Capítulo 3

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El estudio de abogados, Griffin y Asociados, pasa por su mejor momento. En los últimos años ha alcanzado un gran prestigio y tiene una imagen reconocida en todo el país.

Las semanas en aquellas oficinas transcurren siempre en un ajetreo constante para el grupo de abogados y trabajadores de la firma; la demanda de trabajo es alta y nunca baja de intensidad.

Para Clarke todo es el doble de intenso porque, a aparte de llevar sus propios casos, todavía le gusta estar involucrada y pendiente de cada uno de los aspectos de la firma. Le es muy difícil desconectarse del funcionamiento general del estudio, aún cuando tiene a personas competentes haciéndose cargo en cada una de sus áreas.

Lincoln es un pilar fundamental en la estructura del estudio, se ha convertido en la mano derecha de Clarke y en su apoyo constante, no solo en lo relacionado con el trabajo, sino también a través de aquella extraña amistad que se ha formado entre ellos.

Él siempre le insiste a Clarke que debe aprender a delegar más y que de algún modo tiene que ir soltando la conducción del estudio, porque a estas alturas funciona casi autónomamente.

De los años que él trabajaba en la firma, nunca vio a su amiga tomarse vacaciones; pensar en ello, es casi un sacrilegio para la mujer.

Lincoln se preocupa por la abogada y sabe que, si sigue a ese ritmo, tarde o temprano terminará enfermándose con tanta carga y estrés que debe manejar.

Él desea que su amiga pueda cambiar, que se abra un poco más al mundo, que pueda descubrir que hay más vida fuera de las paredes de aquellas oficinas y de su casa; pero hasta el momento no ha tenido mucha suerte.

Muchas veces le invita a salir, a reunirse con sus amigos, pero siempre se niega; solo aceptaba, muy de vez en cuando a algunas cenas con él y su novia. Aun así, él nunca pierde la oportunidad para molestarle e insistir con un sinfín de ocurrencias.

Lincoln conoce bastante bien a Clarke, es la única persona que podría decirlo. Si bien, delante de la gente, la mujer le trataba de manera profesional y con seriedad, en lo personal y en la intimidad de su amistad, es distinta; un poco más cercana y relajada, a su manera por supuesto.


—Hola, ¿Se puede? —dijo Lincoln asomándose por la puerta entreabierta.

Clarke levantó la cabeza ante la voz y asintió.

—Te traje un café.

Lincoln casi siempre, cuando el tiempo se los permite, pasa por la oficina de la abogada para darse un momento y compartir.

—Gracias. —Sonrío, agradecida por el detalle.

El abogado se sentó frente a la mujer y le miró en silencio, sabía que el sábado se había excedido con las bromas y quería saber si estaba todo bien entre ellos.

—¿Estás molesta conmigo? —preguntó con cautela.

Clarke le miró confundida, pensando a que se refería; entonces recordó la noche del sábado.

—No. —Bebió de su café y lo dejó a un lado para seguir concentrada en los documentos que tenía sobre su escritorio.

—¿Segura? Porque te fuiste de pronto y casi no compartiste con nosotros... lo siento si se me pasó la mano bromeando.

—Está bien —aseguró sin querer hacer un problema.

Clarke se había incomodado con las bromas, pero no se iba enojar por algo así, no con él, y no cuando lo conocía tan bien.

—Sabes que no me gustan los bares, tanta gente y bullicio me estresa, no entiendo cómo pueden disfrutar de eso.

—Eso sucede porque nunca sales. No puedes saber cuan divertido es compartir con amigos, si no te das el tiempo para hacerlo.

DespertarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora