El retorcimiento
“Todo lo que provoca en mi empieza a llegar a su final, el cual llega con un ataque que desata un sentimiento de completo vacío dentro de mi ser. Pierdo todo, desde mi energía hasta mi identidad, no puedo dormir ni comer solo esperar que con suerte todo termine pronto.”
Me empecé a percatar mucho más a fondo de tantos detalles tan destructivos que existían en esta relación, de tanto desinterés, de tantos desplantes, todo se empezó a desgastar como cuando un reloj se empieza a quedar si la energía necesaria para funcionar, pero existió un exacto momento donde noté las graves y grandes falencias de este amor donde me consumía cada día más.
Estábamos en mi desordenado cuarto, lo había invitado esa tarde para que me ayudará a empacar mi maleta, tenía un viaje a puertas. Rodeados de ropa y diferentes accesorios, él doblaba un vestido azul mientras yo lo miraba sin que el siquiera lo notará, me acerqué a donde estaba y le di un pequeño beso sobre su nariz, me puse de pie, tomé un vestido que pensaba llevar, pero sentía que tal vez no tenía el cuerpo para usar, me puse en frente de él.
- ¿Crees que estoy gorda? - pregunté esperando que mi novio de aquel entonces me respondiera con un mensaje tierno.
Debemos ser sinceras no hay mujer en el mundo que no pregunté ese tipo de cosas para escuchar una respuesta que le demuestre lo contrario, así se maneja el mundo.
- No sé- respondió sin siquiera mirarme
- ¿Cómo así? – repliqué un poco ofendida- O sea ¿Sí?, por fa sé súper honesto.
- ¿La verdad? - preguntó levantando la mirada del vestido que aún intentaba doblar adecuadamente.
Asentí con mi cabeza frenéticamente, nerviosa y enojada por lo que podría venir después.
- A veces sí, sí te ves gorda- respondió con una frialdad que penetró cada fibra de mi cuerpo, cortando a su paso todo lo que iba atravesando.
Salí de mi cuarto, me metí a la cocina, tomé una gran bocada de aire y como era ya una costumbre el llanto me atacó. Tocó una delicada fibra dentro de mí. Esa pregunta iba más allá de la vanidad, iba directamente dirigida a mi autoestima, a todo lo que sentía que no tenía para ofrecerle y esa afirmación me hizo entender que tal vez todas mis inseguridades tenían una razón de ser, que él no estaba completamente conforme con lo que tenía para dar.Nunca me había sentido tan miserable y despreciable como aquel día, me sentía como del tamaño de una hormiga. Como también era costumbre, discutimos un rato y decidió irse, dejándome con todo lo que tenía por decirle en la punta de mi lengua.
Cerré de un golpe, pateé y golpeé fuertemente la puerta mientras las lágrimas no paraban, me sentía tan impotente, tan llena de rabia.
Ese día me di cuenta de una realidad que no quería entender, estaba en una relación desastrosa. En la cual no era yo, en la que nos estábamos destruyendo lentamente, donde había entregado tantas cosas a una persona que nunca me entregó lo mismo, donde mi corazón estaba en estado crítico al igual que mis emociones y mi estado mental. Sabía cuál era la decisión correcta para sanar mi corazón para no perderme dentro de este tornado que succionaba lo mejor de mí, y también para salvarlo a él.
Pero no podía, en serio no podía. Cada vez que lo veía, todo lo malo se borraba mágicamente de mi mente, solo quería tenerlo para mí. Bastaba un beso o estar en sus brazos para que todo el dolor desapareciera.Durante esos días, no existía una noche en que no llorará desesperadamente, estaba muy cansada, cansada de pasarme los días y las noches quemando mis pensamientos y mi corazón por él, buscando únicamente conservarlo más tiempo a mi lado.
La decisión no fue mía, nunca logró ser mía.
El 3 de junio, es uno de los días que jamás olvidaré, pues aún recordarlo destruye mi corazón. Acabábamos de preparar nuestro menú predilecto: Tostadas francesas y pancakes, estábamos sentados en mi comedor mientras veíamos MTV, todo se sentía muy raro, nos encontrábamos en un punto donde estaba todo muy mal, apenas y nos soportábamos.
Tengo difusos recuerdos de aquella tarde, pues son incontables las veces que he intentado borrarla de mis recuerdos.
Peleamos por una estupidez, eso sí lo recuerdo. Le respondí con el discurso que ya había memorizado de tantas veces que se lo había repetido, necesitaba más amor, mayor comprensión, atención e interés, nunca pedí nada más allá de estas cosas.
- Dime algo, ¿Qué tienes por decir de todo lo que te estoy diciendo? - pregunté muy enojada
Nada. El silencio llenó toda mi habitación.
- Dime algo- le suplicaba mientras la impotencia consumía todo lo que era, me derrumbaba.
Me acurruqué a un lado de mi cama, metí la cabeza entre mis rodillas. Estaba desesperada
- Estoy cansado de lo mismo- respondió de la nada, llenando el vacío- de pelear siempre.
- Entonces ya sabes que hacer, porque no me voy a cansar de decir lo que me molesta, lo que me hace daño- respondí sin pensar, la verdad estas palabras brotaron sin el más mínimo permiso.
Se acerco a mí, mientras yo seguía llorando.
- Me voy- dijo fríamente
- ¿Cómo así que te vas? - repliqué entre lágrimas- No Juan Carlos, esto lo arreglamos ya porque más tarde no voy a salir corriendo en el carro como una loca a tu casa para hablar de las cosas.
Escondió su rostro justo a mi lado, pude sentir como por primera vez en esos casi dos años lágrimas caían ahora de su rostro también.
- Terminemos – la palabra que me perforó el alma- Nos estamos haciendo mucho daño.
Nos abrazamos, no quería soltarlo. No quería dejarlo ir, nuestras lágrimas se mezclaban mientras ninguno de los dos podía pronunciar nada.
Tomé aire para hablar
- ¿Estás seguro? – pregunté destruida
- No- respondió sin levantarla cabeza
Pasamos varios minutos abrazados, se sentía como si ninguno de los dos quisiera dejar ir al otro, yo me aferraba a él como si fuera mi propia vida. No podía creer que nunca más lo iba a volver a ver. Se empezó a levantar poco a poco, a secarse las lágrimas de su rostro.
- ¿Estás seguro? – logré mientras mi voz se quebraba una vez más
Negó con su cabeza
- Me voy- repitió una vez más
- ¿Te vas hoy o te vas para siempre? – pregunté casi ahogada en el llanto
- Para siempre- salió de mi cuarto hacia la cocina
Caí sobre mi cama, no podía creer que esto estuviera pasando. El corazón me latía tan lentamente que en algún momento pensé que había desaparecido de mí, no podía controlar mi respiración pues me sentía ahogada en mis lágrimas, las manos me temblaban y yo no podía si quiera pensar en moverme.
Volvió a entrar, tenía un vaso lleno de agua, me levantó poco a poco y logro sentarme sobre el borde de mi cama, me entregó el vaso con agua y fue inevitable no tomar un poco, en serio sentía que iba a perder la conciencia.
Se sentó una vez más a mi lado.
Nunca nos vamos a volver a ver después de hoy- dijo mientras limpiaba las lágrimas que caían rápidamente por mis mejillas, mientras yo suplicaba entre sollozos que no me dejará, que no se fuera de mí.
Se paró lentamente de mi cama, dejando un gran vacío a mi lado, caminó por el pasillo donde tantas veces lo había visto llegar, abrió la puerta. Se fue.
Caí en el suelo destrozada, miré a mi alrededor y con las pocas fuerzas que aún sentía dentro de mí, me puse de pie, abrí la puerta de mi casa y salí corriendo como una loca en su búsqueda.
Lo abracé por detrás con todo lo que tenía, me abrazó de vuelta. No pude decir nada, quería seguirle suplicando que se quedará conmigo, que no se fuera. Quería decirle que no quería no estar a su lado, pero no pude. No dije nada.
Se fue una vez más de mí.
Me encerré en un mi cuarto y lloré hasta que mis ojos se cerraron solos.
Todo había acabado.
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Soul Door
Short Story"A veces amarga, a veces divina, la vida es como una caja de bombones, nunca sabes qué te va a tocar."