Perdición. Parte 3

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El desenfreno

“Como en cualquier experiencia placentera, nunca quería que llegará a su fin. No importaba por lo que tuviera que pasar, lo único que deseaba era jamás dejar de sentirme así.”

Al principio era todo tan maravilloso, éramos una de esas parejas que apenas están jugando a conocerse, de mano sudada, de pasar vergüenzas, de mirarse a los ojos y sonreír simplemente porque esa persona estaba a tu lado, por lo menos para mí lo era así.  Se sentía hermoso ¿saben? Sentirse amada de alguna manera, era simplemente lo único que quería. Lo único que necesitaba era tenerlo a mi lado.

Con el tiempo llegaron los problemas y las inseguridades, seis meses llevábamos cuando el primer impacto pegó fuerte en mi corazón.

Un viernes en la tarde de principios de mayo, nos reunimos a tomarnos unas cervezas en la casa de mi mejor amigo, Juan Carlos -sí, ese es el nombre del protagonista de esta amarga historia, nombre que aún en día no me permito pronunciar-  llegaría después, recuerdo estar sentada en su sillón mientras me llevaba una cerveza a los labios, sentía que todos buscaban decirme algo, pero sencillamente no entendía porque no lo hacían. Empecé a hablar de un millón de cosas esperando que pronto dijeran aquello que los tenía en tal silencio.

- Gabi, necesitamos contarte algo- pronunció una de mis amigas que me rodeaban

Sentí como mi corazón empezó a acelerarse sin razón alguna, no lo podía contener.

- Lo que pasa es que Cross al parecer está saliendo con otra persona- concluyó mi amiga.

Me desvanecí. Esta es la primera vez que podía sentir como mi corazón se destruía dentro de mí, caí sobre el espaldar de aquel gran sofá, respiré profundo, me llevé las manos al rostro y rompí en lágrimas. Dejé de sentir mi corazón por momento, sentía como lentamente se hundía dentro de lo más profundo de mí.

Me puse de pie lentamente y corrí hacia el baño más cercano, cerré la puerta estruendosamente y me miré en el espejo que tenía al frente de mí.

Tenía los ojos llenos de lágrimas, la cara enrojecida y los labios hinchados. Me sentía tan miserable, estallé una vez en un brutal llanto, me acurruqué en el piso. Solo podía comprar este dolor con una puñalada directo al corazón, perforando mis sentidos, mi respiración y hasta mis pensamientos.

Lo perdoné.

Con el tiempo todo empezó a empeorar, se convirtió en algo predecible lo que preguntaría y consecuentemente lo que yo respondería, se sentía como si pudiéramos sentir el cansancio que teníamos frente a esta relación y literalmente podía contar con los dedos de una mano las veces que cruzábamos palabras cada día. Sus actitudes empezaron a despertar en mí una inseguridad que parecía consumirme, no confiaba en lo que era como persona para entregarle, me culpé por toda su falta de interés frente a nuestra relación, frente a lo que sentía, vivía con un constante miedo de que se cansará de estar con alguien tan poca cosa como yo, tan voluble, tan inútil, tan desconfiada. No les voy a mentir, pase dos años de mi vida consumida por el temor de perderlo.

La segunda estocada pegó justo en el miedo que me atormentaba.

Un año después del hermoso momento en que comenzamos a ser algo más, me encontraba tumbada en el suelo como aquel día, sola, con mi celular en las manos mientras las lágrimas una vez más inundaban mi rostro. Habíamos tenido una pelea que no tenía precedentes, recuerdo que todo el problema giraba en torno al interés, palabras lindas y detalles que recurrentemente le pedía. Y como siempre él prefería silenciarme de su vida por un rato mientras yo me tragaba todas las cosas que tenía por decirle y él prefería no escuchar.

Y ahí estaba yo, destrozada una vez más mientras que él se encontraba en una fiesta con sus amigos, sabía que estaba muy bien, pues no se había tardado ni un poco en subir una historia en su Instagram en brazos de una niña hermosa, de esas que te hacen admitirlo, alguien tan parecido a él, tan metida en su onda, al lado del rostro de ambos reposaba una línea que me hizo sentir nauseas, “mi bebé”  y para matarme un poco más, un corazón al lado.

Sentí una vez más como mi corazón se desvanecía, me hervía la sangre, me dolía hasta respirar. 

Si, me la había hecho una vez más.

Ustedes deben pensar que soy una verdadera estúpida, que no sabe valorarse y que carece de dignidad propia. No los puedo juzgar porque la verdad es que siempre fui una de esas personas que criticaba libremente a las mujeres que perdonaban situaciones como estas, que eran mujeres sin amor propio. Pero la vida me hizo tragar mis palabras, le dejé pasar estas cosas porque simplemente no podía pensar en un escenario de mi vida donde el no estuviera presente. Era prisionera de mis sentimientos, de sus ojos hechizantes y de las palabras de amor y perdón que siempre me juraba. El estómago se me retorcía y los ojos se me llenaban de lágrimas con el simple hecho de pensar mi vida sin él. No quería nada sin él, no podía perder más personas en la vida, ese privilegio no me podía dar.

Él nunca fue una persona con las que siempre había soñado, si les soy sincera aún me cuesta entender que fue lo que me hizo caer tan profundo por él, era una persona tan fría, tan desinteresada, pero a la vez cuando expresaba ciertas cosas sencillamente me robaba el alma. 

Y fue allí, en ese instante después del segundo golpe y de la manera en que fácilmente accedía a perdonarlo que supe estaba en una relación de la cual no podía escapar.

No puedo llevar una cuenta de las veces que desesperada manejaba hasta su casa para arreglar las cosas, era la única persona con la que nunca podía estar mal. Él tenía todo el poder de definir cómo debía sentirme, con una sola palabra podía hacerme la persona más feliz o hundirme en lo más profundo, le entregué la potestad de romperme y desmoronarme con tan solo un chasquido de sus dedos, con una palabra, con una sola respiración.

Planeaba mi vida para tenerlo ahí, para que estuviera y se sintiera bien a mi lado, más veces de las que me gustaría admitir, me dejó esperando su llegada, su llamada o un mensaje, todo giraba en torno a Juan Carlos, después de él no había nada para mí.

Recuerdo una noche de abril, donde íbamos a celebrar casi año y medio de conocernos, me puse la el vestido más lindo que tenía, me arreglé el cabello durante más de una hora, me maquillé justo como a él le gustaba con una delgada línea negra sobre mis pestañas y brillantes labios rojos, me puse mis botas preferidas y esperé por su llegada. Tenía tantas expectativas sobre esa noche que tenía una sonrisa que no se me borraba.

Abrí la puerta de su camioneta, y ahí estaba él. Con una de sus habituales gorras, una de sus grandes chaquetas, mirándome como solo él sabía hacerlo. Lo besé, no sé qué tenía este hombre.

Durante la cena, esperé todo el tiempo algún detalle romántico, algún discurso de amor, algo que me hiciera sentir especial. Decidí dar, como siempre, el primer pasó yo. Saqué de mi bolso una pequeña cajita blanca que había hecho yo misma, dentro de esta había más o menos unas 20 fotos de nosotros, cada una con una frase romántica y en la tapa escrito con mi puño y letra reposaba un Para siempre.

Se la entregué, me sonrió y me besó una vez más.

Terminamos de comer, cada uno pagó su parte y entramos una vez más a su camioneta.

- ¿Te molestaría acompañarme a hacer una vuelta? - preguntó mientras encendía el carro.

Mi corazón dio un brinco, ¿Me llevaría a mirar las estrellas desde un lugar hermoso? ¿Me llevaría a comer helado? ¿A tomarnos una cerveza juntos?

- No, tan bobo- respondí con una sonrisa en mi rostro, pues pensaba que solo quería pasar más tiempo conmigo, los dos- ¿A dónde quieres ir?

- Es que el guate está tocando en un bar por la 39, y le prometí que me iba a pasar un rato- respondió- ¿Te molesta?

Sí, están leyendo correctamente.
Yo como la romántica estúpida que siempre he sido pensé que solo tal vez quería compartir un espacio más romántico conmigo, pero no.

- Claro que no me incomoda, vamos- respondí mientras por dentro una mezcla de ira y tristeza me inundaban, no podía decirle que no.
La verdad me conformaba con pasar un rato más a su lado, aunque tuviera que aguantarme esa música horrible que tanto le gustaba.

Nunca dije nada, me tragué todos mis sentimientos. Aguanté todo por el simple hecho de no molestarlo de que nunca pensará si quiera en dejarme.
Era, y aun creo que en cierto grado, completamente suya hasta el punto de estar tan atada a el que no encontraba la manera de escapar, de huir de aquella trampa que me había puesto yo misma, se me hacía imposible si quiera pensar en decirle adiós a pesar de que me destruía cada vez más, cada día mucho más, era prisionera de un amor que me derrumbaba cada vez que podía en el cual lagrimas era más comunes que los te amo  y las sonrisas.
 
Era débil, tan débil que sentía no poder seguir mi vida sin él, él era una adicción latente, entre más me hundía yo buscaba más de él, me tenía completamente a su merced.

Era dependiente a él, emocionalmente dependiente de su presencia en mi vida. Llevaba más de dos años presentando los patrones claros de este tipo de relación, patrones que solo después de un largo tiempo entendí en una larga charla debajo de mis cobijas con mi mejor amiga que va terminando su carrera de psicología. Ella me quitó la venda de los ojos.

Las personas involucradas en este tipo de relaciones dependientes, generan creencias erróneas acerca del amor, de la vida en pareja y de sí mismo.

Yo creía que Juan Carlos era el amor de mi vida, que mi vida no podría ser concebida fuera de esta relación aun cuando esta la mayor parte del tiempo me generara mucho dolor e insatisfacción. A pesar de tantos golpes que esta relación le daba a mi corazón, no podía. No quería dejar de sentirme parte de su vida y que él fuera parte de la mía. Tenía miedo de perder todo lo que habíamos construido, de no volver a ver sus ojos, de no tener sus besos ni nunca volver a estar en sus brazos.

Era un amor que nunca había sentido, porque los pocos, pero significativos buenos momentos que habíamos compartido me bastaban para amarlo de la manera en que lo hacía. Sentía que era un amor sin límites, que nunca tendría fin y que entre más situaciones tristes y entre más me pisoteara sería un amor puro, porque frente más sufrimiento y superación de situaciones adversas, más fuerte sería nuestro amor.

La dependencia emocional puede ser definida como un apego exagerado hacia otra persona y aparece generalmente dentro de la relación.

Sentía un deseo extremo de estar junto a él, pero más allá que algo físico de acaparar todo su espacio, necesitaba saber de él todo el tiempo, necesitaba que me escribiera, que me preguntara sobre mí. Necesitaba absorber todo lo que él tenía para darme, me dolía saber que solo recibía sobras de la persona con la que estaba, pero eso tan poco que me daba era lo único que me llenaba de felicidad. Era una intensa, me inventaba un plan para todo, lo invitaba a todo lo que hacía desde una reunión familiar hasta simplemente arreglar mi closet.

Solo pensaba en verlo o escucharlo todo el tiempo, me sentía mal si no estaba conmigo en todas las cosas que compartía con él, no solo quería su compañía, la necesitaba. Tenía una dependencia absoluta hacia sus cosas, su presencia, sus palabras y hasta su forma de mirar. Eliminé por completo mi individualidad, ya no pensaba en mi ni en mis necesidades mi único objetivo era complacerlo para que permaneciera siempre a mi lado.

• Las relaciones dependientes generan un desequilibrio en sus áreas de desarrollo: social, laboral, familiar.

Por esta relación me agarré con todo el mundo, especialmente con las personas que más apoyo me han regalado en la vida.

Nuestras peleas y todas las situaciones horribles por las que pasó mi corazón junto a él no se quedaban solo entre nosotros, estar mal con él era sinónimo de estar mal con todos y con todo. Me volvía una mezcla terrible entre estrés, mal genio y susceptibilidad que no podía soportar nada de lo que los demás tuvieran por decir, cargaba con un nudo en la garganta todo el tiempo que poco a poco consumía todo lo que era. Todo esto no me dejaba si quiera concentrarme en muchos deberes que debía cumplir, admito que la mitad de mis trabajos mediocres eran fruto de toda esta situación.

Todos los que conocían de mi tormentosa relación me aconsejaban todo el tiempo que abandonara a aquel hombre que me hacía tanto daño, pero yo no sabía escuchar sus consejos ni mucho menos practicarlos, solo sabía que con cada día que pasaba yo me consumía más en él.  Me decían que poco a poco me estaba acabando, que absorbía todo lo que me constituía como persona, me quitaba el alma, incluso me reprochaban en la cara la manera en que me dejaba pisotear decían que estaba perdida.

La dependencia emocional es un tipo de dependencia interpersonal genuina, las personas implicadas presentan baja autoestima y pobre auto concepto, miedo e intolerancia a la soledad e incapacidad para romper la relación.

Como les conté antes, yo sentía que era tan poca cosa que no merecía siquiera una mínima muestra de interés, que no valía un mensaje lindo de amor o alguna muestra extraordinaria que nos sacará de la terrible costumbre en la que estábamos atascados. Que merecía todas las situaciones horribles, que merecía sentirme insegura pues si no despertaba las intenciones en él era porque sencillamente no era lo suficiente. Cometí el mismo error más veces de lo que me gustaría aceptar. Entregue mi corazón, mi esencia y mi alma, perdiendo el control de lo que soy
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No sabía cómo ser yo misma, no sabía cómo estar bien.

No era fácil para mi encontrarme en diferentes situaciones que implicaban a otras personas especialmente por el hecho que este tipo de situaciones legitimaban mucho más mi inseguridad pues sabía que en cualquier momento podría llegar una mucho mejor que yo, que fuera todo lo que yo no. Pero era precisamente por esta razón que yo siempre entregaba mucho más, me desbordaba en dar todo de mí pues no podía concebir perderlo, perder su amor. Me aterraba.

Tenía todas estas señales al frente de mis ojos, pero prefería mil veces sufrir tanto por mucho más tiempo, porque simplemente sabía que moriría de pena si este amor fracasará.

Así de simple.

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