tres

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Mientras conducías flotabas en una ensoñación.
Había sido una noche fría de invierno en el sur de California. Volviste a casa de la universidad un par de semanas antes para las vacaciones. Las vacaciones te habían quitado un buen peso de encima, no tendrías que quedarte levantada hasta tarde estudiando, babeando sobre el escritorio por las mañanas y estresándote durante el largo y determinante período a de exámenes finales. Tu madre y tu padre te dieron la bienvenida a casa con los brazos abiertos en el aeropuerto. Solo habías estado fuera de casa unos meses y habías hablado con ellos por FaceTime, pero había sido la vez que más tiempo habías pasado sin abrazarlos. Nada supera la cariñosa acogida de tu familia.
Como era de esperar, tus padres empezaron inmediatamente a preguntarte sobre el vuelo, la universidad y los amigos. Lo normal, pero la siguiente pregunta te tomó desprevenida:

—¿Qué tal esta tu novio? —preguntó tu padre.

Estabas sentada en el asiento trasero de su coche y los ojos se te abrieron como platos. ¿Qué decía? ¿Quién iba diciendo mentiras sobre ti?

—No tengo novio, papá —Metiste el iPod en tu mochila verde azulada.

—Me dijiste que tenía novio —le reprochó a tu madre.

—Yo te dije que no sabía si tenía novio y tú dijiste: «Seguro que sí» —respondió a la defensiva.

Te recostaste en el asiento moviendo la cabeza. ¿Por qué hablaban sobre tu vida inexistente? ¿No tenían nada mejor que hacer?
Era tu primer año de universidad. Intentabas acostumbrarte a tantas horas de estudio, por no hablar del trabajo. Ya era difícil poder ver a tus amigos. No podrías haber tenido una relación en ese momento, aunque por el campus deambulaban muchos chicos lindos. Era fácil distraerse, pero no podías permitírtelo. Tus amigos eran diferentes, pero no vas a dar nombres.
«Queridos padres: pensar demasiado y llegar a conclusiones los meterá en problemas. Atentamente, su hija.»
Al día siguiente tú querías estar tranquila, pero tú madre tenía otros planes.

—Mamá, ¿seguro que quieres que vaya a esa fiesta de Navidad? —preguntaste mientras te abrochabas el brilloso cierre de tu vestido color rosa palo metalizado.

—Estas preciosa, cielo —dijo tu madre desde el otro lado de la puerta del baño, aunque no te estaba viendo. Intentabas darte prisa para ver qué estaba tramando para la noche—. Y sí, quiero que me acompañes porque tu padre esta noche tiene que trabajar. No quiero ir sola a la fiesta de Mary. Mi amiga Mary. Nunca estás aquí. Qué bien que estés en casa durante las Navidades. Te echaba de menos, pero estoy muy orgullosa de ti.

Que te dijese eso hizo que esforzarse tanto valiese la pena.

—La universidad me tiene estresadísima. Me alegro de estar en casa. —Te abrochaste los pendientes de diamantes. Esperabas no ir demasiado elegante. No te vistes así todos los días.

Abriste la puerta mientras le preguntabas a tu madre:

—No será demasiado, ¿verdad?

—Es Navidad. Esta bien pasarse un poco.

Ella llevaba un vestido largo rojo floreado muy bonito. No era nada del otro mundo, pero era de un material muy suave y cómodo que se podía resaltar con joyas para que pareciese más elegante. Asomándose por debajo de veían unos tacos altos adornados con diamantes.
«Mi madre es una mujer preciosa», pensaste.

—Estás preciosa, mamá. —La adorabas.

—¿A quién te crees que te pareces? —Hizo una pose de modelo. Qué lástima que no tuvieses el celular a mano.

—Ya lo sé. —Sonreíste intentado darte los últimos toques. Finalmente, tomaste la cartera—. ¿Estás lista?

Se ajustó el reloj de oro que llevaba en la muñeca.

—Cuando quieras. —Salió y tú la seguiste tras apagar la luz del baño. Al mirarte los pies descalzos supiste que iba a decirte que te pusieras algo que te daría problemas.

—Voy a ponerme zapatos chatos...

—No, tacos —sugirió con firmeza.

«¿Perdón?»

—¡Mamá!

—Puede que veas a alguien allí. Tal vez haya alguien que quiero que conozcas. —Te guiño un ojo mientras te echabas hacia atrás confundida. ¿Qué tramaba tu madre?

—Tengo un montón de tacos altos en el armario. Elige los que quieras —te ordenó.

Con un resoplido le frunciste el ceño.

—¡Vamos! —Dio unas palmadas —. No quiero llegar muy tarde.

"Que el corazón te guíe" ©️ Finn Wolfhard Donde viven las historias. Descúbrelo ahora