s i e t e

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Jackson rio en voz baja

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Jackson rio en voz baja. Yo volví mis ojos hacia la lápida gris.

—Ella no es mi madre. Nunca lo fue —murmuré.

Él volvió a reír. Lo sentí arrodillarse a mi lado. Su cuerpo era el doble del mío y su cabello castaño oscuro. Tenía tres años más que yo y por mucho tiempo lo consideré mi alma gemela, en más de un sentido de la palabra. Era el primogénito de mi madre adoptiva, salvo que su padre era adinerado y era uno de los dueños del complejo de golf que estaba a un lado del cementerio. Jackson era el típico hijo del señor ricachón que transaba drogas, vivía de fiesta y bebía alcohol a cualquier hora del día porque se creía genial.

También era una de las personas que más me había decepcionado y quien dejó que sus amigos me usaran como bolsa de boxeo. Lo odié muchísimo, no solo porque yo era una adolescente sola y pobre, sino que había estado prácticamente desnutrida.

—No dijiste eso las primeras veces que nos vimos.

Suspiré.

—Porque en ese entonces pensé que ser una madre era ser lo que ella hacía. Luego aprendí que ella fue mi mamá... hasta que tuvo sus propios hijos.

Nos quedamos en silencio. Acaricié la tierra a ambos lados de mi cuerpo y enterré mis uñas, consciente de que luciría como si no me hubiera bañado en meses. Como si me importara la manera en la que la gente interpretaba cuántas horas pasaba en el baño o si no pasaba en lo absoluto.

—¿Qué haces aquí, Aspirineta? —masculló Jackson.

—Necesito que me deje en paz.

Resopló y sentí que la punta de su dedo índice tocaba mi sien.

—Aw, todavía no lo entiendes. Ella no te dejará en paz, porque tú tienes que dejarla ir primero —susurró.

Entendía lo que me estaba diciendo, en serio lo hacía, pero de todas maneras volteé a verlo para fulminarlo con la mirada.

—Ya la he dejado ir... Está muerta. —Apunté a la lápida.

Alzó las cejas.

—Está muy viva en tu cabeza.

Puse los ojos en blanco y desvié la mirada. No tenía por qué tomar consejos de alguien como Jackson. Me quedé mirando de manera fija la lápida, sintiendo que este viaje había sido estúpido e innecesario, pues no solo lo tenía a él molestándome, sino que no me estaba sintiendo mejor. En lo absoluto.

—Has aumentado algo de peso, Aspirineta. Se te nota en las mejillas.

Suspiré. Aquí vamos.

—¿Quién te está dando de comer?

Volteé a mirarlo.

—Mis padres.

Enarcó una ceja.

Pétalos caídos (P#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora