VI

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Marcus se llevó a Aysel para el salón de música que se hallaba a la derecha de la sala de estar. Tenía un gran piano de cola en el centro, detrás de este un enorme ventanal con vistas al jardín. Una mesa en cada esquina con flores de diferentes colores que le daban un aire vivo y tres sofás bien distribuidos.
Ella se sentó en uno de los sofás en la derecha de la habitación.
Marcus empezó a explicarle lo sucedido con Vladimir.
Ella escuchó con toda su atención y comenzó a relajarse. Se levantó y caminó de un lado a otro, pensando, analizando todas y cada una de las palabras dichas por Marcus. Sabía que él nunca haría o diría algo que dañara a su Luna así que le creyó. –Por eso Ana ha estado inquieta estos días –lo dijo casi en un susurro.
– Es lo más probable.
– ¿Tú sabes lo que eso significa? –preguntó con los ojos llenos de emoción.
– Que nuestra manada está completa –no era una pregunta.
– No.
– Que ya es hora de despertar diosa.
– No. ¡Que al fin podré conocer a mi loba! –dijo casi en un grito.
Marcus sonrió. Se acercó a ella y la tomó por los hombros. – ¿Estás lista para verlo?
– Sí.

Vladimir entró al salón de música y la vio de pie frente a la ventana que estaba detrás del piano. Aún llevaba el camisón con el que la habían cambiado al llegar a la mansión. Le quedaba un poco corto. Se lograba ver claramente sus piernas largas y bien torneadas. Llevaba su largo cabello negro suelto cayéndole en cascada sobre la espalda. Estaba apoyada en un pie y al parecer cruzada de brazos ya que estos no se veían. –Hola –la saludó acercándose un poco.
Ella se giró conteniendo el aliento y observándolo detalladamente. Se dio cuenta que hasta ese momento no se había detenido a hacerlo.
Era tan alto que imponía su presencia en cualquier sitio, uno noventa más o menos. A pesar de que aparentaba unos treinta años tenía la impresión de que llevaba en la tierra muchos más. Tenía la piel dorada, cejas pobladas, cabello castaño con algunos mechones más claros, un poco desordenado como si lo hubiera peinado con los dedos. Ojos del color del humo, nariz recta, el mentón cuadrado que le daba un aire arrogante. Un cuerpo esculpido y trabajado que se podía ver a través de sus vaqueros y su camisa ajustada con las mangas subidas hasta los codos y los primeros botones desabrochados. En su expresión se le notaba un carácter fuerte. Al parecer era de esos hombres de los que creen que su palabra es ley.
Ella sonrió con sinceridad. –Hola –dijo con un poco de nerviosismo. Su loba se sentía eufórica y moría por salir.
Él dejó salir el aire que no sabía que contenía y se acercó a ella. Ella levantó una mano para que se detuviera y él lo hizo frunciendo el ceño.
Luego ella caminó hacia la puerta alejándose un poco de él para después girarse.
Él siguió cada uno de sus movimientos con la mirada y con su cuerpo. La vio transformarse en una loba color crema, enorme, hermosa y tenía los ojos grises con motas azul hielo. De pronto abrió su hocico y de él salieron dos voces.
– Dímelo –él frunció el ceño confundido–. Dímelo Valdimir-Blake –los dos nombres se escucharon al tiempo.
– No entiendo –dijo finalmente.
Ella rugió, se volvió a su forma humana y cayó al suelo inconsciente.
¿Qué le sucede, Vladimir? ¿Por qué se desmayó? –le preguntó su lobo con evidente preocupación– ¿Qué le hiciste?
– No le he hecho nada –contestó asustado por lo que pudiera haberle pasado, no se lo perdonaría a sí mismo jamás– Quería que le dijera algo, ¿tienes idea de lo que podría ser?
– Ni idea.
La puerta al abrirse lo saco del enlace.
Marcus y Said aparecieron asustados. – ¡Luna! –gritó corriendo hacia ella–. ¿Qué le pasó? –se dirigió a su Alfa.
– No lo sé –contestó nervioso. Nunca se había sentido así–. Se transformó en una hermosa loba crema y me pidió que se lo dijera.
–¿Y se lo dijiste? –Preguntó Said con cautela.
–¡Decir qué! ¡Demonios! ¡Ni siquiera sé a qué se refería! –soltó entre frustrado, confundido y enojado.
– Sí serás imbécil. Con todo respeto mi señor –Vladimir lo fulminó con la mirada–. Ella necesita que le digas que la amas. Debes mostrarle el amor. Que lo conozca. De lo contrario se debilitará. Las palabras de Elian son claras.
– ¿De qué hablas? –preguntaron Vladimir y Marcus, quien la tenía en brazos, al tiempo.
– Entonces despertaré. Mi amor le he de declarar. Y ella fuerte se hará, Con su amor ella me hará regresar –Said recitó las palabras de Elian.
– Sí seré imbécil –se reprendió.
– Yo los dejaré discutiendo –interrumpió Marcus–. Debo llevar a mi Luna a su habitación –dijo mirando con enojo a su Alfa.

– Sí. Eres imbécil. Debías decirle que la amabas –dijo Said después que Marcus salió con una Aysel inconsciente.
– El problema es que sé que es mi mate, mi alma gemela.
– ¿Pero...?
– El recuerdo de mi amor por Verónica me confunde, no sé qué siento por ella.
– Hermano. Estás en un serio problema. Tienes que definir tus sentimientos por ella de lo contrario ella se debilitará hasta morir.

La observaba desde el umbral de su puerta. Estaba dormida en su cama. Se veía frágil, vulnerable, todo lo contrario a la mujer guerrera que peleó junto a él en la presa. Habían pasado cuatro días desde que se desmayara y aún no recuperaba la consciencia. Estaba preocupado y su lobo rugía del dolor.
¿Por qué no le dijiste que la amabas? –le reprochó su lobo.
¡Vamos Blake! Tú tampoco lo dijiste –se defendió Vladimir.
La diferencia es que yo no sabía a qué se refería porque yo estoy seguro de que las amo, a las dos.
– Sí. Lo siento. Es sólo que amé mucho a Verónica que me confundí.
– Bien. Entonces cuando despierte se lo diremos. Le diremos que la amamos.
– Sí. No pienso dejar que muera después de haberla encontrado.
Un quejido suave lo impulsó a acercarse. Su nombre. Había pronunciado su nombre en un susurro y con dolor. Ese dolor se extendió a él y su lobo se removió. –Sufre por nuestra culpa –dijo su lobo apesadumbrado.
Tranquilo Blake. Le haremos saber cuánto la amamos en cuanto despierte.
–Siento que sigues inseguro.
–Te equivocas –dijo poco convencido.
– A mí no me engañas. Recuerda que soy una parte fundamental de ti. Pero no importa. Creo que bastará con que uno de los dos esté seguro. Hacemos parte de uno sólo, ¿no?
– Pienso lo mismo.
Giró y salió de la habitación. Antes de cerrar la puerta le echó otro vistazo, suspiró y cerró.

Mi Pequeña Mate AlphaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora