Tardé unos momentos en ubicarme cuando desperté. Por la ventana abierta podía ver que el sol estaba bajando. Vincent había desaparecido de mi lado, por lo que no me quedaba otra que salir de la cama a regañadientes.
Encontré a Giselle en la cocina con Erika ayudándola a cortar unas verduras.
—Siento haberme quedado de tu cama —me disculpé con voz ronca desde el umbral.
La mujer me dedicó una sonrisa amable y bufó por lo bajo.
—No te disculpes. Ha caído peores en esa cama —dijo sin dejar de mover las manos con la comida—. Báñate. Calenté agua. Tienes ropa y abrigo en el baño.
La obedecí sin rechistar. Me quité aquel vestido que parecía haberse pegado a mi piel, lo tiré a un costado y me metí en la tina en la íntima oscuridad. El agua ya se había enfriado un poco, pero eso no evitó que me deslizara hasta que el agua me cubriera el rostro.
Froté cada centímetro de mi cuerpo con una minuciosidad médica hasta que la piel me quedó roja y no podía ver mi cuerpo bajo el agua sucia. Giselle tuvo la amabilidad de dejarme ropa limpia y no mi traje de prostituta. Ese gesto por poco me hace llorar.
Al salir, vi por la ventana de la cocina a Erika y su madre dándole de comer a los animales. La pequeña repartía semillas a diestra y siniestra sobre las gallinas; las aves se peleaban entre ellas por conseguir algo de alimento o la perseguían a ella mientras la niña se reía a carcajadas. Pude ver que Giselle la observaba desde la distancia con una pequeña sonrisa.
«Ya casi» pensé para mí misma con una sensación asfixiante y reconfortante a la vez en el pecho. «Aguanta un poco más».
Vincent no estaba por ningún lado, pero sí su informe a medio escribir sobre la mesa. Decidí que lo mejor sería empezarlo también, ahora que todavía tenía los detalles frescos.
No estaba muy segura de cómo se redactaba un informe militar, pero describí todo aquello que podía recordar, cuidando mi caligrafía y ortografía. Los extraños pijamas, la desnutrición, los tatuajes de números y los maltratos de parte de los guardias. Los trenes en los que llegaban. "Dachau", aunque no tenía idea de qué significaba. Salteé el incidente con Himmler. Al llegar a la parte de la pequeña revolución, tuve que detenerme y salir por aire antes de retomar la escritura. Aproximadamente una hora después, Vincent cruzó la puerta, me besó la frente y se sentó a mi lado para seguir con su propio informe.
Terminé cuando Giselle anunció que la cena estaba casi lista. El informe me llevó casi veinte hojas escritas y tenía la muñeca tiesa. Cuando levanté la cabeza, Vincent miraba las hojas frente a él con el ceño fruncido y la cabeza apoyada en el puño.
—¿Qué sucede? —murmuré.
El negó con la cabeza y no levantó la mirada. Se notaba a más de un kilómetro que algo le molestaba.
—Háblame —insistí.
Levantó la vista, miró a Erika y Giselle en la cocina, luego a mí y se puso de pie.
—Ven conmigo —dijo, y se dirigió hacia la puerta delantera.
Lo seguí con el corazón latiéndome desbocado y cerré la puerta detrás de mí. El cielo estaba despejado y podría contar las estrellas si así lo quisiera; no corría una el viento, pero hacía un frío de muerte.
Vincent comenzó a caminar de un lado para otro como un animal enjaulado con una mano en la frente y otra en la cintura. Yo me apoyé contra la puerta y suspiré pesadamente.
—Habla de una vez, Vincent —le solté—. Estoy harta de todo esto. —Y era cierto. Estaba cansada de su dramatismo y sus misteriosas desapariciones que nunca terminaban en algo bueno.
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Soulmate
RomanceGuatemala, mediados de 1943 En el auge de la Segunda Guerra Mundial y las migraciones mundiales, Ariadna Ramos debe compartir taxi con Vincent Lowell, un misterioso e insistente extranjero con dificultades con el español. A medida que su relación av...