Luna y Simón

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  [CAPÍTULO 1]

La vida nunca había sido fácil para Simón Álvarez. Siempre había sido un niño muy introvertido y tímido, lo que no le había ayudado mucho a hacer nuevas amistades. Desde el colegio, había sido un chico muy estudioso, ya que no tenía amigos, se dedicaba a estudiar, lo que le había ayudado a terminar el instituto un año antes. Con diecisiete años fue a la universidad y, de nuevo, todo aquello lo le fue grande y no consiguió hacer ningún amigo. Su único amigo fue el pez que tenía en su habitación en el campus y, durante el último semestre de universidad, ocurrió lo que él llamaba el milagro. Una chica apareció en la puerta de su habitación. Se habían equivocado al otorgarle cuarto y le había tocado allí. Luna. La mejor y única amiga que había tenido en la vida. Gracias a ella, su vida fue mucho más fácil.
- Aun no me puedo creer que hoy nos graduemos. - dijo Luna, una chica bajita, y de grandes ojos marrones. Era muy alegre y simpática, por lo que la gente no entendía que se pasara el día entero con Simón, el rarito de la guitarra que no se relacionaba con nadie.
- Ni yo. - dijo Simón, sintiéndose saturado entre tanta gente. - Quiero irme.
- Pero si tienes que dar el discurso de graduación.
- Por eso mismo. - dijo, mirando a su alrededor, en busca de algún lugar donde esconderse. - No quiero estar ahí arriba delante de todos. Seguro que se ríen de mí.
- ¿Por qué iban a hacerlo?
- Es lo que han hecho durante los últimos seis años. - dijo, bajando la voz. La gente estaba muy cerca y no quería que le oyeran.
Simón había conseguido licenciarse en económicas y en derecho en apenas seis años.
- Envidia. - espetó Luna, enlazando su brazo en el de Simón y comenzando a andar hacia el campo de futbol, donde se celebraría la ceremonia. - Tú sube ahí, lee ese pedazo de discurso que has escrito y luego nos vamos a beber hasta que caigamos al suelo.
Simón rio. Aun no se creía que tuviera la suerte de tener una amiga como Luna. Cada día daba gracias a que los incompetentes de la universidad la asignaran a su habitación.
Tras el discurso, Luna subió al escenario en busca de Simón y se lo llevó hacia el coche. Sin cambiarse de ropa ni nada, fueron hacia el restaurante que regentaban los padres de Luna y allí comieron los dos juntos.
- ¿Qué piensas hacer ahora? - preguntó Luna, cuando ya estaban comiendo el postre.
- Supongo que volveré a casa y buscaré trabajo.
- ¿Por qué no te vienes conmigo a Argentina?
- ¿Qué? - exclamó, sorprendido.
- Tenemos allí un apartamento en el que ahora vive mi primo. Podríamos vivir los tres allí mientras buscamos trabajo. - dijo, comenzando a sonreír. Solo con pensar en ello, ya se divertía. - Haremos fiestas en casa, beberemos muchos mojitos, y nos podremos desvelar jugando mario kart sin que nuestros papás nos regañen.
Simón escupió el agua que tenía en la boca del ataque de risa que le dió.
- Veo que estás tan emocionado como yo. - bromeó Luna, tendiéndole una servilleta a su amigo. - ¿Qué me dices? ¿Te vienes a Buenos Aires conmigo?
- No sé, Luna...
- ¿Piensas volver a ese pueblo, en el que las únicas hembras que hay son vacas? - dijo, haciéndole reír de nuevo. - Que si te va eso, yo no digo nada.
- No digas tonterías, Luna. - dijo, sonriendo. - Aunque seguramente tendría más suerte con una vaca que con una mujer.
- ¿Por qué dices eso?
- ¿Es que no me ves? - dijo Simón. Tenía más que asumido que era feo, aunque Luna nunca le vería así.
- Deja de decir tonterías de una vez y vamos a bebernos unos chupitos. - se levantó de la mesa y cogió a Simón de la mano, haciendo que se levantara de la silla.
- Pero si son las cuatro de la tarde.
- ¿Y?
- Que es muy pronto.
- Mejor. - rio.
Luna fue a despedirse de sus padres y llevó de nuevo a Simón hacia el coche. Condujo durante un par de horas, hacia la ciudad vecina, donde había los mejores locales de copas de México. Cuando llegaron, detuvo el coche en el aparcamiento del club más popular y comenzó a maquillarse dentro del coche. Simón la miraba incómodo. Odiaba la multitud. Sentía que todos le miraban y se reían de él, aunque Luna siempre le decía que se dejara de tonterías, que la gente tenía mejores cosas que hacer que mirarle a él.
- Bueno, ya son las seis y media. ¿Te parece una buena hora para ir a divertirnos? - dijo Luna, mirándole.
- No sé, Luna. Ahí hay mucha gente.
- ¿Y qué? Tú vienes conmigo y yo voy contigo. Es lo único en lo que debes centrarte.
- Tienes razón. - dijo, cogiendo aire. - Vale. Pero no podemos beber mucho. Después tenemos que coger un coche.
- Aguafiestas. - murmuró Luna. Simón sonrió.
Ambos salieron del coche y fueron cogidos del brazo hacia la puerta del local, donde había una larga cola. Luna le estuvo hablando a Simón de todas las cosas que harían cuando estuvieran en Buenos Aires, dando por hecho que él también iría. Realmente, Simón se lo estaba pensando. Nada ni nadie le esperaba en su pueblo y sus padres entenderían que quisiera ir a buscarse la vida en Buenos Aires.
- Ya verás como Nicolás nos lleva por los mejores locales de Argentina- continuó diciendo Luna. - Y... bueno... también le diré que te diga dónde está la biblioteca.
- ¿Para qué?
- Te gustan las bibliotecas, no?
- Bueno... Son lugares tranquilos... Pero si vivimos en un apartamento, ya no será lo mismo que vivir en el campus.
Luna sonrió y abrazó a Simón. Este se sorprendió, como siempre que Luna tenía una muestra de cariño hacia él. Aun no se acostumbraba a que lo hiciera.
- Luna.
- ¿Si?
- La gente nos está mirando.
- ¿Y qué? - dijo, alzando la vista. - ¿Es que no puedo abrazar a mi mejor amigo?
- Claro que si, pero...
- Que les den. - dijo, volviendo a abrazarle con fuerza.
Simón sonrió. Pensó que tal vez si que era buena idea el plan de Luna. Pensar en él por una vez en la vida y marcharse a Buenos Aires, como siempre había soñado. Ser un magnate. Ser un tirunfador.
Esa noche, Simón, se lo pasó mejor que nunca. Siguió el consejo de su amiga e ignoró a todo el mundo. Muchos chicos intentaron ligar con Luna, lo cual no le sorprendió, era guapísima y bailaba muy bien, pero ella les ignoraba y seguía bailando con Simón, lo que muchos de los pretendientes no entendían. Con lo hermosa que era Luna y que prefiriera estar con ese chico grande y gordinflón, con esa cara tan redonda.
En cuanto llegaron al campus, en taxi, porque iban demasiado bebidos como para conducir, fueron directos a dormir. Ya tenían las maletas hechas y la decisión tomada. En dos días, se marchaban a Buenos Aires.  

No Todo Es Lo Que Parece TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora