Simbar,Luna y Nico

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  [Capítulo 4]

Simón llevaba ya seis meses trabajando en la empresa de Ámbar y se había dado cuenta de que aún no había conocido a su socio. Todas sus compañeras suspiraban por él, así que había deducido que sería un hombre atractivo, aunque el dinero que tenía también sumaba puntos a que tuviera tantas admiradoras.
- Simón, te necesito. - dijo Ámbar, asomando la cabeza en su despacho. - Es urgente.
Simón se puso en pie y fue al despacho de su jefa. Tenía la mesa llena de papeles de colores y muestrarios de telas. Ámbar daba vueltas por el despacho. Parecía abatida.
- ¿Se encuentra bien, señorita Smith?
- No. Es que no sé qué hacer con todo esto. - exclamó, recogiéndose el pelo en un moño alto. Simón se dio cuenta de que nunca había visto a Ámbar con el pelo suelto. - ¿Qué hago?
- No sé... Cuénteme para qué es todo eso.
- Quiero cambiar la decoración de mi despacho y no sé qué elegir.
Simón sonrió sin poder evitarlo. Ámbar le vio y se puso toda seria, con las manos en las caderas, poniendo los brazos en jarras.
- ¿Te reís de mí?
- No. Claro que no. - dijo al verse descubierto.
- Te estás tocando la oreja.
- No me he reído, solo he sonreído. - murmuró.
Ámbar continuó mirándole hasta que estalló en carcajadas. Simón se sorprendió al verla reír de esa manera. Era la última reacción que hubiera esperado.
"Que guapa está cuando se ríe."
- Perdona. Verás. Es que este despacho lo decoró mi ex como regalo y ahora que ya no está en mi vida, quiero cambiarlo todo. No quiero que nada me recuerde a él. - dijo, dejándose caer en la silla. - No quiero nada suyo en mi despacho. Ni siquiera la silla en la que estoy sentada. Y mira que me fastidia, porque es súper cómoda.
- ¿Quiere la mía? - dijo Simón sin pensarlo.
- ¿Cómo?
- Es decir... A mí no me importa. Y también es muy cómoda.
- Lo sé, antes ese era mi despacho. - suspiró, mirando a Simón. - ¿Me tenes miedo?
- ¿Qué? No. ¿Por qué dice eso?
- Es que siempre estás muy tenso. - Simón no dijo nada. No quería reconocer cuanto le afectaba lo que la gente dijera y pensara de él. - Me da la sensación de que debes de ser un chico divertido. - dijo Ámbar, intentando no mirar esos ojos castaños que tanto le gustaban. - Mañana es la cena de la empresa. Puedes traer a tu novia.
- ¿A mi quién? - exclamó, sorprendido.
- A la chica del bar. La que me abordó el día que nos conocimos.
- ¿Luna? Ella no es mi novia. Es mi mejor amiga.
- Vaya. - dijo, intentando disimular cuanto le agradaba conocer esa noticia. - Bueno. Pues ven con ella si te apetece.
- Sí, claro. - dijo, sonriendo. Con Luna a su lado, todo sería mucho más fácil. - Seguro que acepta al instante. Le encantan las fiestas.
- Genial.
Ámbar se puso en pie y miró su antiguo despacho. Le encantaba. Ella nunca se hubiera cambiado de despacho, pero James le dijo que era demasiado pequeño para alguien de su posición y aceptó cambiar de despacho cuando este se lo arregló y decoró.
- ¿Quiere que cambiemos? - dijo Simón sin pensarlo mucho, pero vio a su jefa nostálgica y se dio cuenta de que le gustaba más el despacho que él ocupaba actualmente.
- ¿Cómo decís?
- La veo muy nostálgica. - dijo, situándose a su lado. - Creo que usted nunca quiso cambiar de despacho.
- Tenes razón.
- Entonces podríamos cambiar.
- ¿Sabes que tú despacho sería más grande que el mío?
Simón se dio cuenta de que su jefa tenía razón y agachó la cabeza, avergonzado. Nunca quiso creerse superior que Ámbar.
- ¿Por qué agachas la cabeza? - dijo Ámbar, sorprendida. Se daba cuenta de cuan inseguro era Simón, que no respondió. - Agradezco mucho tu gesto, Simón. - colocó su mano sobre el hombro de Simón, que levantó la vista lentamente. - Debemos irnos. Jazmin nos espera.
- ¿A los dos?
- Eres mi ayudante. Te necesito a mi lado en las pruebas de esta tarde.
Ámbar cogió a Simón del brazo y bajaron juntos las escaleras hacia recepción, donde, efectivamente, Jazmin esperaba. En cuanto vio a Simón, hizo una mueca de desagrado, pero reaccionó deprisa e improvisó una falsa sonrisa.
- Que bien que ya están aquí. - dijo, cogiendo a su amiga del brazo, intentando no tocar a Simón.
Aun no entendía como habían podido contratar a ese hombre. Era horrible.
- ¿Donde tenes el coche, Simón? - dijo Jazmin, que no quería que Simón se montara en su coche.
- No tengo coche. Vengo en patínes. - dijo, yendo tras las dos chicas.
- ¿No vivías lejos?
- Si. A casi una hora de aquí.
- ¿Y vienes patinando?
- Si.
- Vaya. - exclamó, sorprendida.
- Yo no podría ni caminar quince minutos. - dijo Ámbar, deteniéndose hasta que tuvo a Simón a su lado. - Solo de pensarlo ya estoy cansada.
- Bueno, no tengo mucho tiempo para hacer ejercicio, y pensé que venir andando sería una buena idea.
- No lo suficiente. - murmuró Jazmin con maldad. Ámbar la oyó y miró a Simón de reojo, que pareció no haberla oído. - ¿Por qué me pegas? - se quejó cuando Ámbar le dio un codazo.
- Te estás pasando.
- No sé por qué lo dices.
- Cerrá la boca antes de que lo empeores.
- Bueno, Simón, como te gusta caminar, irás andando ¿no? - dijo deteniéndose. Ya habían llegado donde tenía su flamante mercedes rojo.
- ¿Pretendes que camine tres horas? - exclamó Ámbar, alucinada ante lo que su amiga acababa de decir. - ¿Qué estás haciendo? - dijo entre dientes, hablando muy cerca del oído de Jazmin.
- No quiero que se suba en mi coche. - dijo, sin molestarse en bajar la voz.
- Tranquila, no lo hará. Ni yo tampoco.
Ámbar se separó de Jazmin, cogió a Simón del brazo y fue a parar un taxi. Ante la sorpresa de su amiga, ambos se montaron en el taxi y se marcharon, dejándola tirada en medio de la abarrotada calle.
Simón no decía nada, no podía dejar de oír lo que Jazmin había dicho, mientras Ámbar no paraba de resoplar, asqueada. Aun no entendía cómo podía tener una amiga como ella.
- Lo siento mucho. - dijo Ámbar tras varios minutos. - No hagas caso de nada de lo que diga Jazmin.
Simón continuó sin decir nada. Algo en su interior pugnaba por salir y no quería ponerse a llorar delante de su jefa, pero supo que había fracasado cuando notó un dedo acariciar su mejilla.
- Es una idiota.
- Pero tiene razón.
- Nunca se debe despreciar a nadie por no ser como ellos. - dijo Ámbar, mirando eso preciosos ojos que le quitaban el sueño. - Nada justifica el ser una arpía sin corazón. - Simón no dijo nada. - No quiero ofenderte, pero si tanto te duele, nunca has pensado...
- Si. He hecho dieta, he ido al gimnasio,... pero nunca tengo tiempo para mantener una constancia. - dijo, secándose las lágrimas con los puños de la americana. - Y tengo ansiedad, lo que no me facilita las cosas.
- Entiendo.
- No lo justifico. Muchos lo han logrado, pero no puedo. Yo solo no puedo. Soy débil.
- Te ayudaré, si es lo que quieres. - dijo Ámbar, sorprendiéndole. - Si quieres cambiar, pero por vos. Nunca cambies por que lo diga otro. Eres perfecto tal y como sos.
- Eso me dice siempre Luna.
- Tu amiga tiene mucha razón. Taxista, señor. Cambiamos el rumbo. Vamos al Ritz.
- ¿Cómo?
- Vamos a tomar algo.
- Pero...
- Yo soy la jefa, Simón. Es una orden.
Simón sonrió, lo cual le encantó a Ámbar, que besó a Simón en la mejilla, aunque lo que hubiera querido era besarle en los labios. Pero no podía. No quería incomodar a Simón.
Simón quedó sorprendido ante ese gesto. Nunca una mujer tan bella había estado tan cerca de él. Era como Luna. Estaba comenzando a cogerle mucho cariño, lo cual le daba miedo. No quería que le hicieran daño.
En quince minutos llegaron al Ritz, se sentaron en una mesa un poco alejada de la multitud y pidieron dos copas de vino, que fueron cuatro, y más tarde fueron seis... Y así hasta que no podían dejar de reír ante las ocurrencias de Ámbar, que hacían mucha gracia a Simón, el cual no conocía esa vena tan graciosa de su jefa.
- Eres muy graciosa. - dijo Simón, cuando Ámbar se puso dos ganchitos a modo de colmillos.
- Voy a chuparte la sangre! - dijo cual vampiro, estallando en carcajadas cuando se acercó al cuello de Simón, que se le erizó la piel al sentir ese contacto tan cercano.
El móvil de ambos no dejaban de sonar, pero ninguno de los dos respondió. Jazmin llamaba a Ámbar y Luna a Simón.
- Que insistentes. - dijo Simón, mirando la décima llamada perdida de Luna. - ¿Y si le contesto?
- ¿Nos cortará la diversión?
- Es capaz de unirse a nosotros.
- ¡Pues llámala! - gritó, llamando la atención de todo el restaurante. - Sht.. Sht.. - rió por lo bajo, escondiendo su rostro en el pecho de Simón, que estaba llamando a Luna.
- Por Dios, Simón. ¿Por qué no me coges el mugroso teléfono?
- ¡Luna! - exclamó Simón.
Luna comenzó a reír. Se había dado cuenta del estado en el que se encontraba su amigo. Y le encantó.
- Por fin te has emborrachado. - dijo, contenta. - ¿Quién es tu compañero?
- ¡Soy yo! - exclamó Ámbar, que estaba escuchando la conversación. - La señorita estirada.
- ¿Esa es tu jefa?
- Si. - dijo Simón, intentando que Ámbar dejara de reír. - ¿Quieres venir?
- Ni loca. Por fin te has ido de borrachera con una chica hermosa.
- Sht... Que te está escuchando.
- No me importa en absoluto.
- Bueno, ¿puedo colgarte ya?
- Claro que si. Nos vemos en casa! Un beso para los dos!
Simón colgó el teléfono y lo dejó sobre la mesa. Miró a Ámbar y volvió a estallar en carcajadas. Ámbar se había puesto la servilleta a modo de corona e iba saludando como una reina.
- Señores, creo que deberían marcharse ya. - dijo un camarero apareciendo al lado de su mesa.
- Pero Pierre, no seas tan serio.
- Señorita Smith, creo que han bebido demasiado y están molestando a los demás comensales.
- Que rancios. Vámonos Simón. - se puso en pie, pagó la cuenta, cogió a Simón de la mano y salieron del restaurante ante las atentas miradas de la gente. - ¿Por qué nos miran así?
- Sigue llevando la corona. - dijo Simón.
Ámbar volvió a reír y, de la mano de Simón, echó a correr hasta llegar a un callejón alejado.
- ¿Por qué nos hemos ido corriendo?
- He robado una servilleta del Ritz. - dijo, enseñándole la servilleta. - Seguro que llaman a la poli y nos deben de estar buscando.
- Es de lo que no hay.
- Dios, hacía mucho tiempo que no me divertía tanto. - dijo Ámbar, apoyando la espalda en la pared. - Sos muy divertido.
- Usted también.
- No me hables como si fuera una vieja. Fuera de la oficina, soy Ámbar.
- Ok. - se sentó sobre una caja de madera y miró a Ámbar, que respiraba con más calma.
- Dios. ¿Cuánto vino hemos bebido?
- Yo cuatro copas y tú unas seis. - dijo Simón, que no podía dejar de mirar a Ámbar, que se estaba deshaciendo su habitual moño. Estaba bellísima con el pelo suelto. Lo tenía ondulado y largo.
- Dios. Nunca bebo más de tres copas. - se dejó caer hasta quedas sentada en el suelo. - Siempre tengo a Jazmin y Delfina deteniéndome.
- ¿Cómo puedes ser su amiga?
- Las conozco de toda la vida. No sé... Siempre han estado ahí.
- Siempre me miran con asco.
- Son dos esqueletos andantes. No son nadie para hablar de asco. - dijo mirando a Simón. - Deberíamos volver a casa.
- Si...
- ¿Puedo pedirte algo?
- Claro.
- Está un poco fuera de lugar.
- Tranquila. Dime.
- James aún no se ha ido del piso y no quiero encontrarme con él. ¿Puedo dormir en tu sofá?
.-.-.-.-.-.
- ¡A despertarse todo el mundo! Arriba! ¡Vamos!
Luna se paseó por el piso gritando y dando golpes a una cazuela con un cuchillo. Simón, que había dormido en el sofá, se levantó con un horrible dolor de cabeza. Ámbar dio un brinco en la cama y salió al salón a ver lo que pasaba. A ella no le dolía la cabeza, sino lo siguiente.
- Luna, ¿quieres parar? - dijo Simón, quitándole a Luna las cosas de las manos. - Me duele la cabeza.
- Por eso lo hago. - besó su mejilla y fue a preparar la mesa, para colocar el desayuno. - Que bien que estan despiertos. El desayuno ya está listo.
Ámbar miró a Simón, que se encogió de hombros y fue hacia la mesa. Nicolás ya estaba allí, comiendo como si no hubiera mañana,
Desayunaron en silencio mientras Luna les hablaba de su trabajo, de sus noches locas,... Ámbar no decía nada, pero se sorprendía ante todo lo que oía. Pero lo que más le gustó fue ver el cariño que le tenía a Simón y lo bien que le trataba.
- ¿Tienes novio, Ámbar?
- No.
- No puede ser.
- Pues puedes creerme.
- ¿Desde cuándo?
- Desde ayer.
Simón le echó una mirada a Luna para que se callara, pero su amiga no le hizo caso y continuó con el interrogatorio.
- ¿Qué pasó?
- Luna. - dijo su primo, golpeándola por debajo de la mesa.
- Tranquilo. No pasa nada. - dijo Ámbar, intentando que no le doliera hablar de todo aquello. - Pues llegué a casa un poco antes de lo previsto y le encontré en mi cama con otra.
- Demonios
- Con mi hermana.
- ¡No puede ser!.
- Si. - suspiró.
- ¿Y qué hiciste?
- Le dije que hicieran las maletas y se largaran. Mi hermana estaba pasando unos días en casa. - dijo, al ver que no entendían. - La odio. ¿cómo pudo acostarse con mi prometido? - dijo, comenzando a llorar. La borrachera del día anterior la había ayudado a no pensar en ello, pero ahora que se le había pasado volvía a sentir el dolor. - La metí en mi casa... Es mi familia...
- No pienses en ello. No merece la pena. - dijo Luna, acariciando su brazo. - Si mi primo me hiciera eso, no le hablaría nunca más. Seguiría teniendo a mi hermano Simón, que seguro que nunca me traiciona. - dijo, guiñándole un ojo. - La mejor familia es la que elegimos.
- Si... Tenes razón... - dijo, limpiándose las lágrimas con la servilleta que le daba Simón. - No vale la pena que llore por ellos... Voy a tener que quemar la cama. - dijo, haciendo reír a Luna. - ¿Vendrás a la cena de la empresa esta noche? - Luna la miró sorprendida. - ¿No te ha dicho nada Simón?
- No me ha dado tiempo. - se disculpó Simón.
- Claro que voy. - dijo, sonriendo. - Y Nicolás puede ir contigo. ¿a que si, Nicolás?
- Si Ámbar quiere, puedo hacer el esfuerzo de ir y estar rodeado de modelos. - dijo Nicolás, haciéndoles reír.
- Perfecto. Esta noche nos vamos todos de cena.  

No Todo Es Lo Que Parece TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora