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La cena estuvo deliciosa y Frank descubrió que era el objetivo de Sam ser una especie de chef del infierno, uno que pudiera preparar cualquier platillo exótico con un noventa y nieve por ciento de éxito. Por la manera en que habló del asunto, Frank se dio cuenta que en realidad el muchacho se lo tomaba bastante en serio, ya que pasaba su tiempo experimentando con sus recetas. Mientras charlaban llegaron a un acuerdo en el que Sam cocinaría en el tiempo que estuviera ahí, mientras que Frank pondría los ingredientes.

A los dos les pareció un buen trato.

Después de sellar su acuerdo con un apretón de manos se fueron a dormir y esa noche Frank soñó con gelatinas gigantes, fideos instantáneos y mariscos congelados de supermercado. No sabía por qué, pero aquella cena causó una impresión en él, sin embargo, a la mañana siguiente, cuando despertó suspiró, sintiéndose muy tonto.

Había pasado un largo tiempo desde que tuvo una interacción tan cómoda con alguien que no fuera de su familia o de su círculo de amistades (que, por cierto, se reducía a dos personas: Ryan y Atreyu). De hecho, también había pasado bastante desde que se mantuvo pasó hablando con un extraño.

Frank parpadeó, cubriéndose el rostro con la mano para evitar que los rayos del sol le lastimaran la vista. A penas eran las ocho de la mañana y de nuevo el tiempo mejoró en cuanto salió el sol.

Cuando sus ojos se acostumbraron a estar abiertos, dirigió su mirada al techo, al tiempo que su mente terminaba de despertar. Una vez que estuvo espabilado, pudo escuchar un ruido raro afuera, en su patio.

Al principio sólo frunció el ceño, pensando que quizás eran imaginaciones suyas, sin embargo, después de varios minutos se levantó de la cama de golpe, dispuesto a saber que era lo que estaba pasando.

Ante la escena, no pudo evitar sorprenderse, pues resulta que todo aquel escándalo no era otro más que Sam, quien se encontraba paleando la nieve del patio.

Curioso, recargó el rostro en la mano izquierda, mientras se asomaba, apoyándose en el marco para observar los detalles del paisaje. El chico tenía puesto el abrigo del día anterior y ya casi había acabado con su trabajo, el cual, debía decir, no era mucho pues los patios en el residencial eran bastante reducidos. Las casas incluso tenían las cocheras integradas al edificio.

Frank analizó la situación, preguntándose qué tan temprano tenía que despertarse aquel muchacho en su día a día para tener tanta energía a esa hora de la mañana y durante las vacaciones.

De repente, cómo si hubiese intuido su presencia, Sam levantó la cabeza y le sonrió, saludándolo con la mano. Frank le devolvió el gesto de manera mucho menos efusiva, pero bastante educada.

—¡Estoy paleando la nieve! —exclamó, cómo si la vista no fuese lo suficientemente obvia.

—¡Muy bien! —respondió sin saber que decir.

Navidades con los MillerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora