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Frank abrió los ojos a las diez de la mañana, sintiendo que se congelaba hasta los huesos

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Frank abrió los ojos a las diez de la mañana, sintiendo que se congelaba hasta los huesos. Si hubiera sido su elección se habría quedado dormido el resto del día, pero el timbre sonando de manera insistente lo obligó a levantarse.

Al principio se preguntó quién estaría tocando y si podría dejarlo afuera hasta que la persona se hartara, pero después recordó que tenía un invitado en casa, así que se asomó por la ventana para comprobar quién lo molestando, encontrándose con la imagen de Sam envuelto en un grueso abrigo, gorro y bufanda que le hicieron parecer un esquimal. El muchacho llevaba varias bolsas en las manos y le saludó cuando lo vio asomarse.

El clima ya no era tan malo cómo la noche anterior, cuando una tormenta de nieve azotó la ciudad, pero ciertamente no era bueno, por lo que no entendía cómo era que Sam se atrevió a salir de paseo a esas horas.

Suspirando miró el cielo, había aún algunos copos cayendo todavía, por suerte ya había salido de vacaciones, porque si estuviera trabajando, aquel nivel de frío no era suficiente para suspender labores. Mientras se preguntaba si podría volver a la cama después de abrir la puerta, bajó al primer piso, donde dejó pasar a un empapado Samuel.

—¡Buenos días! —exclamó el muchacho, pasando rápidamente, dejando un rastro de agua y nieve en el suelo, mientras se sacaba el abrigo. Por suerte se notaba que la prenda era impermeable, así que debajo de la tela Samuel estaba seco—. ¿Te desperté? —preguntó, utilizando el pie para que las bolsas que colocó en el suelo no se cayeran mientras colocaba su abrigo en el perchero de la entrada.

—¿Despertarme? Para nada, estaba a punto de salir a correr —dijo con la voz cargada de ironía. Sam se le quedó viendo con los ojos muy abiertos.

—¿Es en serio? —preguntó—. ¡Pero está helando afuera! —exclamó, mirándole cómo si estuviera loco.

La expresión de Frank se quedó en blanco, preguntándose si aquel chico realmente era tan obtuso cómo para creerse sus palabras.

—Era broma —respondió, sin saber muy bien que tono usar para no sonar negativo. Sam sólo sonrió, pareciendo un adorable oso de peluche.

—Lo sé, estaba siendo irónico —dijo antes de recoger su bolsa de compras y dirigirse a la cocina—. ¿Puedo tomar prestada tu estufa? —preguntó, desde la otra habitación.

Frank permaneció un momento en su sitio, un poco aturdido por el intercambio de palabras. De nuevo la conversación no fue cómo esperaba. Su ceño se frunció mientras trataba de decidir si aquello le desagradaba o no, cuando la rubia cabeza de Sam se asomó por la puerta.

—¿Jessie? —preguntó, con una expresión que le pareció muy dulce, igual que un niño curioso y de personalidad suave.

En ese momento, decidió que el chico le caía bien.

—Toma lo que quieras —respondió, dándole carta libre para que maniobrara en el lugar—. Sólo recoge cuando termines —agregó, moviendo la mano de forma desinteresada, enfatizando el hecho de que no tenía ningún problema con compartir su espacio mientras lo respetara.

Navidades con los MillerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora