Cuatro meses después
Con Lucinda tomamos la decisión de mudarnos.
Más bien, ella me obligó a vender el departamento. Yo entendía su preocupación. Debía haber sido horrible vivir conmigo durante esos oscuros dos meses y medio que recién ahora estaban comenzando a aclararse sólo un poco. Apenas comía o bebía algo y ella tenía que obligarme a que tocara algo del plato frente a mí. No podía hablar y dejé el trabajo porque no era capaz de salir de la cama. Pasaba las tardes con la cara enterrada en la almohada que conservaba su olor, hasta que poco a poco se fue mezclando con mi esencia y mis lágrimas. Cuando tenía las fuerzas para salir del cuarto, veía su música y las fotografías en las repisas y los recuerdos que habíamos construido en esas paredes eran como veneno que no me dejaba respirar.
Al principio me negué rotundamente a irnos. Ese lugar era una de las pocas cosas que me quedaban de Vincent y no pensaba deshacerme de él. Poco a poco me fue metiendo más presión diciéndome que no podía seguir encerrada ahí dentro, que necesitaba aire si no quería morirme. A lo que yo respondí con voz neutra:
—La verdad es que me estaría haciendo un favor a mí misma.
Su rostro se había congelado como piedra y me replicó con voz firme y dura, un tono que jamás había usado contra mí:
—Sé que lo que estás pasando es indescriptiblemente doloroso, pero no eres la única que acaba de perder gente que ama con su vida. Y él no querría que estuvieras así. Para bien o para mal, la vida sigue, él no volverá y no puedes quedarte atrás, llorando abrazada a las camisas.
La sangre me hirvió cuando me dijo eso. ¿Quién se creía que era para hablar de mi dolor, de Vincent y sobre lo que habíamos pasado juntos? Ella no tenía la más mínima idea de lo que estaba hablando. No le respondí, tan solo me di la vuelta y cerré la puerta de la habitación de un golpe.
Al día siguiente, sentada en el sillón luego de abrir las ventanas por mi cuenta por primera vez en quién sabe cuánto tiempo, lo medité. No quería irme, hacerlo sería como perder una parte de mí misma, como... como perder la esperanza de que, tal vez, ellos se hubieran confundido, me hubieran jugado una horrible broma y Vincent volviera a casa, a mis brazos con una sonrisa en los labios. Me avergonzaba admitirlo en vos alta, pero por las noches me atormentaba el sueño de Vincent entrando por la puerta como si nada hubiera pasado y sólo se hubiera ausentado para ir al bar con sus amigos de la construcción y la guerra estaba muy, muy lejos de nosotros.
Aunque en fondo de mi alma sabía que aferrarme a esa tonta esperanza no me haría ningún bien. El vacío en mi interior era muy real y, por mucho de que callara esa vocecita, una parte de mí estaba segura de que el ya no estaba aquí
Una semana después terminé aceptando a usar la póliza de seguro y compramos una casa con un hermoso jardín y una habitación para cada una, no muy lejos del centro de la ciudad. En una hora Julián llegaría con su camioneta para ayudarnos con las cajas. Lucinda había tenido la delicadeza de irse a dar un paseo para darme mi espacio.
Recorrí el pequeño departamento una última vez. Las paredes, ahora desnudas, estaban llenas de sueños que nunca cumpliríamos. En una esquina debajo de la ventana donde había estado el tocadiscos, ahora estaban las cajas con las cosas de Vincent. Todavía no estaba lista para deshacerme de él y pretender que nunca había existido, tampoco estaba muy segura de cuánto tiempo pasaría antes de que mi vida tomara su curso normal y dejara de parecer que estaba viendo la vida pasar a través de los ojos de alguien más o de un vidrio grueso que no me permitía integrarme a la realidad. La caja superior estaba abierta, y dentro de ella estaban el álbum de fotos que habíamos llenado juntos y una pequeña caja de metal, donde había guardado las cartas.
Dudé en momento antes de tomarla. En el transcurso de esos meses las había leído una y otra vez hasta que podía recitarlas de memoria. Era el único momento en el que las emociones parecían volver a mi cuerpo y podía cerciorarme de que lo que habíamos vivido era real. Nunca volví a leer su última carta
Tomé la caja, me senté en el suelo con el corazón en el puño y comencé a leerlas de forma aleatoria con los labios apretados para contener las lágrimas. Cuando veía su caligrafía sentía que lo tenía a mi lado otra vez y podía oír su voz en mis oídos.
Luego de dudarlo, abrí la carta del veinticinco de noviembre. Era la que en mejor estado estaba y la que hacía que mis manos temblaran. Miré hacía la ventana sin cortinas: era un día demasiado hermoso e importante como para deprimirme otra vez, aunque de cualquier manera todos los días se sentían grises desde el funeral. Pero quería asegurarme de que podía seguir respirando luego de leerla.
Al sacar la hoja perfectamente doblada del sobre, un papel cayó al suelo entre mis piernas. Estaba escrita en un papel pequeño y con los bordes arrancados. La letra era irregular, como si lo hubiera escrito de forma apresurada, pero inconfundiblemente era de Vincent:
"Tal vez en la próxima vida."
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Soulmate
RomanceGuatemala, mediados de 1943 En el auge de la Segunda Guerra Mundial y las migraciones mundiales, Ariadna Ramos debe compartir taxi con Vincent Lowell, un misterioso e insistente extranjero con dificultades con el español. A medida que su relación av...