No es que aquellos dientes estuvieran en buen estado ni mucho menos. Estaban amarillentos. De un amarillo verdoso y podrido. Tenía roña por todas las partes de su cara; y vestía con un traje echo jirones. A la pálida luz de la luna Amy pudo distinguir que tenía un ojo de cristal. O eran imaginaciones. O era cierto.

—¿Qué tal guapa? —dijo echando su horrible y pestilente aliento en la cara.

Era como una congregación de mofetas. Era lo peor que había olido en su vida.

Se acercó más, y la chica intentó abrir la maldita puerta. ¡Pero estaba cerrada con pestillo! Alzó el cuchillo cuando se acercó más a ella, y sus caras estuvieron a centímetros. La chica pudo observar alguna lombriz que salía de su cara, y se horrorizó una vez más ante aquello. No podía ser cierto.

«¡No está pasando!» —se repitió mil veces a sí misma, aferrándose a la posibilidad de que fuera cierto. Una vez más, todo era completamente real.

Aquella abominación la agarró del cuello en un suspiro, y la chica sintió como si fuera fuego lo que la estaba estrangulando, en lugar de unas manos comidas por la mugre y uñas amarillentas, largas y descuidadas. Se clavaron en su cuello, y sintió un dolor agudo en su cuello. Una punzada.

Cerrando fuertemente los ojos, alzó el cuchillo.

«Una».

«Dos».

Ni si quiera pudo esperar a pensar en el número tres para anclar en cuchillo en el hombro de aquello. No porque se estuviera quedando sin respiración, si no por el dolor agudo producido por el impacto de aquellas uñas en su cuello.

El cuchillo se clavó tan hondo que casi enterró el mango en el cuerpo de aquella cosa. Un líquido negro salió de aquello, y cuando tocó sus manos le quemó. Sacó el cuchillo con toda la paciencia del mundo, y miró su mano. Roja completamente. La agitó, y siguió a lo suyo. La bestia lo había soltado hacía poco, y estaba tambaleándose en la habitación. Cayó en la cama de la joven, y casi se rompió.

Ella fue hasta él, y comenzó a clavarle cuchilladas en todo su cuerpo a la vez que la bestia convulsionaba. Cuando ya había clavado muchas veces su cuchillo y se había manchado de aquel líquido negro que quemaba; la bestia pegó un manotazo y la envió al otro lado de la habitación cayendo en el suelo junto a la puerta.

—¡Ahora si que vas a morir! —dijo ella.

Por primera vez desde que comenzó todo pudo articular unas palabras. Creyó por un momento que simplemente se lo había inventado, o que había sido aquella bestia imitando su voz, pero no. ¡Hablaba! No sabía como, no sabía por qué, pero hablaba. Puede que todo estuviera en su cabeza, que todo fuera psicológico. O que el miedo la hubiera espabilado. O puede que todo tuviera un motivo más oscuro. Decidió encargarse de todo aquello más tarde, y encargarse de solucionar los problemas que tenía. Tendría una conversación muy larga con Taylor.

Se dio cuenta de que su cabeza de la daba vueltas, y en ésta tenía un golpe propinado al impactar con aquella puerta. Se levantó con toda la dignidad posible, y cargó contra aquella cosa, que se retorcía por toda la habitación tirando muebles y echándolo todo abajo. Todavía le dolía la cabeza en su parte trasera. Apartó el dolor que sentía por el odio hacia todo.

La estaba esperando para que le ensartara un cuchillazo. La miraba con un rostro de superioridad. Las lombrices salían de su lengua hacia todas partes, y la chica no se preocupo por tal cosa. Con grito grave y un pequeño salto, la chica clavó el cuchillo en aquello. O por lo menos lo creyó. No estaba ahí.

Cayó en el suelo y se raspó las rodillas con los cristales que quedaban esparcidos por el suelo. La sangre salió poco a poco, como cascadas de color rojizo desde sus rodillas hasta el suelo. Era un rojo claro, no como aquella sangre que salía de aquel cuerpo en estado de putrefacción. Cuando la sangre tocó sus pies, la chica decidió echar un vistazo a la habitación.

La luz de la luna. El aire frío. Los trocitos de cristal con los que Amy se había cortado llenos de sangre. La luz de la luna incidiendo en ellos. Aquel hombre en un estado lamentable. Su cama completamente derribada. Las mesillas de noche derribadas. Libros por el suelo. Sus gafas en el suelo. Eso era lo que veía.

Aquello estaba en otra parte de la habitación, emitiendo una sonrisa triunfal y con una expresión que decía por si sola:

«Ven aquí».

Era escalofriante.

Se armó de valor y contraatacó con las pocas fuerzas que tenía.



La Noche Eterna [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora