II

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Guatemala, principios de 1944

—¿No crees que es un poco apresurado? —Miriam se retorcía el borde del vestido al mismo tiempo que me miraba preocupada desde la puerta de mi cuarto—. Quiero decir, no están casados, qué pensará la gente...

—Miriam —la detuve mientras guardaba la ropa en la maleta—. Estuvimos hablándolo mucho y acordamos que todavía tenemos tiempo. Ya te lo había dicho.

—Lo sé. Sólo te estoy diciendo lo que creo que tu madre diría.

—Ya hablé con ella —dije al tiempo que cerraba la maleta—. Y está muy feliz. Y papá también.

Miriam suspiró y se golpeó los muslos con las palmas de las manos.

—Bueno, creo que mi trabajo aquí ha finalizado. He hecho todo lo que estaba a mi mano para detener esta locura.

Puse los brazos como jarras y alcé la ceja.

—¿Locura? ¿En serio? Creo que ya nos conocemos lo suficiente como para vivir juntos. Muchas personas se casan apenas sabiendo el nombre de otro.

Miriam se sentó en mi colchón desnudo, rendida.

—No me refiero a eso —insistió—. Es que Vincent no me termina de dar buena espina. No creo que sea mala persona, pero ¿viste cómo se quedó cuando pasamos por el desfile de los soldados estadounidenses? No es que a mí me caigan del todo bien, es más, los echaría a patadas si pudiera, pero él se puso pálido. ¿Crees que tenga algo que ver?

—¡Si siempre dijiste que te caía bien! —protesté, indignada—. Seguro había alguien que conocía, no sé de qué te preocupas.

—¡Y lo hace! Es que hay algo en ese hombre que no me termina de cerrar. —Arrugó su pequeña nariz—. Pareciera como si ocultara algo, no lo sé.

Me senté al lado de Miriam, tomé su mano y le di un apretón para calmarla y, de paso, también hacerlo yo. La amaba, pero a veces sus teorías conspirativas me sacaban de quicio.

—Es un poco reservado, sólo eso. Y no le gusta recordar su tiempo en Estados Unidos. Te aseguro que no hay nada malo con él.

Ella acarició el dorso de mi mano mirándome a los ojos.

—Si tú lo dices, cariño, yo confío en ti.

Estiré el brazo para darle un abrazo.

—Gracias, Miriam —murmuré de todo corazón.

Ella me empujó suavemente.

—Bueno, ya está, niña, que me harás llorar. —Se secó una pequeña lágrima con la punta del dedo— Vincent ya debe de estar por llegar con ese amigo suyo... ¿Cómo era que se llamaba...?

—Julián.

Chasqueó los dedos.

—¡Ese!

El timbre sonó como si todo estuviera fríamente calculado.

Miriam alzó las cejas cuando me vio apretar los labios para esconder la sonrisa. Corrí hasta la entrada mientras Miriam me seguía con una maleta en cada mano.

—Hola, hermosa —exclamó Vincent con una sonrisa y me alzó en brazos.

—Ya está, tortolitos. Me van a hacer vomitar. —Julián nos empujó levemente para poder pasar. Se llevó un dedo a la boca abierta para fingir que vomitaba.

Vincent me dejó en el piso y me tomó la mano. Miriam nos miraba con lágrimas en los ojos. Se me encogió el corazón y se me formó un nudo en la garganta. Le hice una seña con los ojos para que se detuviera o yo también comenzaría a llorar.

SoulmateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora