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Amy no supo a qué se refería Taylor. Decidió preguntárselo:

—¿De qué estás hablando? —se lo preguntó en voz alta, de una manera equivocada.

De nada. Tú, sé fuerte y afronta todo lo que te venga —se acercó más a ella, y ambos cuerpos quedaron a milímetros.

Amy pudo sentir el tacto frío que irradiaba Taylor, lo cuál hizo que un escalofrío le cruzara toda la columna vertebral, y que ella se retorciera levemente, sin que, según pensó Amy, él se diera cuenta. O sí. No lo supo. Estaba confundida y asustada. Y no quería seguir con todo eso. Quería sentarse con el Taylor de antes, para hacer cosas normales de adolescentes normales. Añoraba a Taylor.

Ella pudo verle a la pálida luz de la luna. Sus pómulos eran más marcados, sus facciones más angulosas, su cara tenía incluso un tenue brillo, plateado, mágico. Sus ojos reflejaban una luna en fase creciente.

Se acercó más a Taylor. Sus cuerpos se tocaban, estaban haciendo un puzzle de dos piezas en el que todo encajaba a la perfección.

Él le cogió la mano, y la miró a los ojos.

Sabes que te quiero, ¿no?

Sí.

Taylor rozó los labios de Amy, y a continuación ambos se fundieron en un beso. Ella sintió sus labios fríos, su brazo frío, sus manos frías, y no pudo soportarlo. Se separó.

¿Qué pasa?

—Nada. Solo que... —le tembló el labio inferior— No lo sé. No... No sé... No eres el Taylor que... Ya sabes... Vivía. Lo hecho de menos. Sé que es algo egoísta por mi parte, pero...

No, no es egoísta. No te sientas culpable.

—¡Oh, venga! Me tratas como si decirte eso no fuera malo. Pero lo es. ¡Lo es! Porque...

La calló con un beso repentino, y casi sin venir a cuento. Ella lo único que hizo fue dejarse llevar por Taylor. Ella quería olvidarlo todo y ahogarse en ese beso, comenzó jugar con el rizo que se le formaba en el cuello, y una risa se le escapó a Taylor en mitad del beso.

Una risa que le recordó a su lado más humano. A su lado más simpático, al que solo mostraba con ella. Un lado que le hizo estremecerse. Sus emociones eran como una montaña rusa. Unos ruidos en la puerta, la hicieron alarmarse.

—Taylor —dijo.

Éste solo fue andando hacia el ventanal esquivando los trocitos de cristal, y en un hueco que había entre la mesa y la barandilla de la pequeña terraza, desapareció.

La puerta —hasta entonces cerrada—, se abrió de un golpe. Un niño, de unos siete años era cogido bruscamente por el cuello de la chaqueta de cuero negra que tenía por un señor de unos... ¿Cuarenta y cinco años? Era ancho, y muy corpulento. Tenía barba, y su expresión proclamaba seguridad en sí mismo y mucha arrogancia. El niño tenía una cara redonda, y le faltaban algunos kilos para estar en su peso ideal.

El hombre tenía una pistola. El niño chasqueó los dedos, y en algún lugar del límite de su conciencia, supo cuándo su cabeza golpeó contra el suelo.

Casi inconsciente, la joven escuchó una voz ruda, y muy grave que decía:

—Venga —dijo la voz—, ayúdame a cogerla, vamos a llevarla.

—Vale —respondió Taylor.

¿Taylor?

La Noche Eterna [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora