Escena extra: Lucinda

440 53 3
                                    

(Capítulo V, tercera parte. Previamente Lucinda apenas fue capaz de contarte a Ariadna algunas cosas que había vivido en su travesía por Europa, pero muchas otras apenas era capaz de pensarlas sin que los sentimientos la atraviesen como balas, por eso corre a encerrarse en el baño).

Lucinda se arrepintió en el preciso instante que le dio un portazo a la puerta del baño. Ariadna no se merecía ser tratada así, no cuando le daba ropa, comida y un techo sobre su cabeza, lo mínimo que podía pedir eran explicaciones, pero aun así... No estaba preparada cuando la avalancha de recuerdos que cayó sobre ella. Todavía podía oír los gritos cuando los fascistas habían irrumpido en su campamento y se habían llevado a Chiara, tomándola por debajo de los brazos y dándole un golpe en la cabeza para que dejara de retorcerse. Y ella había huido como una cobarde que era. No entendió lo que sucedió hasta que estuvo a kilómetros de distancia.

Y ahí estaba: huyendo otra vez. Dejándolos a todos a su suerte. Ella se recordó que no era tan así, que cualquiera de los demás hubieran hecho lo mismo ante la mínima posibilidad de huir de ese infierno en la tierra...

Suspirando, se despojó de sus ropas y se obligó a mirarse al espejo para recordarse quién era. Hubo un tiempo atrás donde su cuerpo era ágil, hermoso y elegante; los hombres caían rendidos a su cama y la cortejaban para que ella les diera un mínimo de atención. Podía doblarse hacia atrás con la facilidad de mover un dedo, podía correr millas sin cansarse. Pero ahora... tenía una apariencia fantasmal. Tenía la sensación de que si intentaba llevarse un pie a la cabeza se rompería a la mitad.

Los huesos de la cadera sobresalían como picos y sus costillas eran como los dedos de la muerte abrazándola. Sus pechos prácticamente habían desaparecido, aunque no era como si hubieran sido muy grandes. Y las piernas, Dios, sus piernas... todavía no entendía cómo podía mantenerse de pie. Las clavículas, los hombros... todas las partes de su cuerpo eran afiladas como cuchillos. El cabello negro parecía flotar a su alrededor como una aurora de lo quebradizo que estaba, y le confería a su piel un tono más blanco, más enfermizo, culpa de la mala alimentación de los últimos años.

Y las cicatrices... Daría su alma con tal de poder cambiar su piel o borrar esas horribles marcas por todo su cuerpo, incluso en los lugares donde no debería haber. Las marcas en el interior de sus mulsos nunca desaparecerían, al igual que la irregular marca blanquecina en su costilla, cortesía del estúpido que la había apuñalado con un cuchillo oxidado cuando le estaba robando la cena; Lucinda había tenido una fiebre delirante por una semana y media por la infección. Sus nudillos estaban destrozados, al igual que sus uñas y dedos callosos.

Si cerraba los ojos casi podía tocar el arma en sus manos, oler la pólvora, oír el chasquido y el disparo, sentir el culatazo, la adrenalina y la vibración del suelo cuando el cuerpo cayó...

Lucinda se rodeó el torso con las manos y sacudió la cabeza con tal de borrar esas horribles imágenes. Ahora estaba a salvo y la guerra muy lejos. Ahora estaba a salvo y la guerra muy lejos. Ahora estaba a salvo y la guerra muy lejos...

SoulmateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora