Capitulo 10

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Simón trabajaba en una empresa como ayudante de dirección, llevando la economía de la empresa y asuntos varios. Le gustaba mucho el trabajo, era lo que siempre había deseado hacer, pero no le llenaba por completo. Echaba mucho, muchísimo de menos a Ámbar. Y lo que era peor, se sentía fatal por echar de menos a la persona que la había intoxicado, lo cual había hecho que perdiera mucho peso en poco tiempo de forma insana y acabara ingresado en el hospital tras darse un golpe en la cabeza al desmayarse mientras bajaba por las escaleras.

- Toc, toc. ¿Se puede?
Simón levantó la vista y sonrió al ver a Luna en la puerta de su despacho. Llevaba un par de bolsas en las manos.
- ¿Comemos juntos? - dijo, alzando las manos con las bolsas.
- Claro que sí.
- Comida sana, por supuesto. - dijo, haciéndole sonreír de nuevo. - Habla.
- ¿Qué quieres que te diga?
- Estabas pensando en ella, ¿verdad? - Simón no respondió. Con Luna no era necesario. - Lo entiendo, de verdad.
- ¿Es normal, después de tanto tiempo?
- Claro que sí. Estabas enamorado de ella. Y esos sentimientos no se olvidan de un día para otro. - dijo, acariciando el brazo de su amigo. - Simón...
- Dime.
- ¡No inventes! - exclamó. - No me digas que aún le quieres. - Simón no respondió. - Simón. ¿Después de todo lo que sucedió? Eres tonto.
- Lo sé...
- Aix, mi niño. - abrazó a Simón, que correspondió a su abrazo de inmediato. - Tranquilo. No pasa nada.
- ¿Cómo sabías que me había enamorado de ella?
- Me lo decían tus ojos.
- Tendré que empezar a llevar gafas de sol. - bromeó Simón, ganándose una amplia sonrisa por parte de su amiga.
- Salimos esta noche, ¿vale? Vamos a ligar
- Yo no sé ligar, Luna.
- Bueno, pues nos vamos de fiesta, a pasarlo bien bailando. Solo nosotros dos. ¿Te apetece?
- Pero sin beber como locos. Quiero recordar lo que hago en cada momento.
- Claro, tranquilo. Solo beberemos Whisky.
- Eres de lo que no hay, - dijo Simón, encantado de tener a Luna a su lado.
- Por eso me quieres tanto. Soy un amor. - dijo Luna, sonriendo, poniendo cara de niña buena. - Oye, la verdad es que no solo he venido para comer junto. La verdad es que...necesito hablar contigo.
- Claro. Dime.
- Hay un chico en la oficina. Es muy lindo y simpático. La verdad es que me siento un poco rara. - dijo, poniéndose seria de repente. - Ayer me invitó a salir.
- Vaya... ¿Y qué le has dicho?
- Aun no le he dicho nada. No sé qué decirle. Estoy preocupada. - realmente se la veía preocupada, algo raro en ella.
- Estás nerviosa! - exclamó Simón. La conocía y podía ver en sus ojos que le gustaba mucho ese chico. - No me lo puedo creer.
- ¡Ni yo!
- Pero me acabas de decir que querías salir a ligar.
- No sé ni lo que quiero. - dijo, poniéndose en pie, histérica. - Estoy tan nerviosa que no me he atrevido a decirle que sí.
- Pero a ver, Luna. ¿A ti te gusta ese chico? - dijo Simón, acercándose a ella.
- Si... Ruggero es genial.
- Pues entonces, si te gusta, sal con él. Y olvídate de salir a ligar.
- Debería decirle que si, verdad? - Simón asintió con la cabeza. - Si. Mañana, cuando le vea en la consulta, iré a verle y le diré que si que quiero salir con él.
- Así me gusta.
- Ruggero me ha dicho que su prima pasará unos días con él. Tal vez, podríamos salir los cuatro. Así ella no se queda sola en casa y yo no estaría tan nerviosa por estar a solas con Ruggero.
- Luna ...
- Porfa... Va... Simón... - Luna puso morritos, intentando dar pena a Simón. Este sonrió y Luna comenzó a dar brincos por el despacho. - ¡Nos lo pasaremos genial!
...
Jazmin llegó a casa del despacho y, como cada día, encontró a Ámbar tumbada en el sofá, esta vez comiendo bollos de chocolate. Jazmin suspiró. No le gustaba nada ver así a su mejor amiga.
- Ámbar, esto no puede seguir así. - dijo, quitandole el mando de la mano y parando el televisor. - Llevas meses sin aparecer por el despacho, te pasas el día comiendo y viendo la tele.
- ¿Y cuál es el problema? ¿Que he engordado veinte quilos?
- Que no es sano, ese es el problema. Vas a enfermar! - exclamó, harta.
- Jazmin, si tanto te molesto, me voy.
- No me molestas, no digas tonterías, es solo que no me gusta verte así. - Jazmin se sentó al lado de Ámbar y le pasó la mano por el pelo. - Tu pelo parece un estropajo. ¿Qué es lo que te pasa?
- Tenías razón. - sollozó, intentando no ponerse a llorar. - Echo de menos a Simón.
- ¿Y por qué no le llamas y hablas con él?
- Se ha cambiado de número. - sollozó de nuevo. - Cree que le ponía laxantes en la comida para que adelgazara porque no me gustaba su aspecto.
- Diablos...
- Luna me lo dijo la última vez que la llamé. Creen que quería hacerle cambiar a la fuerza. - lloró. Ya no podía reprimir las lágrimas. - Yo nunca haría algo así. ¡Lo quiero!
- No digas eso, Ámbar.
- ¿Por qué no, si es lo que siento?
- Porque solo te estás haciendo daño a ti misma.
- Desde que se fue, solo tengo ganas de comer y dormir. - continuó llorando. - Así no pienso en lo que me duele el odio que siente por mí.
- Ámbar, eres una mujer joven, atractiva, inteligente y exitosa, dueña de una empresa de mucho éxito. No puedes estar así por un hombre.
- Ah ¿no?
- ¡Pues claro que no! Tú vales mucho más que para eso.
- Ya...
- Simón se fue. Acéptalo.
Ámbar asintió con la cabeza y se puso en pie. Jazmin la siguió y se detuvieron frente al espejo.
- Estás tan delgada... - comentó Ámbar.
- Lo sé...
- Y yo estoy tan gorda...
- Estás muy guapa. - dijo Jazmin, mirándola con envidia.
- He engordado mucho.
- Estás muy guapa. - repitió. - Me gustaría ser como tú.
- ¿Pero qué dices? - exclamó Ámbar, volviéndose hacia su amiga.
- Lo tienes todo. - murmuró, bajando la vista. - La verdad es que siempre he querido ser como tú.
- Pero... Entonces...
- Lo sé, soy una amargada, antipática, borde... Pero es que no sé cómo ser agradable.
- Solo tienes que aprender a vivir sin que te importe lo que piensen y digan los demás. - dijo Ámbar, tomando las manos de su amiga. - Eres una gran persona.
- Eso no es verdad.
- Claro que si. Me has estando aguantando durante este último año. Tienes una paciencia enorme conmigo.
- Eres mi mejor amiga. No te iba a dejar tirada en la calle. - Jazmin estaba emocionada ante todo lo que le estaba diciendo su amiga. No merecía sus palabras. Ella era la causante de todo su dolor. - Siempre me has ayudado en todo.
- Te quiero.
- Yo también.
- ¿De verdad tienes que irte mañana?
- Es el cumpleaños de mi primo. Siempre paso unos días con él por estas fechas.
- Espero que el viaje vaya muy bien. - dijo Ámbar, sonriendo. - ¿Le saludarás de mi parte?
- Dalo por hecho.
Después de una noche de sofá, peli y manta, Ámbar fue a dormir.
Jazmin no podía dejar de pensar en el daño que le había hecho a su amiga y tomó una decisión. Debía hacer algo. Enmendar el daño infligido.
Cogió una de las cajas de bombones de Ámbar y comenzó a comer mientras se ponía en el ordenador a buscar a Simón. Tenía que localizarlo. Tenía que pedirle perdón y lograr que hablara con Ámbar.
...
Simón salió de los vestuarios junto a Nicolás, que fue hacia la recepción del gimnasio a ligar con la recepcionista.
- ¿Te espero fuera? - preguntó Simón, sonriendo.
- Tardaré un rato. - dijo Nicolás, sonriendo con picardía.
Simón rió y fue hacia la puerta, aunque no llegó a salir. Una atractiva chica rubia se detuvo frente a él.
- Hola. Disculpe. - Simón miró a la chica. Se quedó paralizado al reconocerla. Era Jazmin. - ¿Podría ayudarme?
- Cla-claro. Al menos lo intentaré.
- Genial. - dijo, aliviada. - Estoy buscando a alguien. He ido a un par de sitios y me han dicho que puedo encontrarle aquí.
Simón no lograba entender qué estaba haciendo Jazmin allí. ¿A quién estaba buscando?
- ¿A quién busca?
- A un chico. Se llama Simón.
- ¿Simón que más?
- Pues no sé como se apellida... - murmuró Jazmin. - La verdad es que aun no sé como he logrado encontrarle. Es amigo de él. - dijo al ver a Nicolás. - Siempre iban juntos.
- ¿Simón Álvarez? - preguntó Simón, cada vez más sorprendido y confuso.
- Si. Creo que sí. - sonrió levemente, al ver que su búsqueda no había sido inútil. - Tengo que hablar con él. Es muy importante.
- ¿Sobre qué? - preguntó, no muy seguro de querer conocer la respuesta.
- Es que... Bueno... Hace un tiempo que le conocí y yo... no le traté nada bien. Y la verdad es que quería pedirle perdón por haber sido tan mala persona con él.
- Gracias, Jazmin, pero no es necesario que te disculpes.
- ¿Qué? - Jazmin miró a Simón, al que no reconoció hasta que le miró a los ojos. - Simón, ¿eres tú?
- Así es.
- ¿Pero qué es lo que te ha pasado?
- Me puse muy enfermo y me obligaron a cuidarme.
- Pues ha funcionado. - murmuró, alucinada. Nunca hubiera pensado que ese chico musculoso y atractivo era Simón. - Yo... Simón... Lo lamento. Fui una sinvergüenza y una mala persona contigo.
- Lo fuiste.
- Espero que puedas perdonarme algún día.
- Estás perdonada. Y ahora, si me disculpas, tengo que marcharme. - Simón se volvió para marcharse, pero Jazmin le cogió de la muñeca para impedir que se marchara. - ¿Qué es lo que quieres ahora?
- Ámbar te echa mucho de menos.
- Eso... Eso no me incumbe. - dijo, poniéndose nervioso.
- Verás... Hay algo que debes saber. Tú crees que Ámbar hizo una cosa, pero no fue ella. - comenzó a decir Jazmin, dispuesta a decir la verdad de una vez por todas.
- No sé a qué te refieres.
- Crees que ella... Que ella... Verás, ella no te puso...
- Oye, Jazmin. Agradezco que hayas venido para disculparte en persona, pero no estoy dispuesto a escuchar nada más. Me marcho.
Simón se dio la vuelta, en busca de Nicolás, que seguía muy entretenido con la recepcionista. Le hizo un gesto con la mano indicándole que se marchaba.
Dejó atrás a Jazmin y se fue a toda prisa, nervioso, hacia la consulta de Luna. Había quedado allí con ella para la cita con Ruggero y la prima de éste. Como aún era temprano, decidió ir a tomar un café a la cafetería de al lado. No podía dejar de pensar en la visita de Jazmin. Seguía sorprendido por su disculpa, aunque le agradó ver como se había sorprendido al verle. Tal vez era cierto que, como le había dicho Luna, estaba irreconocible.
Su móvil sonó, pero no respondió. Al ver que era Luna, pagó su café y fue hacia la consulta.
- Simón, por fin llegas. - dijo Luna, que estaba al lado del ascensor, histérica perdida. Estaba espectacular, vestida con un vestido negro bastante recatado, que le llegaba por debajo de las rodillas. - Estoy muy nerviosa. La prima de Ruggero ha llegado hace unos minutos y yo estoy a punto de sufrir un ataque!
- Pero cálmate un poco. - dijo Simón, tomando su mano. - Relájate.
- No puedo.
- Claro que puedes.
- ¿Puedo?
- Claro que si.
- No lo sé. No estoy segura.
- Por Dios, Luna. Ni que esta fuera tu primera cita.
- Es la primera que me importa en muchos años. - fueron hacia su despacho y se sentó en su silla. Simón cogió un papel que había sobre la mesa y comenzó a darle aire a su amiga, que cerró los ojos. - Dios, parezco una adolescente.
- Todo va a salir bien.
- Todo va a salir bien. - repitió Luna, intentando calmarse.
- Nos lo vamos a pasar muy bien.
- Si. Nos lo pasaremos muy bien.
- ¿Estás preparada?
- No.
- Claro que sí.
- Si. Lo estoy. Venga. Vamos a buscarles.
Simón y Luna fueron cogidos del brazo hacia el despacho de Ruggero. A través del cristal grabado pudieron ver dos figuras. Ambos respiraron hondo y Luna llamó a la puerta.
- Por fin habéis llegado. - dijo Ruggero al abrir la puerta, aunque solo tenía ojos para Luna. - Estás muy guapa.
- Tú también. - respondió Luna, sonrojándose.
Simón alucinó. La atrevida y alocada Luna estaba en modo tímido. Nunca antes la había visto así.
Disimuladamente, Simón le dio un codazo a su amiga para que reaccionara,
- Eh, si. Perdonad. Ruggero, te presento a mi amigo Simón. Simón, este es Ruggero. También es psicólogo.
- Encantado de conocerte, Simón. - dijo Ruggero, tendiéndole su mano. - Al fin conozco al famoso Simón. Luna no ha dejado de hablar de ti.
- ¿Ah si?
- Es que te echaba de menos. - dijo Luna, sonriendo a Simón.
- Permitid me que os presente a mi prima. Se quedará unos días en mi casa.
Simón y Luna se quedaron paralizados al ver a la chica que salía del baño.
- Joder. - murmuraron los tres al mismo tiempo. - Lo siento mucho, Ruggero. Pero creo que no voy a poder acudir a la cita. - dijo Jazmin, apartando la mirada de Simón.
- ¿Porqué no? - preguntó Ruggero, mirando a su prima.
- Tengo que irme.
- Yo también tengo que marcharme. - dijo Simón, marchándose a toda prisa.
No podía seguir allí, con Jazmin frente a él. A pesar de que la había perdonado, no podía olvidar el daño que le había hecho con sus gestos y palabras. Además, en cuanto la miraba, se acordaba de Ámbar y no quería volver a pensar en ella.
- Simón!
- Déjame, Jazmin.
- Pero tengo que decirte una cosa.
- No quiero escucharte! - echó a correr por los pasillos, escuchando en todo momento el sonido de unos tacones tras él.
- Pero Ámbar...
- No quiero saber nada de Ámbar, ni de ti ni de nadie de esa empresa. - dijo, deteniéndose de golpe. - Esa ya no es mi vida. Si me fui de Nueva York fue por algo.
- Pero...
- Conseguisteis que me alegrara por perder peso cuando me puse enfermo. - exclamó, llevaba mucho tiempo conteniendo todos aquellos sentimientos. - Joder! Podría haberme matado!
- Lo sé. Ámbar me contó lo de tu desmayo.
- No quiero volver a oír ese nombre. - dijo entre dientes.
- Pero... Pensaba que te gustaba.
- No... Solo éramos amigos... - dijo Simón, volviéndose de nuevo. No quería recordar aquellos sentimientos.
- No te creo.
- Me da igual lo que creas.
- Sigues siendo el mismo Simón de siempre... Por mucho que haya cambiado tú cuerpo, tu corazón sigue siendo el mismo. Pero estás asustado. - dijo Jazmin, acariciando el rostro de Simón. - Asustado por lo que sientes.
- ¿No te da asco tocarme? ¿Ya no soy un gordo asqueroso?
Jazmin apartó la mano de golpe y bajó la vista avergonzada por cómo había tratado a Simón en el pasado.
- Lo lamento.
- Ya te he perdonado, Jazmin, pero ello no significa que quiera seguir escuchándote.
- Pero...
- Por primera vez en tu vida, piensa en alguien que no seas tú.
- Lo estoy haciendo. Por eso estoy aquí.
- Entonces déjame vivir mi vida. Me ha costado mucho lograr lo que tengo ahora. Por favor, no me lo fastidies haciendo que recuerde lo que tanto daño me hizo. - suplicó Simón, partiendo el corazón de Jazmin. En ese momento se dio cuenta del dolor que había causado.
- De acuerdo. - se rindió.
Simón dejó atrás a Jazmin y se marchó a casa.
Jazmin volvió al despacho de su primo, pero no entró en él. Desde fuera oyó habar y reir a su primo y Luna. Sonrió. Hacía mucho tiempo que no le oía reír.
- Tengo que hablar con Ámbar. - se dijo a si misma. - Ambos se aman. Deberían estar juntos.
...
Ámbar entró en el dormitorio de Jazmin y se subió en la bicicleta estática que tenía allí. Había decidido que ya era hora de moverse del sofá.
Su móvil comenzó a sonar y, sin dejar de pedalear, respondió.
- ¿Diga?
- Hola nena!
- Hola, Jazmin. ¿como va todo? ¿Va todo bien con tu primo?
- Todo va genial. Oye, Ámbar, tienes que venir.
- ¿A dónde? ¿contigo?
- Si. De inmediato.
- ¿Pero para qué quieres que vaya?
- Es... Bueno... Es por Simón.
- Oh... ¿Que que pasa con Simón? - preguntó, nerviosa. Siempre le pasaba lo mismo al hablar de Simón.
- Le he visto.
- ¿Como que le has visto? - exclamó, dejando de pedalear de golpe. - ¿Y cómo está? ¿Ha recuperado el peso? ¿Ya está sano?
- Mucho más que eso. - dijo, recordando el perfecto cuerpo musculado de Simón. - Tienes que venir a hablar con él, arreglar las cosas.
- Tú nunca has querido que hubiera nada entre Simón y yo. - murmuró.
- Eso fue hace un año. Ahora las cosas son distintas.
- No sé, Jaz. Simón no quiere verme.
- ¿Y qué más da?
- Pero...
- Joder, Ámbar. Al menos inténtalo, ¿no? Si no lo haces, seguro que lo lamentas toda la vida.
Jazmin colgó el teléfono y le mandó un mensaje a su primo, diciéndole que se marchaba al apartamento.

No Todo Es Lo Que Parece TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora