- Simón, esto no puede continuar así. - dijo Luna, cuando el médico salió de la habitación para ir a buscar unos resultados. - Estás perdiendo demasiado peso.
- ¿Y eso es malo?
- Lo es cuando has perdido casi veinte quilos en cuatro meses. - dijo Luna, sentándose en la silla que había frente a la cama. - No dejas de vomitar e ir al baño. Eso no es normal.
- Lo sé. - suspiró Simón. - Pero no sé qué es lo que ha podido pasar.
- El médico me ha dicho antes que te has desmayado por una deshidratación severa.
- He bebido mucha agua y el suero que me mandaron.
- No ha sido suficiente. - dijo Luna, que no podía ocultar su preocupación. - Te harán más pruebas para ver si eres alérgico a alguna clase de alimento. Tal vez eso sea lo que te ha estado provocando todo lo que te ha sucedido.
- Vale. - suspiró de nuevo.
- ¿Te encuentras bien? - dijo Luna, preocupada, acariciando la frente de su amigo.
- ¿Te miento o te digo la verdad?
Luna no necesitó oír nada más y abrazó a su amigo, que se sentía débil y cansado.
...
Ámbar estaba en su despacho, terminando de redactar unos informes, pero no se podía concentrar. No podía dejar de pensar en Simón. Luna la había llamado hacía cerca de una hora para explicarle lo que le había ocurrido a Simón. Había querido ir al hospital, pero Luna no le había dejado y le había prometido que la mantendría informada. Hacía ya cinco minutos que le había mandado un mensaje, de que le estaban realizando unas pruebas sobre alérgias alimentarias.
- Toc, toc. ¿Puedo pasar?
Jazmin entró en el despacho sin esperar respuesta y se sentó frente al escritorio de Ámbar.
- ¿Qué haces?
- Trabajar. - dijo, dejándo el móvil sobre la mesa. - ¿Qué estás haciendo aquí?
- Quería verte. Tienes mala cara.
- Es... Es que estoy cansada. - suspiró, reprimiendo el explicarle que estaba preocupada por Simón, dado el inexplicable desagrado que Jazmin sentía hacia él.
- No trabajes tanto. Para eso tienes a un secretario. Por cierto, ¿dónde está? ¿Pegado a la taza del water? - dijo, sin poder evitar que le se escapara la risa.
- ¡Está en el hospital. - exclamó Ámbar, golpeando la mesa con el puño, logrando que a su amiga se le cortara la risa de golpe.
- Oh, vaya. - "mierda, tengo que avisar a Delfina. Espero que no sea por culpa de nuestros laxantes." - Lo siento.
- Ya... Supongo que por eso estaba perdiendo tanto peso.
- Bueno, pero eso es bueno.
- ¡No! ¡No lo es! - estalló Ámbar, poniéndose en pie. - Por Dios, Jazmin! Estás enferma!
- ¿Yo?
- ¡Tenes tal obsesión insana con la delgadez que no ves lo grave que es esto!
Jazmin no podía articular palabra ante lo que su amiga le estaba diciendo.
- ¡Simón se ha desmayado mientras bajaba las escaleras de su edificio! Podría haberse dado un mal golpe y haberse matado!
- No lo sabía... - logró murmurar.
- Vos qué vas a saber.
- Sé que has cambiado desde que le conoces. - se atrevió a decir, poniéndose también en pie. - No te veía así desde que...
Jazmin no continuó. Se había dado cuenta de que su amiga actuaba igual que cuando se había enamorado de Matteo.
- No me lo puedo creer.
- Jazmin, no...
- ¿Pero cómo te has podido enamorar de ese hombre? Es como... un monstruo.
- Simón no es un monstruo. Es mucho mejor persona de lo que vos llegarás a ser nunca.
- Pero no me lo has negado.
- Es mi amigo.
- No me lo creo. - cogió su bolso y fue hacia la puerta, pero no llegó a salir. - No te reconozco.
- Tal vez nunca has llegado a conocerme.
Jazmin se marchó del despacho y fue en busca de Delfina, que se quedó alucinada al oír todo lo que Jazmin le contó. Sin ninguna preocupación por la salud de Simón, idearon un nuevo plan para que se alejara de su amiga.
...
Cuando terminó de hacerse todas las pruebas, Simón volvió a la habitación con el médico. Este le mandó hacer una dieta depurativa y le obligó a apuntarse al gimnasio. No protestó. Aunque fuera muy justo de tiempo, le pediría a Nicolás que le ayudara.
- Simón ¿has intentado adelgazar?
- Yo... Bueno...
- No lo digo por lo que tú crees, cada uno sabe lo que hace con su cuerpo. - dijo el médico, al ver la cara de circunstancias de Simón. - Lo digo porque he encontrado algo en las pruebas que te hice esta mañana. Algo que explicaría las diarreas que has estado sufriendo.
- Diga, doctor. - dijo Luna, acabando de entrar en la habitación junto a Nicolás.
- Laxantes.
- ¡Idiota! - dijo Luna, dándole una colleja a Simón. - ¿Pero cómo se te ocurre tomar laxantes para adelgazar?
- Yo no he tomado nada. - se defendió, cogiendo a Luna por la muñeca, antes de que le pegara de nuevo.
- Entonces...
- No lo sé, no entiendo nada, pero yo nunca he tomado laxantes.
- Te creo. - dijo Luna, al ver la verdad en sus ojos y la seriedad con la que hablaba. - Pero no lo entiendo. ¿Entonces qué? ¿Alguien te ha estado echando laxantes en la comida?
- ¿Pero quién sería capaz de hacer algo así? - preguntó Nicolás, sorprendido como los otros dos. - Es una broma de muy mal gusto.
- No lo sé, yo solo les cuento lo que he visto. He encontrado restos de un laxante muy potente. - dijo el doctor. - ¿Cree que alguien ha sido capaz de ponerle laxante en la comida sin que usted se haya dado cuenta?
Simón se encogió de hombros.
- ¿Quien toca tu comida? - preguntó Luna.
- No sé... la señora de la cafetería... algunas veces yo subo la comida al despacho y otras veces es Ámbar quien la va a buscar...
- No lo entiendo entonces. - dijo Nicolás.
- Voy a ir a hablar con Ámbar. - dijo Luna, cogiendo sus cosas. - A ver qué explicación me da.
- Ámbar nunca haría algo así. - dijo Simón, negándose a creer que ella tuviera algo que ver en lo que le había pasado.
- Solo quiero hablar con ella, no la he acusado de nada. - dijo Luna, que no quería creer la idea que tenía en la mente. - Quiero saber si alguien entra en el despacho cuando comes.
- Luna, cálmate que te conozco. - dijo Nicolás, bloqueando la puerta con su cuerpo. - Ámbar nunca le haría daño a Simón. Son amigos. - dijo, ocultando lo que sabía sobre lo que realmente sentía por Simón. - Piensa mucho antes de actuar.
- Que sí, pesado. - Luna apartó a su primo de la puerta y se marchó.
El doctor se marchó tras ella tras ponerle más suero a Simón.
- Nicolás, necesito pedirte un favor. - dijo Simón, nervioso.
- Claro. Lo que sea.
- Yo... Bueno... El doctor me ha recomendado que haga ejercicio... Bueno, en realidad me ha obligado... así que había pensado... tal vez...
Nicolás sonrió.
- ¿Quieres venir conmigo al gimnasio?
- Y que me ayudes a conseguirlo.
- Claro que sí. Estaré encantado.
- Necesito que seas exigente. La verdad es que me gustaría llegar a ser como tú - se atrevió a decir en voz alta. - estás tan fuerte...
- Eso va a costar mucho, Simón.
- Lo sé... Estoy muy gordo. - murmuró.
- No lo estoy diciendo por eso. - dijo Nicolás, dándole una colleja. - Lo digo porque se tarda años en estar así. Aun estando delgado.
- No me importa.
- ¿Estás seguro?
- Le doy tanto asco a la gente que alguien ha estado poniendo laxantes en mi comida. - murmuró, sintiendo como se le formaba un nudo en la garganta.
A Nicolás no le gustaba nada que su amigo hablara así de sí mismo.
Simón no dijo nada, seguía pensando en lo que le había ocurrido. "¿Quién ha podido hacerme algo así?"