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Era treinta y uno de diciembre y Michael estaba teniendo problemas para llegar a casa

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Era treinta y uno de diciembre y Michael estaba teniendo problemas para llegar a casa.

Los transportes estaban parados, hacía un frío de mierda y nevaba como si no fuese a amanecer al día siguiente. Estaba saliendo del trabajo, se supone que habría actividad ese día, pero las redes estaban caídas, así que el jefe les dio el día libre a todos.

Michael tuvo que volver un clima que atentaba con su vida, caminando a pie.

Iba bajando por la empinada calle, intentando no irse de boca, mientras luchaba contra la nieve en su sombrilla. Estaba completamente helado a pesar del grueso abrigo que traía puesto y lo único que quería hacer era llegar a su casa, prepararse un café caliente y tumbarse bajo su nuevo y calientito edredón blanco.

Casi podía saborearlo.

Michael miró la hora, ya era tarde, muy tarde, la luz pública estaba encendida, pero pronto todo estaría demasiado oscuro como para andar a sus anchas.

Sonrió al ver su casa al final de la calle: blanca, grande y con él mar rompiendo a unos metros de la construcción. Ese lugar en la playa se lo había dejado su abuelo antes de morir, de no ser por ese lugar probablemente estaría en la calle. Soltando un suspiro agradeció al hombre por cuidarlo hasta el final y también lo felicitó por aprovechar su época de juventud para comprar en una zona cuyo precio se dispararía años después.

Estaba tarareando una canción mientras andaba, cuando notó que había una silueta parada debajo de un farol. Era un hombre alto, de figura estilizada y llevaba algo en las manos que protegía con su cuerpo.

Michael pensó que era mejor evitar al extraño, porque podía ser peligroso, sobre todo en una calle solitaria como esa, pero mientras avanzaba se dio cuenta de que aquella persona estaba temblando como una hoja y no parecía amenazadora.

Aun así, decidió caminar los más rápido posible a su lado, nunca se podía ser demasiado cauteloso.

Él era, generalmente, un defensor de las causas nobles, sin embargo, cuando se trataba de su propio pellejo, el altruismo escapaba de su cuerpo como tubería rota en medio de un verano caluroso.

"No me digan que soy buena persona" se dijo a sí mismo "Mejor denme dinero" y con ese pensamiento decidió desviar la mirada de la persona que se congelaba en el frío.

Michael había tomado la decisión de ignorar a aquella figura solitaria, después de todo se notaba que era un hombre que usaba un abrigo lo bastante caro como para pagarse una noche en un buen hotel. Como era de esperarse, las cosas no le salieron del todo bien.

El muchacho en cuestión levantó la vista y se le quedó mirando, tenía los ojos azules y el cabello rojo, lacio y tan sedoso que parecía espuma danzando con el viento. La piel pálida de su rostro estaba pintada con un feo hematoma entre el violeta y el verde. Michael se mordió el interior de la mejilla cuando vio lo que el chico llevaba en las manos.

Un ramo de rosas.

El muchacho le sonrió y a Michael ese rostro se le hizo conocido.

Se quedaron un momento así, mirándose bajo la luz del alumbrado público hasta que Michael supo donde lo recordaba.

—¿West? —preguntó ladeando el rostro.

—Zaharia — contestó el susodicho con una sonrisa distante en el rostro.

Y guardaron silencio una vez más hasta Michael se aclaró la garganta.

—Mi apellido ya no es Zaharia —corrigió intentando no fruncir el ceño.

—No me importa —West tenía una expresión demasiado confiada para estar en un estado tan deplorable. Michael frunció el ceño, dedicándole una expresión de desprecio y después siguió su camino.

—¡Espera! —Le llamó antes de que saliera de su rango de alcance. Michael giró el rostro encontrándose con el color vino de las rosas que extendía hacia él—. Van a echarse a perder si me las quedo ¿Las quieres? —preguntó. West no dejaba de sonreír, aunque se veía tan melancólico que lastimaba.

Michael tomó las rosas en sus manos, después de todo ellas no tenían la culpa de nada y luego soltó un suspiro. Era un arreglo precioso, debió ser muy caro.

—¿Te dejaron plantado? —preguntó sin apartar la vista del ramo. West se encogió de hombros.

—Nada que no me esperase —contestó sin un ápice de vergüenza.

Michael apretó los labios.

—Nunca me pareciste del tipo al que dejaban plantado ¿Que le has hecho a Miller? —Le cuestionó sin alejar la vista de las rosas.

—No soy del tipo al que dejan plantado —repitió haciendo una mueca—. Pero a parecer soy del tipo que pinta los cuernos, así que por eso estoy aquí, en medio de la noche y cubierto de nieve ¿Vas a querer las flores?

Michael frunció el ceño, viéndole fijamente antes de marcharse y dejarle con sus rosas y su rostro golpeado.

Luego siguió la rutina que estaba planeando cuando venía en el camino, más unos agregados.

Se dio una ducha con agua caliente, bebió algo rico y se divirtió un rato jugando videojuegos en solitario. A las doce llamó a sus amigos para desearles un feliz año nuevo, aunque no parecía necesario porque de fondo podía escuchar las risas de la juerga. A Michael le hubiera gustado poder ir, pero no tenía suficientes días libres acumulado como para hacerlo.

Mientras intentaba tener mejor señal terminó parado en la azotea, moviéndose de un lado a otro para mantener el calor. Michael estaba concentrado en la llamada así que, hasta que no terminó con ella, no fue consciente de la figura encorvada a un lado del mismo poste donde le había visto algunas horas antes.

Suspiró.

Tenía que hacerlo, sobre todo después de que una ráfaga de viento salado lo golpeo en la cara. Michael dio un pisotón en el suelo antes de apresurarse a bajar las escaleras.

Con mucho disgusto agarró una de las sombrillas que guardaba en la entrada y se dirigió hacia donde estaba West, encontrándose de frente con él. Estaba enojado y tenía que demostrarlo así que le extendió la sombrilla con brusquedad.

—Deja de lloriquear, vamos a mi casa —espetó en tono hosco. West parecía listo para hacer algún comentario listillo, pero Michael se le quedó mirando sin ningún tipo de consideración—. No te lo estoy pidiendo —gruñó. West, luego de pensárselo un momento, se levantó irguiéndose en su metro noventa de altura para seguirle a paso obediente hasta la casa.

Michael le miró de reojo, las rosas aún estaban en perfecto estado.

Un poco tarde, pero por fin les traigo la última parte de esta historia de navidad

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Un poco tarde, pero por fin les traigo la última parte de esta historia de navidad. <3

Navidades con los MillerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora