Sin Dolor

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Me disculpo aquí por la tardanza.

Igual me disculpo por la brevedad del capítulo.

Pero bueno, esto acabara pronto. Saludos.

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"¿Le contaste a alguien? ¿Les dijiste?

¿Qué les contaste?

Dime, perrita. ¿Con quién hablaste?

No me mientas, cántame la verdad; que el último círculo del infierno, apenas está por comenzar."

***

Detestaba las calles rotas.

Pavimento levantado en una interminable serie de líneas resquebrajadas por el tiempo, hacían el andar atropellado.

Nada había cambiado desde la última vez. Y no es que esperara que cambiara, se divertía con el hastío y la cara agria de los vecinos al verlo. Los odiaba tanto como ellos a él. Ya pagarían cuando, saliendo felices de sus vacaciones miserables, encontraran sus casas vacías, y sus perros muertos.

Sí, odiaba volver. Lo odiaba.

Estaba totalmente convencido de que, si no fuera su último recurso, no estuviera tragándose el orgullo de volver, aunque fuera por unos días, a la casa de su madre.

-Esa perra tacaña. - Pensaba mientras fruncía el ceño marcando en su cara larga, su molestia. –Que tanto le costaba enviarme un poco más dinero. –

Con las manos dentro de aquella sudadera azul celeste, masticaba la idea de que del dinero que le daban de pensión, debía tocarle algo.

Entonces sonrió sombríamente. ¿Estará en casa?

Saliendo de súbito de sus pensamientos y estando a menos de una cuadra de la entrada de la que fue su casa, alcanzó a ver como una pequeña figura salía del portón a donde se dirigía fastidiado, se pasmó al ver que aquel intruso, caminaba corriendo en sentido contrario a él.

***

Lapis se sentía terriblemente avergonzada, algo muy poco usual en ella. Se había quedado dormida en el cuarto de aquel chico como si el mundo afuera no existiera. Como si fuese un sueño todo lo ajeno a esa habitación.

Se había sentido tan cómoda después de aquella dolorosa curación, que simplemente se abandonó en lo que le parecía la cama más mullida del mundo.

- ¡¿Qué diablos me pasó?!- Pensaba bastante descompuesta emocionalmente. Y es que cuando uno solo sabe sobrevivir, perdonarse el bajar la guardia costaba caro.

-Pudo llegar su mamá. - Pensaba mientras no paraba de andar por aquella acera atropellada. –Me agarra y me acusan de algo y ¿Qué hago? –

- Pendeja ¡Pendeja! – Se repetía.

Sobre todo, cuando a su mente le llegaba la figura de su padre sacándola del aprieto; para luego deshacer los vendajes de su espalda a punta de golpes de hebilla.

Casi pudo sentir los golpes y su corazón palpitó tan duro que se llevó una mano al pecho.

Sacudió la cabeza mientras tragaba saliva.

Luego también se culpaba de que, en el borde de sus sentimientos embotados, había hecho algo que no le entraba en la razón.

***

Dime que es un SueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora