III

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Vladimir condujo hasta los límites de su territorio y notó la cinta de la que le había hablado Said. De pronto sintió cómo algo se le revolvía por dentro y toma el control de su cuerpo. Un olor a canela y miel lo atrajo. Aceleró el auto sin darle tiempo a Bastean para seguirlo. Rompió la cinta adentrándose en la pendiente, territorio neutro, y la vio. Venía a gran velocidad, el problema era que la carretera era tan angosta que sólo cabía un vehículo. Frenó patinando en el asfalto y luego todo pasó en cámara lenta.

Aysel venía cuesta abajo en su skate a una velocidad impresionante. De pronto sintió a su loba removerse inquieta. –Creo que esto no es bueno –le dijo Ana, su loba.
Ana no creo que este sea el momento de hablar. Casi me haces perder el equilibrio –le dijo Aysel mientras recuperaba la dirección del skate.
– ¡Aysel cuidado! –le gritó Ana.
Aysel miró al frente y vio un Aston Martin dirigirse a ella velozmente, entonces, observó cómo intentaba frenar. –Este idiota no lo va a lograr –dijo molesta.
Todo lo vio en cámara lenta. Ella saltó a unos metros del posible impacto. El auto se detuvo justo cuando ella caía de pie sobre el techo de este hundiéndolo un poco.
Con el corazón desbocado y la ira creciendo dentro de ella golpeo el techo con el pie una vez más antes de bajar. – ¡Imbécil! ¡Casi me matas! –gritó ella.
Vladimir, desconcertado y a la vez enojado, observó a la chica que saltaba desde el techo de su auto. De más o menos ciento sesenta centímetros de estatura, piel canela, cabello negro igual que sus pestañas y cejas las cuales eran abundantes pero bien delineadas. Tenía unos labios delgados el inferior un poco más salido que el superior y los tenía fruncidos en un evidente enojo. Su nariz alargada y con una pequeña protuberancia en el centro del tabique resoplaba de ira y sus ojos, esos ojos grises destellaban mucha rabia. Miró el techo de su auto y notó que estaba un poco hundido. Frunció el ceño y bajó del auto dando un portazo. –Eres estúpida ¿o te haces? ¿Qué no ves que esta es una vía muy angosta? –dijo con evidente enojo.
Ella se acercó peligrosamente y lo golpeó con el dedo índice en su musculoso pecho. –Aquí el único estúpido eres tú. ¿Cómo se te ocurre ir a esa velocidad? –dijo y levantó los brazos al cielo para luego cruzarlos en su pecho mientras se apoyaba en una de sus piernas–. ¿Acaso no viste la cinta de prohibido el paso? –vociferó ella.
La discusión que mantenían no les permitió sentir cuando sus acompañantes llegaron.
– Mi señor.
– Luna –dijeron los dos al tiempo.
– ¡¿Qué?! –contestaron ambos mientras giraban hacia ellos y volvían la mirada uno al otro. Ellos prefirieron quedarse callados, observar y actuar de ser necesario.
– Claro que la vi. Ni ciego que fuera –continuó diciéndole a ella.
– Pero al parecer no sabes leer. Si no entonces, ¿por qué la atravesaste?
Él abrió la boca para decir algo; pero la cerró. Esa era una buena pregunta. ¿Por qué la atravesó? Algo se había apoderado de él. Un olor. Sí, canela y miel. La miró y notó que era ella quien olía de ese modo. Toda su ira se redujo a nada. La miró a los ojos y se fijó que echaban chispas de la ira que contenía. Alargó su mano y acarició su rostro. –Canela y miel –susurró.
Ella abrió los ojos como plato y retrocedió un paso. Había sentido un olor a bosque y menta cuando casi pierde el equilibrio debido a la inquietud de su loba.
De pronto lo vio agarrase la cabeza y el pecho como si le doliera un infierno. En ese momento ella sintió un fuerte dolor en el pecho.
Ambos caían. Ella hacia atrás y él hacia adelante. De no ser por sus acompañantes, habría caído uno encima del otro.
Bastean metió la mano por la cintura de Vladimir y lo atrajo a su cuerpo para evitar que cayera encima de la Luna de esa manada mientras que Ethan la tomaba a ella por la espalda y la cargó contra su cuerpo evitando que se diera contra el piso. Ambos se miraron. – ¿Qué fue lo que le hizo? –preguntaron al tiempo con el seño fruncido.
– No tengo idea de lo que pasó –dijo Ethan.
– Tampoco yo. Pero seamos sinceros.
– Ninguno atacó al otro –dijeron al tiempo.
– Bien. Eso quiere decir que el tratado no se ha roto –afirmó Bastean.
– Así es –confirmó Ethan.
– Lo mejor es que los llevemos a casa.
– Sí. Tienes razón.
– Llamaremos para saber cómo sigue su Luna.
– Nosotros también para saber cómo sigue su señor.
– Es nuestro Rey. La reina Verónica murió.
– Lamentamos su muerte –dijo con sinceridad–. Estaremos al tanto de la salud de su Rey.
– Bien.
– Bien.
Dicho eso, ambos partieron a lados opuestos.

Cuando Ethan regresó con una Aysel inconsciente los tres Betas casi se lo comen vivo.
– ¡¿Cómo pudiste dejar que esto pasara?! –le gritó Ben–. Te lo advertí.
– Ninguno de los dos se atacó. Ambos se agarraron el pecho como si les doliera y luego perdieron la conciencia. Además al rey Vampiro no es que le haya ido muy bien –dijo con una sonrisa que se le borró de inmediato.
– ¿Qué es lo que tiene gracia? –preguntó duramente Joshua.
– Espera, ¿dijiste rey? –preguntó Marcus.
– Sí. Verónica murió. Fue atacada por exiliados y rogues cerca de la frontera con la manada Moon Red.
– Debemos invitarlos para hacer las debidas presentaciones y saber si el tratado sigue en pie –todos asintieron.

Estaba en la presa Kimmich. Lanzaba una niña por los aires a los brazos de otro. No le daba tiempo de llegar al otro extremo de la presa con ella. Los sismos eran cada vez más fuerte lo cual le extrañó porque ese lugar nuca había tenido problemas de terremotos. De pronto las aguas de la represa se lo llevaron y él en lo único que pensaba era en la niña. En que tenía que sobrevivir para ella. Luego sintió un gran golpe en su cabeza y una voz muy lejana que gritaba su nombre.
Cuando todo terminó medio abrió los ojos y vio a una hermosa mujer rubia de ojos caoba que lo veía con dulzura. Verónica.
Despertó saliendo de la cama inmediatamente. Se duchó y vistió. Se disponía a salir de la habitación cuando Anwar y Said se interpusieron en su camino. –Con todo respeto Vladimir. Pero no estás en condiciones de salir. Llevas tres días inconsciente y debes recuperarte para la presentación con la Luna Alfa de la manada Moon Light.
– Eso puede esperar. Ahora mismo necesito ir a la presa Kimmich –dijo casi desesperado.
– ¿Por qué quieres ir allá? –preguntó Said con desconcierto.
– Porque sospecho que ahí está la clave de mi pasado.
– Bien, entonces iremos contigo.
– No. Las empresas necesitan a uno de ustedes.
Ambos se miraron y finalmente dijo Anwar: –Ve tú. Yo me encargo de todo.
– Bien. Dile a Jael que nos encontraremos allá.
– De ninguna manera –objetó Anwar.
Said frunció el ceño. –No comprendo, ¿por qué no?
Anwar puso una mano en su hombro. –Hermano, esto es difícil para mí decírtelo. Sé lo celoso que eres con ella pero…
Said se cruzó de brazo y lo miró con los ojos entrecerrados. –Habla de una vez.
Anwar se alejó un poco de él temiendo su reacción. Suspiró. –Ella es mi alma gemela.
A Said se le subieron los colores al rostro y caminó de un lado a otro a lo largo del pasillo. Soltó el aire exasperado. –Ahora no tengo tiempo para darte una buena paliza. Pero si respetas esperar a que cumpla los trescientos años entonces pasarás la prueba.
Anwar sonrió. –No te defraudaré. Además falta poco para que eso ocurra, ¿no?
– No. Falta mucho. Que nos parezcamos no quiere decir que seamos gemelos. Ella es menor que yo. Y… Sé que esperarás, porque de lo contrario te castro –suspiró y se agarró el tabique–. Cuídala, ¿bien? Porque si la dañas…
– Lo haré hermano. Cuidaré de ella con mi vida.
Said se giró. –Diles a Bastean, a Ian y a Esteban que nos encuentren en la presa.
– Entendido.

Aysel estaba en el despacho intentando entender que era lo que había sucedido esa tarde en la pendiente neutral. Se sobaba el pecho cada vez que recordaba. El dolor había sido insoportable. Lo peor era que después de eso los betas estaban más sobreprotectores. Se habían vuelto una piedra en el zapato.
– Luna –ella se giró a ver al chico que se apoyaba en el marco de la puerta agitado–. Hay disturbios cerca de la presa Kimmich en las fronteras con Moon Dark.
– ¿Cómo dices?

Mi Pequeña Mate AlphaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora